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Sábado, 14 de noviembre de 2009
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Ultimas películas en competencia en el Festival de Mar del Plata

Tras las proyecciones, los premios

La iraní Un hombre que comió sus cerezas se aparta un poco del registro habitual en los films de la tierra de Mahmud Ahmadinejad. Vida durante la guerra pone nuevamente en escena las obsesiones de Todd Solondz. Esta tarde se conocerá el palmarés.

Por Horacio Bernades
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Un hombre que comió sus cerezas, de Payman Haghani.

Desde Mar del Plata

Tras el cierre de las competencias oficiales, los distintos jurados que sesionan en el marco del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata anunciarán hoy, a primera hora de la tarde, el palmarés de su 24ª edición, previéndose la entrega de los premios para la gala de cierre, que se celebrará a partir de las 20 en el Teatro Auditorium. El film iraní Un hombre que comió sus cerezas y Vida durante la guerra, del estadounidense Todd Solondz, le pusieron fin a la Competencia Internacional, mientras que La hora de la siesta y El hombre de al lado tuvieron a su cargo el cierre de las otras dos competencias oficiales del festival, la Latinoamericana y la Argentina. En líneas generales, la Competencia Internacional mostró un signo ecléctico, poniendo en el mismo plano cine de autor, comedias pintoresquistas, films medianos, algún hallazgo y un par de películas que no hubieran desentonado en algún festival europeo de los años ’50. En las tres competencias oficiales la representación local registró una media digna, tan lejos de la deshonra como de la sorpresa.

Opera prima del nativo de Teherán Payman Haghani, Un hombre que comió sus cerezas practica una forma de realismo que difiere de la tradicionalmente asociada con el cine iraní. Tampoco su visión de la sociedad coincide demasiado con lo visto en otras ocasiones. La de Haghani no es una película de ambiente rural sino urbano, y si practica alguna denuncia –siempre en escorzo; el régimen de los ayatolás no permite otra cosa–, ésta no apunta a la teocracia imperante y a las consecuencias del fundamentalismo musulmán, sino a la situación económica en la que se halla la clase trabajadora, en tierras de Mahmud Ahmadinejad. Dejando tal vez fundado el neorrealismo iraní, el hombre del título, operario fabril de bajo sueldo, no puede afrontar los gastos de mantenimiento que su esposa exige después de abandonarlo. Algo que la mujer hace con toda razón, ya que el tipo nunca la tuvo en cuenta, y ahora ella no está dispuesta a dar el brazo a torcer.

Filmada en un muy expresivo blanco y negro (el realizador se desempeñó anteriormente como director de fotografía), Un hombre... se atiene a una narración estrictamente visual y destaca tanto por su laconismo como por su capacidad para expresar los puntos de vista encontrados, sin convalidarlos. Una derivación final al policial de perdedores (al estilo de Un plan simple, por poner un ejemplo) podría parecer salida como de otro planeta, pero está totalmente justificada. Más fuera de lugar suena el remate de la fábula, de un optimismo poco acorde. Si se habló de fábula es porque en eso sí coincide el film de Haghani con el modelo narrativo elegido por muchos de sus compatriotas, que siempre parecerían practicar variaciones sobre la tradición persa del cuento tradicional.

Presentada en la competencia oficial del Festival de Venecia, Vida durante la guerra, de Todd Solondz, es algo así como más Happiness, pero menos. “Nadie puede evitar ser un monstruo”, se dice en algún momento, y una galería de monstruos vuelve a desplegar aquí el hombre que en Happiness anticipó, diez años atrás, el desfile de disfuncionalidades familiares, abuso infantil y perversiones que el cine contemporáneo exhibiría durante la última década. Esta vez se trata de una familia integrada por padre abusador de sus hijos, mamá capaz de votar a Bush de puro sionista nomás y sus hermanas: una poeta narcisista, amante de Keanu Reeves (se los oye jadear en la pieza de al lado), y la victimizada esposa de un sexópata telefónico. Con actores que componen inmejorablemente a sus caricaturas (entre ellos, Charlotte Rampling, la reaparecida Ally Sheedy y hasta el ex clown infantil Pee-Wee Herman), todo esto está puesto en escena como una serie de chistes actuados, que en muchos casos pueden ser graciosos, pero son siempre banalizadores.

Si una sorpresa argentina hubo en esta edición del festival, sería, al menos a juicio de este enviado, La hora de la siesta, ópera prima de la realizadora Sofía Mora, quien contó con asistencia de su pareja, Néstor Frenkel, realizador de Buscando a Reynols y Construcción de una ciudad. Notablemente fotografiada en blanco y negro por Diego Poleri y Matías Iaccarino, el título alude al momento en que transcurre la película, prácticamente en tiempo real y durante el velorio del padre de ambos protagonistas, una chica preadolescente y su hermano menor. Casi sin presencia de adultos, la realizadora aprovecha la hora y pico de película para meterse dentro del mundo infantil. Mundo que, antes que el cliché de inocencia, ternura e ingenuidad, invoca –a la manera de algunos films de Torre Nilsson, o tantos cuentos de Silvina Ocampo– el roce con la sexualidad precoz, lo extraño y lo perverso. Pero roce, apenas: La hora de la siesta mantiene todo lo enumerado en estado de latencia, retaceando toda consumación. De allí, justamente, su rara fascinación.

Si El artista transcurría en el mundo de las artes plásticas, El hombre de al lado, nueva película de Mariano Cohn y Gastón Duprat, lo hace en el de la arquitectura. Más precisamente, en uno de los mayores monumentos locales de ese mundo: la legendaria Casa Curutchet de La Plata, la única que Le Corbusier construyera en América. Allí vive el protagonista, arquitecto de proyección internacional, cuyo lustroso, impecable universo comenzará a temblar, a partir del momento en que al vecino de al lado se le ocurra abrir una ventana, a sólo un metro y pico de sus habitaciones. Uno es un señorón correcto y pusilánime. El otro, un psicopatón peligroso, invasor, irremediablemente seductor. En otras palabras, El hombre de al lado es algo así como una Cabo de miedo light, de encuadres tan calculados e imágenes tan pulcras y asépticas como las de El artista. A Rafael Spregelburd y, sobre todo, al apropiadísimo Daniel Aráoz, no parecen pesarles nada las camisetas de Nick Nolte y Robert De Niro.

* Un hombre que comió sus cerezas se verá por última vez hoy a las 15 en el Ambassador 1. Vida durante la guerra, hoy a las 13 en la misma sala. La hora de la siesta, hoy a las 16.30 en el Paseo 1, y El hombre de al lado, hoy a las 13 en el Teatro Colón.

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