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Domingo, 6 de septiembre de 2009
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A LOS 73 AÑOS, JOHN BOORMAN TRABAJA EN UNA VERSION ANIMADA DE EL MAGO DE OZ

La figura anómala del cine británico

El director de A quemarropa tiene un profundo amor por las películas fantásticas y, aunque hace cuatro décadas no pudo darse el gusto de filmar El señor de los anillos, ahora tiene la posibilidad de hacer a su modo otro clásico del género.

Por Geoffrey Macnab *
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“Lo que el público quiere es perderse en una película”, asegura John Boorman (derecha).

John Boorman tiene la fiebre de la fantasía. Pasaron ya 40 años desde que intentó sin éxito adaptar El señor de los anillos. En ese momento, United Artists tenía los derechos de filmación de la célebre historia de J. R. R. Tolkien, y le había pedido a Boorman que la convirtiera en película. “Le dediqué varios meses al guión. Iba a ser una sola película, no tres”, recuerda el director inglés de su flirteo con los hobbits y la Tierra Media a fines de los ‘60, un período en el que todavía disfrutaba del éxito de crítica de su thriller A quemarropa. Tolkien, con quien Boorman se había escrito durante ese período, estaba aliviado de que la película fuera a hacerse con actores y no con animación. De todos modos, justo cuando Boorman estaba listo para filmar, United Artists se quedó sin fondos. “No podían financiarla, así que la dieron de baja”, suspira Boorman. Trató de persuadir a Disney de que se metiera en medio. “Eso tampoco funcionó. Disney estaba demasiado preocupada por la violencia.” Después de varios intentos de revivir el proyecto, Boorman se dio por vencido. “Fue una suerte porque, si hubiera hecho la película, no habríamos visto la maravillosa trilogía (de Peter Jackson). Fue hecha de modo brillante, mucho mejor que lo que yo podría haber filmado”, afirma.

El señor de los anillos se le habrá escapado de las manos pero, a cambio, el director inglés hizo La violencia está en nosotros (1972), Zardoz (1974), Excalibur (1981) y La selva esmeralda (1985): en todas ellas encontró aire para su apetito por las aventuras épicas. Ahora Boorman, de 76 años, está a punto de empezar a trabajar en su primera película de animación, una versión de 25 millones de dólares de otra fantasía con muchos seguidores, El mago de Oz. “Esto probablemente sonará a herejía, pero siempre me pareció que la película El mago de Oz era muy torpe”, confiesa Boorman acerca del célebre musical de 1939 en el cual Judy Garland bailaba por el camino de ladrillos amarillos con sus zapatos de baile rojos. E insiste en que la novela original de L. Frank Baum es “mucho mejor que la película”.

La próxima incursión de Boorman en la tierra de los munchkins promete varios cambios significativos a la versión de Judy Garland. “¿Por qué Dorothy es huérfana? ¿Cómo fue que se convirtió en huérfana? ¿Y por qué está tan ansiosa por volver a ese lugar horrendo llamado Kansas?”, se pregunta retóricamente el director. Su puesta en escena explorará esas cuestiones en profundidad. También dará más detalles sobre las historias de los amigos de Dorothy, el Espantapájaros y el León Cobarde. Boorman también planea darle más importancia al adorable perrito de la chica, Toto, que tendrá el don de la palabra.

Mientras se entusiasma hablando del Hombre de Hojalata y describe sus planes para una nueva película épica sobre el emperador Adriano, uno se da cuenta de qué clase de figura anómala es Boorman en la cultura cinematográfica inglesa. Mientras otros directores de su generación (nació en 1933) han hecho dramas realistas o se han ido a Hollywood a trabajar para el sistema de los estudios, Boorman siempre diseñó su propio e idiosincrásico camino. Un repaso por su filmografía muestra lo difícil que es encontrar dos de sus películas que sean abiertamente similares. Hay un largo camino desde la apartada región de La violencia está en nosotros a la Londres de la guerra de La esperanza y la gloria, o desde la California de los ’60 de A quemarropa hasta la barrosa Camelot de Excalibur. De todos modos, si se mira bajo la superficie, emergen los temas en común.

En su juventud, mientras crecía en la Londres de fines de los ’40 y principios de los ’50, Boorman se fascinó con el cine mudo y, en particular, con el trabajo de D. W. Griffith. “El creía que el cine era el lenguaje universal prometido en la Biblia –apunta el director–. Y lo era cuando empezó.” Pero si el cine es un arte soñado, también es un negocio. Es una obviedad de la historia del cine que los visionarios –o los directores que fueron aunque sea apenas contra el mainstream– no fueron apreciados o comprendidos.

Desde La guerra de las galaxias en adelante, sugiere Boorman, la situación incluso ha empeorado. Ahora los estudios piensan sus películas con los chicos de 14 años como objetivo, las lanzan con miles de copias y las juzgan como éxitos o fracasos de acuerdo con cómo andan en su primer fin de semana. “Antes las películas se estrenaban en cuatro o cinco ciudades grandes y después se extendían de a poco”, recuerda Boorman de las viejas campañas de distribución de los estudios, antes de que George Lucas y Steven Spielberg entraran en escena de sopetón. El director inglés cita el ejemplo de 2001 Odisea del espacio, de Stanley Kubrick, que fue lanzada con dos copias y se estrenó en una sala de Nueva York y otra de Los Angeles. Las críticas fueron desparejas y el público tardó en ir a verla. Kubrick no pudo encontrar suficientes frases positivas en las críticas como para armar un aviso con citas textuales, así que contactó a sus amigos cineastas, entre otros Boorman, para tener comentarios optimistas. Gradualmente, la película se convirtió en un éxito. “En las circunstancias actuales, habría desaparecido”, dice el director.

Boorman es una figura con varias facetas. En una reciente retrospectiva de su trabajo en el Midnigth Sun Festival de Lapland, con su hijo Lee a cuestas, se mostró genial. Estuvo feliz de compartir con sus anfitriones finlandeses anécdotas sobre cómo bebía Lee Marvin, lo mujeriego que era Marcello Mastroianni y la inesperada admiración de Marlon Brando por Michael Winner. No pareció descontento cuando se exhibieron en copias turbias con calidad sonora muy variada. Por momentos, parecía una versión levemente menos cascarrabias del excéntrico anciano interpretado de modo brillante por Ian Bannen en La esperanza y la gloria. De todos modos, los ingleses de buenos modales y amantes del cricket generalmente no tienen el coraje para hacer películas épicas en lugares remotos. Ni hablan sobre cine en los términos visionarios que usa Boorman. “Como parte del público, quiero que una película me traslade a otro mundo, otro universo, y quiero perderme en él –asegura–. Eso es lo que el público quiere: perderse en una película.”

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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