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Martes, 22 de diciembre de 2009
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Un recorrido por las múltiples encarnaciones de Papá Noel

Santa Claus, ese personaje de terror

El “horror navideño” bien podría dar pie a una estantería del videoclub: el gordo vestido de rojo bien puede ser un asesino en serie, un erotómano o un desempleado que escucha los deseos de los niños mientras apura un whisky y un cigarrillo.

Por Facundo García
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Billy Bob Thornton en Un santa no tan santo (Terry Zwigoff, 2005): un ladrón con barba y gorro.

Para muchos se puede festejar Navidad sin mencionar a Cristo, pero el día que a alguien se le ocurra prescindir de Papá Noel se va a armar la gorda (el gordo, en realidad). Sin embargo, parece de terror que un tipo dedique sus días a clasificar a los niños según cómo se portan y que después se introduzca sigilosamente por las chimeneas –o las ventanas– mientras los demás duermen. Hay que admitirlo: escuchar una risa cavernosa en el living a mitad de la madrugada ya era espeluznante en julio, ¿por qué no habría de serlo en diciembre? Lo lógico entonces es que detrás del envoltorio simpático que trae el personaje de rojo haya también una pequeña pero innegable capa de temor. Así que atención, porque cualquiera de estas noches podría aparecer alguna de las entretenidas variaciones del barbudo que Página/12 logró detectar en el “horror navideño”, un género cinematográfico que ha castigado a la humanidad con algunas de las peores películas de que se tenga memoria.

“Si te portás mal te mato.” La historia empieza con la familia reunida en la mesa de Nochebuena. En eso, el padre avisa que va a buscar alguna cosa y minutos después aparece Papá Noel, que casualmente tiene su misma voz. Los chicos, felices, juegan con él un rato y al final se van a la cama. La sorpresa llega cuando Harry, uno de los niños, no puede conciliar el sueño y entonces vuelve al comedor, donde encuentra a “Santa” dándole sexo oral a su madre. Ese es el puntazo inicial de Navidad Maldita (Christmas Evil, Lewis Jackson, 1980). El protagonista queda tan traumado que mucho después, cuando es capataz en una fábrica de juguetes, se dedica a anotar las acciones buenas o malas de sus conocidos. Cuando llegan las fiestas, desata un baño de sangre, masacrando a los que considera “traviesos” y perdonando a los “buenitos”. No usa trineo volador, pero en un momento del film el criterio del director se va al Polo Norte y Harry sale volando sobre su camioneta. Hay quien considera a la cinta de Jackson una obra digna de culto. Ante el mismo síntoma, otros prefieren consultar a un psiquiatra.

Ahorcados con el cable de las lucecitas. El esquema de un nene sufrido se repite en Sangriento Papá Noel (Silent Night, deadly night, Charles E. Sellier Jr., 1984). Ahí una familia es atacada por cierto criminal disfrazado y queda vivo solamente el hijo mayor, que crece en un orfanato y aprende que “quienes se portan mal deben ser castigados”. Cuando se hace adulto, tiene la mala pata de conseguir trabajo como “Papá Noel” en un supermercado. El resto se adivina: su equilibrio mental se resiente y el pibe empieza a cargarse víctimas ahorcándolas con las luces de los arbolitos o empalándolas en los cuernos de una cabeza de venado empotrada a la pared. La residencia macabra (Black Christmas, Bob Clark, 1974) sigue esa línea y tuvo una remake particularmente mala en 2006, donde el villano quitaba los ojos a sus víctimas y llenaba su árbol con adornos que no eran precisamente de plástico.

Satán Claus. Hay dos que, además de ambientarse en esta época de fraternidad forzada y tarjetas de crédito, hacen gala de un ingenio especial con las palabras. Una es la citada Satán Claus (Massimiliano Cerchi, 1996), que pone en escena a un energúmeno que sale a las calles de Nueva York para decorar el arbolito con partes de las víctimas. Por otro lado, Santa Claws (juego de palabras en inglés que podría traducirse como Papá Garras, John A. Russo, 1996) narra la historia de una actriz acosada por un vecino obse que matará a cualquiera que “la moleste”, sin quitarse un traje que parece comprado en un todo por dos pesos.

Muerte del ídolo. Aquí hay que hacer una concesión y admitir que ver a Fran La niñera Drescher gritando con su voz de Topo Gigio porque tiene el pelo prendido fuego puede resultar vagamente placentero. No obstante, la idea que motoriza a Santa’s Slay (La muerte de Papá Noel, David Steiman, 2005) es una prueba de lo lejos que puede llegar la estupidez humana cuando no encuentra limitaciones monetarias. Aquí, Santa es un demonio con cuerpo de fisicoculturista que le juega un partido de bochas a un ángel (¿!). Pierde, y como había hecho una apuesta debe pasar mil años repartiendo juguetes y fingiendo buena onda. Cuando se acaba el plazo, sale de paseo por los cabarets y empieza a liquidar a los habitantes de un pueblo. Por suerte, un muchacho descubrirá que su abuelo es el ángel que ganó aquel partido y logrará que se repita la hazaña. Es más mala que las anteriores, aunque sólo porque acá Papá Noel es un demonio.

Si va a conducir trineo, no beba. Hay quien ha preferido darle un toque chandleriano al asunto. Billy Bob Thornton, el ex de Angelina Jolie, despliega en Un santa no tan santo (Bad Santa, Terry Zwigoff, 2005) un posible homenaje para los que se ganan la vida encarnando al grandulón de pelo blanco. En este caso el hombre es ladrón eventual, trabaja en un shopping y cada dos o tres minutos maltrata a los nenes o se orina encima a causa de sus borracheras. Un coprotagonista enano y negro interpretado por Tony Cox intenta introducir chistes à la Disney y meter humor. La cinta, empero, no se salvaría ni por intervención del mismísimo San Nicolás.

A cada uno su regalo. Los films de Navidad siempre involucran algún tipo de tensión entre la economía capitalista y los afectos. Por eso cada época resuelve la ecuación a su manera. No por casualidad la primera entrega de Die Hard (Duro de Matar, John McTiernan, 1988) presentaba al padre de una familia disfuncional que se tiroteaba con villanos adentro de un mall; y un poco antes, los Gremlins (Joe Dante, 1984) explicitaban el riesgo de comprarles a los chinos. Aun dejando a un costado a las horror movies y a seres como el Grinch, la lista sigue siendo casi infinita, con obras maestras como Night Before Christmas (El extraño mundo de Jack, Tim Burton, 1993) o clásicos como Home Alone (Mi pobre Angelito, Chris Columbus, 1990). Internet ha dado un nuevo empujón a las representaciones, haciendo hincapié en la ironía y el remix independiente. Recientemente se han podido ver perlas como el violento interrogatorio que Jack Bauer –el protagonista de 24– le hace a Papá Noel en este 2009, tras haberlo sorprendido volando por cielos “sin permiso oficial ni documentos”. El corto puede verse en YouTube con subtítulos en castellano o ingresando a rebelchristmascard2009.com

El ídolo de todos los shoppings

Suponiendo que cada niño bueno del planeta reciba un regalo de unos ochocientos gramos, el trineo mágico debería remolcar toneladas de peso, y eso sin contar que la figura del conductor no aporta mucho al vuelo. Se ha calculado que todo ese material viajando a la velocidad requerida para completar la distribución originaría tanta fricción con el aire que el vehículo y sus tripulantes entrarían en combustión casi instantáneamente, haciendo que del cielo caigan trozos de carne asada que bien podrían utilizarse para el 25 al mediodía.

Pero al capitalismo eso le importa poco. Papá Noel sirve para exportar la cultura del Imperio, incluyendo la promoción silenciosa de la obesidad, la jerarquización de la raza blanca y la idealización del norte (para más datos, véase el pino nevado que Macri hace colocar cada diciembre junto al Obelisco). Asimismo, en la práctica la Navidad sirve para que los niños tomen un curso acelerado de consumismo, obligados a pedir y hasta desear cosas por más que no necesiten nada. Tal es así que las ganancias de Navidad representan un tercio de los ingresos por ventas en las tiendas de Estados Unidos (Christmas, Ideology and Popular Culture, compilado por Sheila Whitheley, Edimburg University Press, 2008, pág. 181).

Se sabe, la fantasía siempre termina llegando por uno u otro atajo a lo real. La semana pasada catorce mil personas quisieron cumplir su sueño y desfilaron disfrazadas de Papá Noel por la ciudad de Porto (Portugal) para juntar fondos solidarios. Por otra parte, a los bloggers que intentan encarnar al ídolo se sumaron en estas últimas temporadas los usuarios de las redes sociales. No hay rincón que esté a salvo del ataque rojiblanco. Y como las fiestas siempre significan, consciente o inconscientemente, una época de balance y potencial tensión, los japoneses han inventado los Zen-ta Claus, que en vez de centrarse en el consumo se ubican en los centros comerciales y se ponen a meditar a modo de protesta.

La recreación que eligió hacer Bruce Jeffrey Pardo, por último, fue mucho más siniestra. Hace exactamente un año, el norteamericano se puso la vestimenta típica, entró a la casa donde estaba cenando su ex mujer con otros parientes y reemplazó la pirotecnia por disparos reales. Remató la velada usando un lanzallamas de fabricación casera, en lo que se conoce como “la masacre de Covina”.

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