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Jueves, 5 de noviembre de 2009
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Tres deseos, de Marcelo Trotta y Vivián Imar

Historia mínima de una pareja en crisis

Por Horacio Bernades
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Antonio Birabent, existencialista.

La referencia a Bleu que en algún momento hacen los protagonistas parece indicativa de la clase de cine con la que Tres deseos aspira a dialogar. No tanto, seguramente, con esa película en sí, ni siquiera con el cine de Kieslowski en general, sino con el tipo de cine que suele identificarse, a vuelo de pájaro, como “cine europeo”. Uno en el que la exploración de la intimidad, los conflictos de pareja sobre todo, puede dar lugar a preguntas de las denominadas “existenciales”. La pregunta es, en tal caso, si Tres deseos logra estar a la altura de esa aspiración. La respuesta debería ser que sólo en parte.

Filmada en digital en la ciudad uruguaya de Colonia del Sacramento, Tres deseos parecería apuntar al intimismo desde el propio tamaño. Sólo tres actores en cámara (uno más, en una única escena), una sola cámara y, se adivina, un equipo reducidísimo detrás de ella, rodando en jornadas que tampoco habrán sido maratónicas. La historia es igualmente mínima: más que guión habrá habido indicaciones, líneas o situaciones básicas a desarrollar. Pablo (Antonio Birabent) y Victoria (en su debut cinematográfico, Florencia Raggi parece a medio camino entre el look y la interioridad) están casados desde hace menos de diez años y tienen una hija de seis. Si viajaron a Colonia durante el fin de semana, fue para festejar los 40 de ella y estar, de paso, un poco solos. Algo que hace rato no consiguen. Las cosas no andan del todo bien entre ellos y la estadía uruguaya servirá para agudizarlas. En el medio, y por una de esas casualidades a las que en una época se llamaba “de biógrafo”, a Ana, ex novia de Pablo (Julieta Cardinali), también le dio por viajar ese mismo fin de semana, a la misma ciudad. Pablo la encuentra en la playa, no le dice nada a Victoria, arregla una cita...

Técnicamente impecable, alternando cámara en mano con planos fijos y planos-secuencia con otros más breves, Tres deseos es una película “de momentos”. Victoria se prueba un sombrero, Pablo se enoja por una minucia, Ana y Pablo toman algo en un bar, Victoria se reencuentra con un conocido (Javier van der Couter), Pablo se pone celoso. Son momentos más cotidianos que epifánicos, y se agradece, ya que uno de los peligros hubiera sido pretender develar el alma de los personajes en cada escena. Lo que va quedando claro a lo largo del desarrollo es que del malestar entre Pablo y Victoria es más responsable él que ella. El muchacho lee un simple folleto turístico, sentado en una reposera frente al río, con la expresión de quien aborda Crimen y castigo. Al sol y en short fantasea con su suicidio (en voz alta y frente a su mujer, por supuesto; qué gracia tendría, si no). Se pelea con la camarera por la temperatura del champagne, en medio del festejo del cumpleaños de su mujer. Imposible no preguntarse qué espera ella para patearlo.

La que lo pateó es Ana: pasaron doce años y ella no se olvida. Por otra parte, Victoria es un mapa de la postergación. Inevitable pensar que alguna responsabilidad tendrá él en que ella cantara y no lo haga más. Que diseñe ropa y no la venda. Que ande filmando todo con una camarita digital, como una cineasta en ciernes, pero sin terminar de asumirlo. En una película que aspira a analizar una situación de a tres (o de a dos, dando por sentado que la tercera en discordia funciona como catalizador), se supone que repartiendo las cargas de forma más o menos pareja, esa excesiva linealidad en el dibujo del triángulo es un punto en contra. El problema se acentúa, teniendo en cuenta la dosis de afectación que Birabent les imprime a cada gesto, cada diálogo, cada pose. Porque de eso parecería tratarse: de posar, en lugar de actuar. Si a ello se le suma cierto lastre chic, con la ciudad de Colonia como fondo incómodamente typical, Tres deseos queda como un film no del todo logrado. Aunque también sería injusto suponerlo del todo fallido.

6-TRES DESEOS

Argentina, 2009.

Dirección y guión: Marcelo Trotta y Vivián Imar.

Fotografía: Leandro Martínez.

Música: Iván Wyszogrod.

Montaje: Liliana Nadal.

Intérpretes: Antonio Birabent, Florencia Raggi, Julieta Cardinali y Javier van der Couter.

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