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Martes, 26 de enero de 2010
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El éxito de La princesa y el sapo impulsa el retorno a Hollywood de la animación hecha a mano

Encanto de una forma de arte pasada de moda

Aunque hace un lustro los estudios de Hollywood se deshicieron de sus departamentos de animación tradicional, el suceso de la nueva película de Disney generó que hubiera otros proyectos en marcha. Y el impulsor es el otrora director de Toy Story.

Por Guy Adams *
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La princesa y el sapo recaudó más de 100 millones de dólares en Estados Unidos y les devolvió la fe a los viejos animadores.

Más allá de la Casa Blanca, en tiempos recientes Estados Unidos raramente ha visto un símbolo de cambio más potente que Tiana, la encantadora heroína de la nueva película animada de Disney, La princesa y el sapo. En un gesto muy tardío, 72 años después de que Blancanieves entrara en puntas de pie en la historia del cine, Tiana acaba de convertirse en la primera princesa negra de Disney. La historia de esta princesa, una versión musical del clásico cuento de hadas ambientada en la Nueva Orleáns de la era del jazz, llegó a los cines norteamericanos antes de Navidad. Además de quebrar barreras culturales, su lanzamiento también representó una arriesgada movida comercial para Disney, que, como todos los grandes estudios, ha intentado durante años llegar a las cada vez más prósperas pero frecuentemente ignoradas minorías raciales. Sin embargo, más allá de los interminables comentarios acerca de hitos culturales, una muy diferente clase de progreso simbolizada por el film ha sido bastante ignorada. También tiene que ver con la aparición de Tiana, pero nada tiene que ver con su origen étnico. En cambio, se trata del modo en que fue creada: como puede verse en la foto, fue dibujada a mano.

¿Es eso tan revolucionario? En realidad, sí: aunque la animación tradicional, de dos dimensiones, ha estado incorporada al imaginario público desde que Walt Disney la hizo popular durante los años ’30, La princesa y el sapo, ya estrenada en la Argentina, es la primera película dibujada a mano en más de cinco años. Esta sequía fue el resultado de una política deliberada. Después de que la animación por computadora (CGI) explotó en la escena con el “tanque” de Pixar Toy Story (1995), los dibujos animados tradicionales patinaron en las taquillas. Disney lanzó una serie de fracasos, con nombres ya olvidados, como Fantasía 2000, Atlantis, el imperio perdido y El planeta del tesoro. Finalmente, en 2004, el entonces cabeza del estudio Michael Eisner decidió que los gustos del público habían cambiado y que era hora de deshacerse totalmente de la animación hecha a mano. El liderazgo de Eisner en la materia fue seguido por cada rival importante. Para 2006, Hollywood, la tierra natal del ratón Mickey, no tenía en pie un solo departamento de animación a mano. Algunos de sus antiguos empleados habían sido directamente despedidos; a otros los reentrenaron en la “moderna” tecnología de las computadoras. Una forma de arte entera parecía destinada a la extinción.

Hoy, en los estudios de animación Mouse House en Burbank, California, el cuartel general de un imperio de entretenimiento global construido en base a la imaginación de hombres con lápices y cuadernos de bosquejos, hay una bronca silenciosa acerca de que la forma de arte que le dio al mundo desde Pinocho hasta Los 101 dálmatas, con El libro de la selva y El rey león en medio, haya sido abandonada en algún momento. Y orgullo de que haya sido resucitada. “Deshacerse de la animación hecha a mano fue una muerte, realmente se sintió de ese modo –recuerda John Musker, el codirector de La princesa y el sapo–. En cierto momento, incluso decidieron desechar los escritorios en los que trabajábamos y tirar el papel que usábamos para bocetar. Fue muy triste. Una forma de arte completa fue culpada por el hecho de que un puñado de películas fracasó en la taquilla. Obviamente, ahora esperamos demostrar que eso fue un error.” El cuidado y la atención que se le ha prodigado al nuevo film representan un grado de reivindicación para Musker y sus colegas animadores. Uno de ellos, Andreas Deja, había trabajado para Disney durante más de tres décadas cuando la animación a mano fue abandonada, y recuerda que eso lo sumió en una suerte de crisis. “Fue uno de los días más oscuros de mi vida –dice–. Amo este medio. Siempre lo hice. Y súbitamente no tenía nada.”

Deja y otros temían que, si la animación a mano desaparecía por más de un par de años, sería logísticamente imposible resucitarla, porque no habría suficiente acervo de talento para hacer una nueva película. Los films de animación tradicional tienen medios de producción colaborativos, en los cuales una vasta escuela de artistas –en orden de antigüedad, supervisores de animación, animadores principales, animadores y “limpiadores”– trabajan juntos para crear los 24 dibujos que requiere cada segundo de película. Este proceso, en el que el propio Walt Disney fue pionero, ha sido comparado con la producción en línea, pero en realidad es como una maquinaria más compleja, en la que los animadores son como mecanismos entrelazados. Ya que los artistas “senior” deben afinar sus capacidades durante años en otras posiciones menores, un período breve de inactividad podría hacer efectivamente imposible volver a empezar. “La animación es un oficio pasado de una generación a otra –dice Ron Clements, codirector de La princesa...–. Nunca conocí a Walt Disney, pero aprendí de gente que sí lo conoció. Mi aprendizaje fue con Frank Thomas, uno de los ‘nueve hombres viejos’ de Walt, quienes dibujaron la secuencia del spaghetti en La dama y el vagabundo. Si hubiéramos dejado todo parado durante demasiado tiempo, conexiones como ésa habrían desaparecido. No estoy seguro de que alguna vez hubiéramos podido recuperarlas.”

Irónicamente, la decisión final de volver a la animación a mano llegó con la adquisición del estudio rival Pixar, cuya habilidad para popularizar la CGI había contribuido originalmente a la desaparición de aquel medio. La movida, en 2006, vio a John Lasseter, el antiguo director de Toy Story, convertirse en nuevo jefe de animación. Y en su primer discurso al staff, él anunció que quería revivir la aparentemente fallecida forma artística. “El punto de vista de John era que deshacerse de la animación a mano había sido un error. El sentía que había desaparecido por la razón equivocada: porque los ejecutivos de los estudios intentaban perseguir las enormes ganancias de taquilla que habían conseguido una serie de películas CGI –-dice Peter Del Vecho, el productor de La princesa...–. El cree que la razón por la cual las películas animadas a mano de Disney no habían andado bien no tenía nada que ver con el medio, sino con que simplemente no eran nada buenas. Una película mala es una película mala, le gusta decir. No importa cuál sea el medio.”

La princesa... fue ensamblada amalgamando dos proyectos preexistentes. Equipos de viejos animadores, muchos de los cuales estaban desempleados, fueron localizados y vueltos a contratar. “Fue mágico –recuerda Deja–. Pasé de mi momento más oscuro al ¡aleluya!” Ver el producto terminado sirve como recordatorio de los duraderos encantos de un medio que, aunque anticuado y obviamente artificial, a menudo puede producir films que parecen más expresivos y de algún modo más “reales” que sus rivales computarizados. Aun así, después de todos estos años, la CGI lucha para presentar personas que se vean realistas: las estrellas del tanque Up, del año pasado, se ven como caricaturas. Tiana y los demás personajes parecen curiosamente humanos. Quizás es por eso que, en tiempos difíciles para la economía, las ventas navideñas de merchandising de La princesa... fueron buenas. “En la animación, son las imperfecciones lo que atraen tanto –dice Mike Surrey, uno de los supervisores–. De hecho, la computadora es tan precisa que con la CGI uno pasa mucho tiempo haciéndola imperfecta, así que la animación hecha a mano sí se siente más romántica. Hay un lirismo en la hecha a mano, lo que la hace algo muy intuitivo para los artistas.”

El aparente suceso de la película (recaudó 100 millones de dólares en Estados Unidos) también ha persuadido a Disney de darle ahora luz verde al menos a una película animada a mano cada dos años. Una nueva versión de Rapunzel llegará a los cines durante este año (ver aparte), mientras que un nuevo film de Winnie Pooh está en sus primera etapa. Todo esto representa un inesperado renacimiento, dada la historia de Hollywood de prescindir de formatos artísticos (el blanco y negro o las películas mudas) que parecen haber pasado su fecha de vencimiento tecnológica. Aunque la industria cinematográfica ha gastado mucha saliva, después de Avatar, en predecir el fin del cine en dos dimensiones, La princesa y el sapo demuestra jubilosamente las virtudes de un modo muy pasado de moda de hacer las cosas.

* The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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