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Domingo, 18 de abril de 2010
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ALAMAR, DEL MEXICANO PEDRO GONZALEZ-RUBIO, GANO EL PREMIO MAYOR

Con sobrados motivos para brindar

El palmarés del Festival fue un buen reflejo de los valores de esta edición, que invitó a sumergirse en tierras desconocidas y no defraudó al espectador. La deuda que queda es la de siempre: el escaso rebote que habrá en la cartelera comercial.

Por Horacio Bernades
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El film mexicano es un ejemplo consumado de cine directo.

Buena cosecha para el cine latinoamericano –el argentino incluido– en la premiación del 12º Bafici, que esta noche cierra sus puertas. La mexicana Alamar se alzó con el premio mayor, Lo que más quiero –de la graduada de la FUC Delfina Castagnino– obtuvo dos premios del Jurado Oficial y uno de la crítica internacional, Cuchillo de palo –dirigida por la realizadora paraguaya Renate Costa– resultó ganadora de la competencia de Derechos Humanos y Los labios –de los argentinos Santiago Loza e Iván Fund– ganó dos premios y una mención, otorgados por diferentes jurados. La rumana Police, Adjective y la italiana La bocca del lupo, sin duda dos de las mejores películas presentadas en Competencia Oficial, son otras ganadoras netas del Bafici, con un par de premios cada una, mientras que Invernadero, de Gonzalo Castro, resultó elegida Mejor Película de la Competencia Oficial Argentina. Putty Hill y Bummer Summer, excelentes representantes del novísimo cine indie estadounidense, pueden computarse entre los mayores “olvidos” del palmarés del 12º Bafici. Una lista, claro, que cada uno estrechará o engrosará, de acuerdo a sus gustos y criterios personales.

Más allá de la premiación, ¿qué balance deja esta nueva edición del Bafici, que presentó más películas que nunca, a lo largo de diez días de exhibiciones? Toda una costumbre ya, el balance es el mejor, consolidando al festival de cine como evento de primera agua en la actividad cultural de la ciudad. Daría la impresión de que la dirección del festival –por tercer año consecutivo a cargo del crítico y realizador Sergio Wolf– y el equipo de programadores, que cuenta con un historial parecido, lograron a esta altura una cohesión y experiencia que tienden a reflejarse en la programación. Con diecinueve títulos en total, ni un solo fiasco y varios films por encima del “muy bueno”, la Selección Oficial Internacional tal vez haya sido la de más alto nivel en toda la historia del festival. En cuanto al resto de la grilla, resultó notorio que los programadores no apostaron por lo más fácil, limitando el número de nombres consagrados e invitando a que los espectadores se aventuren en terreno desconocido. No da la sensación de que el público haya dado la espalda: ya antes del comienzo del festival se habían vendido más entradas anticipadas que en cualquiera de las ediciones anteriores.

Si hubiera que destacar una tendencia dominante de esta duodécima edición del Bafici, debería ser la del crecimiento del documental dentro del conjunto de la programación, tanto en términos cuantitativos como cualitativos. Tendencia marcada ya desde la Competencia Internacional, donde un tercio de las películas programadas fueron exponentes del género o hibridaciones entre el documental y la ficción, seguramente la línea de creación más fructífera del cine contemporáneo. Alamar, sin ir más lejos, está “actuada” por tres personajes que hacen de sí mismos. O tal vez no sean “ellos mismos”, sino unos personajes que llevan su nombre: imposible saberlo, y además no importa en lo más mínimo. Opera prima en solitario de Pedro González-Rubio, el film mexicano es un ejemplo consumado de cine directo. Como también lo fueron películas de todos los orígenes, esparcidas a lo largo de la grilla o concentradas en las varias secciones que el Bafici dedica al “cine de lo real”.

En ese orden, la sección dedicada al nuevo documental chino, que en condiciones de semiclandestinidad (o de clandestinidad lisa y llana) da cuenta del lado más oscuro del despegue del gigante resultó toda una revelación y entregó varias muestras de impacto mayor, dentro de lo que podría llamarse “cine de intervención directa”. No hace falta irse tan lejos para sufrir conmociones: el nuevo documental del argentino Enrique Piñeyro, El rati horror show –destinado a producir sobre el putrefacto cuerpo de la Policía Federal una herida semejante a la que Fuerza Aérea S.A. ocasionó años atrás sobre la aeronáutica criolla– es otro ejemplo loable de esa clase de cine. Pero ya habrá ocasión de hablar de él en meses más, cuando se estrene oficialmente. Privilegio del que sólo una ínfima minoría de películas del Bafici puede disfrutar: sigue siendo ése el gran agujero negro entre una edición del Bafici y la siguiente. Que en ese páramo que es la cartelera comercial se abra paso un nuevo circuito de exhibición, que le dé permanencia anual a lo que doce años más tarde sigue siendo una excepción de diez días, es, tal vez, la deuda pendiente más evidente que la ciudad tiene con uno de sus eventos clave.

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