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Martes, 27 de abril de 2010
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El actor Sergi López habla de su protagónico en Ricky, del realizador francés François Ozon

“Vivir es jugar con lo imprevisto”

Es una película “perturbadora”, aclara el catalán, que desde Western hasta El laberinto del fauno construyó una doble carrera, tanto en Francia como en España. “Ricky habla de la familia y Ozon siempre ha dinamitado la idea de la familia tradicional”, dice.

Por Oscar Ranzani
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“Tuve más películas que han sido éxitos de taquilla en Francia”, expresa López.

El camino a la fama del actor catalán Sergi López tuvo un recorrido inverso al común: primero triunfó fuera de su país, en Francia, y recién luego en España. Esta situación comenzó a modificarse a partir de su participación en el éxito de taquilla El laberinto del fauno (dirigida por el mexicano Guillermo del Toro), donde compuso a un temible capitán de la policía franquista. Para ese entonces ya había trabajado en otras producciones españolas como, por ejemplo, Lisboa (con Carmen Maura y Federico Luppi) y Entre las piernas, donde compartió el elenco con Javier Bardem y Victoria Abril. El actor, de paso por la Argentina, manifiesta que lo conocieron más en Francia que en su país por una cuestión matemática: "Tuve más películas que han sido éxitos de taquilla en Francia", expresa, recordando por ejemplo Western (1997), que lo hizo una figura después de la repercusión en el Festival de Cannes. Y reconoce que no encuentra diferencias en la metodología de trabajo del cine francés respecto del español. En uno u otro sitio, López ha demostrado que talento no le falta. Y antes de ser actor de cine construyó una sólida carrera teatral en Cataluña. En esta oportunidad vino a presentar Ricky, dirigida por el reconocido cineasta francés François Ozon (8 mujeres, Gotas que caen sobre piedras ardientes), que se estrena este jueves.

Difícil de encajar en un único género, Ricky transita del drama social hacia lo fantástico. Basado en la novela Moth, de la escritora inglesa Rose Tremain, el film de Ozon –que participó de la Competencia Oficial del Festival de Berlín 2009– tiene como protagonista a Kathie (Alexandra Lamy), una madre soltera que se enamora de Paco (López), un operario español que se ha incorporado a la fábrica donde ella trabaja. El amor entre ambos no tarda en aparecer y tampoco en ponerse en jaque. Es que, producto de la relación, Kathie da a luz a un bebé al que llaman Ricky, pero a los días de haber nacido le aparecen dos moretones en la espalda y la mujer prácticamente no duda en acusar a su pareja del hecho. Pero en realidad esos moretones van desapareciendo con el correr de los días y el film, entonces, incorpora el elemento fantástico que se combina con la temática social: a Ricky le nacen alas en ese lugar de su cuerpo. Desde ese momento, esa situación modifica el entorno familiar. Y mientras la sociedad se conmueve, los medios promueven el morbo con la noticia.

López –que caracteriza a esta película como "perturbadora"– aclara que el niño con alas y lo milagroso “es sólo un detalle y una excusa, pero no es una película sobre un niño con alas. Habla de la familia. François Ozon siempre ha dinamitado la idea de la familia tradicional. Y, en este caso, es una familia de individuos separados que no llegan a encontrar un espacio común. Y al final, el espacio común lo acaba determinando un niño muy diferente."

–¿Cree que la apuesta de Ozon fue introducir un elemento fantástico en un contexto de normalidad para establecer una hipótesis sobre cómo afecta este hecho la cotidianidad del entorno social?

–Sí, pero pienso que no fue premeditado. Cuando tienes que explicar por qué, es verdad que puedes encontrar argumentos como éste para explicarlo. Ozon siempre cuenta historias que no son planas. No puede evitar contar historias que parecen una cosa y, en realidad, tuerce a la derecha o a la izquierda. Y esta película se le parece mucho a él. Es un hombre que te dice: “Un niño con alas”. Y sin embargo, al principio, parece una película cotidiana y social, con una familia estructurada. Después parece que hay una historia de malos tratos, social y dolorosa. Y luego aparece lo fantástico o infantil, para acabar hablando de los medios de comunicación y de la utilización que los padres hacen de los hijos. Y, sin contarlo, yo pienso que el final resume mucho cómo es Ozon.

–A diferencia de lo que sucede habitualmente en el cine que suele idealizar a los bebés, no parece éste el caso ya que, si bien tiene alas, está lejos de representar una figura angelical. ¿Cómo lo observa usted?

–Sí, sí. Es que Ozon dice: “Un niño con alas”, y todo el mundo piensa: “¡Ay, un angelito!”. Y Ozon le mete una alas de pollo asquerosas. Toma este hecho como milagroso y lo baja a la cotidianidad: es como perverso o irreverente. Si tienes un hijo con alas, más allá del angelito, te encuentras con que a las camisetas le tienes que hacer dos agujeros. O sea, son cosas que banalizan al extremo este hecho milagroso. Y yo creo que en el fondo es justamente para cargarse esta idea de “angelical”. Es un universo que trata más al bebé como un monstruo, como un ser desconocido. En todas las familias, cualquier bebé, aunque no tenga alas, es el angelito, es el centro de atención. Y Ozon ha hecho una peli sobre hasta qué punto los “angelitos” bebés vampirizan la vida afectiva de toda la familia.

–¿Qué cree que genera el bebé en la sociedad? El film parece establecer una crítica al morbo de los medios. ¿Qué importancia tiene su personaje en este aspecto?

–Pienso que con esto muestra algo que es reconocible en todos, y que una vez más François lo cuenta de forma ambigua, como todo lo que hace. Es decir, no nos dice: “Hay que ver, el padre vuelve para sacar dinero”. No, está entre dos cosas. A François no le gusta decir: “Este padre es malo y esta madre es buena”. No, durante todo el rato no sabes hacia qué lado vas. El padre vuelve y, por un lado, le da pistas al espectador para pensar: “Este hombre ha vuelto para ganar dinero con su hijo”. Y por otro, piensas: “Es legítimo, es su hijo”.

–¿Qué visión cree que finalmente expresa la película sobre el ser diferente?

–La película expone que la diferencia, aunque es lo que más miedo provoca, no es lo que determina el desencuentro entre la gente. Es decir, en el fondo, el más diferente de todos los niños del mundo acaba logrando que las diferencias de los otros sean anecdóticas. Y lo que acaba tomando peso es lo que los une y no lo que los diferencia.

–¿Cree que los padres buscan tratar al bebé de una manera natural, pero lo sucedido es tan fuerte que no están capacitados para lograrlo?

–En ese sentido pasa algo que les sucede a todos los padres, aunque el hijo no tenga alas: uno nunca está capacitado. Es mentira eso de hacer un cursillo de padre. Llega un momento en que vivir es jugar con lo imprevisto. No puedes controlar todo: no eres infalible, porque no existen los padres infalibles, ¡por suerte! Todos tenemos debilidades y los niños lo ven. La película habla mucho del hecho de que lo importante no es ser infalible, sino que lo importante es querer. Después hay que intentar gestionar eso de forma sana. Yo pienso que Ozon, más que proponer soluciones, establece preguntas.

–¿Cómo aborda el tema de la maternidad la película?

–A François la maternidad siempre le ha fascinado y, a la vez, aterrorizado. No es un canto a la maternidad sino, justamente, la muestra como algo inquietante.

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