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Jueves, 14 de enero de 2010
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La joven Victoria, con dirección de Jean-Marc Valée y gran actuación de Emily Blunt

Dios vuelve a salvar a la reina

El cineasta canadiense, que apunta sus cámaras a los años mozos de la soberana del Reino Unido, se preocupa por proveer entretenimiento sin caer en excesos sentimentales. Lo que queda es una típica historia romántica, que además deja bien parada a la monarquía británica.

Por Diego Brodersen
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Emily Blunt se carga la película sobre sus hombros.

La reina Victoria de Inglaterra ha sido desde siempre una de las favoritas de ese subgénero del film histórico protagonizado por próceres del pasado monárquico. Un universo de lujos materiales atravesado por intrigas palaciegas e imperecederas pasiones que, por pertenecer a tiempos pretéritos, parecen incluso más legítimas que las actuales. Desde las múltiples adaptaciones cinematográficas del período mudo basadas en la pieza teatral de Lois N. Parker, Disraeli, hasta la más reciente Mrs. Brown –cuyo rol titular estuvo a cargo de la muy inglesa Judi Dench–, han sido varios los largometrajes dedicados, directa o tangencialmente, a la vida y la obra de uno de los más insignes miembros de la realeza europea. En el caso de Alexandrina Victoria hay mucha tela para cortar, particularmente por tratarse de un reinado que ocupó gran parte del siglo XIX, desde 1837 hasta su muerte en 1901. Que un período histórico se conozca como “victoriano” –con sus usos y costumbres, sus pudores sexuales y fortalecimientos económicos– remite a la impronta histórica de un personaje que muchos británicos ven, incluso hoy en día, como la quintaesencia del sentir nacional. God Save the Queen.

Como su nombre indudablemente lo indica, La joven Victoria apunta sus cámaras a los años mozos de la soberana del Reino Unido (entre otros títulos: también ostentó el de emperatriz de la India), antes de cumplir dieciocho años, edad necesaria para acceder al trono, y con su tío el rey Guillermo IV todavía en el poder. El film del canadiense Jean-Marc Vallée se lanza en sus primeros tramos a la observación de los tejes y manejes de la política, fuera y dentro del palacio real, todos ellos con centro de gravitación en la figura de Victoria. Particularmente retorcidos son aquellos hilos manejados por su madre, la duquesa De Kent (Miranda Richardson), y su secretario y probable amante, Sir John Conroy, ansiosos por acceder a la médula del poder. El dúo encierra virtualmente a la adolescente en una jaula de oro y la somete a una serie de estrictas reglas cotidianas, todo ello con la excusa de protegerla de influencias externas. Que Guillermo IV esté interpretado por Jim Broadbent en plan tío bonachón, siempre dispuesto a apoyar a su joven sobrina, no ayuda tanto a la comprensión de una cosmovisión como a presentar en pantalla personajes claramente definidos a partir de las reglas del drama histórico.

Llegará la coronación del nuevo monarca y con ella subirán al proscenio una serie de personajes que pasarán a tener una radical importancia en la vida de la reina, fundamentalmente dos hombres: su primo, el príncipe Alberto (Rupert Friend), y el político de carrera Lord Melbourne (Paul Be-ttany). A pesar de la resistencia inicial a caer bajo el dominio de cualquier hombre, Victoria sentirá una notable atracción por ambos, desposando finalmente a su familiar directo y conformando un matrimonio que dejaría como herencia nueve hijos (pero ésa es otra historia, ya que el film abandona a sus personajes mucho antes de la madurez). Si todo esto suena un poco a versión paralela de las desventuras de la princesa Sissi es porque algo de ello hay, aunque revestido de realismo y “verosimilitud” histórica, cortesía del guión de Julian Fellowes (Vanity Fair, Gosford Park). La joven Victoria se preocupa por proveer entretenimiento sin caer en excesos –sentimentales o de otra clase–, haciendo de la mesura una moderada virtud narrativa, sin influencias en ese departamento de uno de sus productores, el sanguíneo Martin Scorsese. Algo similar puede decirse de la utilización de palacios y castillos reales, utilizados como trasfondo pero casi nunca como oropeles del diseño de arte.

Pero si en una película la totalidad nunca es sencillamente la suma de las partes, al mismo tiempo –y en esto no hay ironía alguna– ese recato bien british sumado a la necesidad de cerrar filas sobre la historia de amor hace que el film se estanque en una serie de referencias a hechos históricos bien conocidos y no termine siendo ni profundo ni frívolo, ni apasionado ni objetivo. No hay aquí, digamos, la obsesiva búsqueda de un posible entendimiento del pasado como en La toma del poder por Luis XIV, de Rossellini; tampoco los juegos de amor, placer y poder de Relaciones peligrosas, en cualquiera de sus versiones para la pantalla. Apenas una historia romántica entendida como lugar común revisitado y aderezada con algún comentario social que, todo sea dicho, deja muy bien parada a la monarquía británica decimonónica, como en una visita guiada al Palacio de Bu-ckingham. Finalmente, todo sería menos interesante sin Emily Blunt, quien se carga la película sobre sus hombros aportando no sólo belleza (que la Victoria real hubiera sin dudas envidiado, a juzgar por las fotografías) sino el talento necesario para lograr un registro que hace del prócer una figura creíble y humana.

6

-LA JOVEN VICTORIA

(Young Victoria, Reino

Unido/Estados Unidos, 2009).

Dirección: Jean-Marc Vallée.

Guión: Julian Fellowes.

Fotografía: Hagen Bogdanski.

Montaje: Jill Bilcock y Matt Garner.

Dirección de arte: Paul Inglis, Chris Lowe y Alexandra Walker.

Música: Ilan Eshkeri.

Con Emily Blunt, Rupert Friend, Paul Bettany, Miranda Richardson, Jim Broadbent, Thomas Kretschmann, Mark Strong.

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