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Jueves, 29 de abril de 2010
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Christoph Behl, codirector del documental Fortalezas

Mirar detrás de las paredes

Junto al argentino Tomás Lipgot, el director ingresó con su cámara a una cárcel, un neuropsiquiátrico, un hogar de adultos y un ex leprosario, para darle forma a un documental de observación que consigue evitar los lugares comunes del género.

Por Oscar Ranzani
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“Estos lugares nos interesan porque representan todos los miedos que podemos tener”, dice Christoph Behl.

El encierro en sus diversas modalidades, como pueden representarlo una cárcel, un neuropsiquiátrico, un hogar de adultos y un ex leprosario, genera rechazo desde el otro lado del muro que la sociedad construye imaginariamente, en base a prejuicios. Pero adentro de esos lugares hay sujetos que conviven diariamente con el deseo de la libertad. Por estos cuatro sitios anduvieron el cineasta argentino Tomás Lipgot y el alemán Christoph Behl (residente en Argentina) para elaborar el documental Fortalezas, que se estrena este jueves.

Antes que posarse en historias de vida, los realizadores decidieron construir un documental de observación, sin recurrir a las entrevistas. En la elección de los personajes radica el mérito de la dupla: ellos son los que le dan vida a este documental, cuyo título parece inspirarse en esa fortaleza espiritual y anímica que tienen las personas que se ven en la película. Sin proponerse un audiovisual de denuncia –como muchas veces sucede en estos casos–, Lipgot y Behl se inclinaron por una mirada sutil sobre las acciones cotidianas, y lograron que la cámara no interfiriera en la naturalidad de las situaciones. Allí aparecen Moacir, un carismático brasileño diagnosticado en el Borda como esquizofrénico paranoico, al que le encanta cantar y sueña con hacerlo públicamente; Julio, privado de su libertad y alojado en la cárcel Nº 32 de Florencia Varela que, al mejor estilo de una novela de Franz Kafka, navega entre los vericuetos jurídicos; y Manolo y Juanita, residentes del Hogar de Adultos San José, que también tienen sueños: el de Manolo consiste en dejar la silla de ruedas y el de Juanita, en encontrar el amor. Paralelamente, un grupo de estudiantes secundarios visitan a personas enfermas de lepra, internadas en el Hospital Baldomero Sommer que, en el pasado, fue un leprosario. Rescatar a estos personajes como sujetos que tienen deseos y no como objetos de desecho que la sociedad deposita en instituciones de encierro es otra de las características que cimentan la esencia de Fortalezas.

A la hora de señalar el recorrido del documental sobre instituciones de reclusión, Behl reconoce que tanto a él como a Lipgot el tema del encierro les interesó mucho, “más como una condición. También para poder ampliarlo y poder llevarlo hacia nosotros. Si el encierro es una condición, también es interesante cómo los personajes la tratan, la intentan resolver y trabajar. Nos interesó el encierro, pero también cómo salir de él. También esos lugares nos interesan porque representan todos los miedos que podemos tener: el miedo a la locura, a la enfermedad, a la violencia y a la vejez. Y, de alguna manera, también queríamos ver estos miedos en un lugar donde están físicamente representados”, agrega.

–Antes que un documental sobre historias de vida, es un trabajo que muestra a los protagonistas en sus acciones cotidianas. ¿Por qué decidieron este tipo de abordaje?

–Hay un planteamiento del tipo de documental que está fuera de lo expositivo. O sea, no es que tenemos una hipótesis o un discurso y queremos decir “tal cosa es así”, sino que nos tuvimos que acercar a estos lugares y empezar a entenderlos. Fueron procesos muy largos. Lo más cercano a lo que nosotros pudimos hacer, sentir y ver en estos lugares era el cine de observación. Obviamente, la observación está ligada a la cotidianeidad de los personajes. Contamos lo que pudimos ver.

–¿Cómo fue el proceso de selección de los protagonistas? ¿Por qué eligieron a los que aparecen frente a cámara?

–Fueron procesos muy largos porque, en realidad, son como cuatro películas: eran cuatro lugares y en cada uno estuvimos como mínimo un mes filmando. Y el proceso de encontrar a los personajes consistió, primero, en definir los lugares, y allí a los personajes. Era un proceso de ir y empezar a sentir. También es importante que el personaje tenga una intervención, porque si no cuenta nada, no nos sirve. Piense que a cada lugar fuimos medio año antes del rodaje, de una a tres veces por semana. Y veíamos quién, en un posible documental, podía tener un posible desarrollo, porque si el personaje es estático no es interesante. No estuvimos buscando arquetipos de algo, en el sentido de “éste representa tal cosa”, sino que buscamos personajes que iban a tener un progreso en el documental. Por ejemplo, desde el principio, sentíamos que entre Juanita y Anselmo se podía desarrollar una pequeña historia de amor. O el deseo de Moacir a salir y cantar también fue un elemento que sabíamos.

–¿Por qué decidieron trabajar paralelamente con un grupo de estudiantes que fueron a visitar enfermos de lepra?

–Ahí nos pasó que en el ex leprosario la gente tenía mucho discurso armado, mucho más que en los otros lugares; incluso eran discursos interesantes. Entonces, pensamos cómo podíamos hacer para que esos discursos entraran en el documental sin que fueran a través de la clásica entrevista. Pensamos en mandar a alguien para que los escuchara. Y ahí se nos ocurrió la idea de trabajar con chicos, porque también es como una autorreferencia honesta: esa mirada de unos chicos que van a un lugar a escuchar, tal vez es un poco lo que hacemos nosotros. Se trataba de la idea de la visita porque la película no es otra cosa: es una visita.

–¿Qué características en común encontraron en estos distintos lugares que permitan relacionarlos en torno del “encierro”?

–Esa pregunta nos la hicimos muchas veces. El entorno es la institución. Y es muy interesante ver las conexiones y también las diferencias, porque, a veces, construir relatos a través del contraste es algo útil e interesante. Siempre tuvimos muchas dudas sobre eso. Y quienes nos sacaron las dudas fueron los personajes. Que todos sienten el encierro está claramente dicho. En el hogar de adultos nos dijeron “esto es como una cárcel”. En el ex leprosario comentaron: “Esto fue una cárcel”. Los del Borda tienen esa sensación. Hay una sensación de encierro que, obviamente, es distinto en cuanto a su nivel físico, pero lo que todos tienen en común es el alejamiento. Es lo que no queremos ver. Más que el encierro es el alejamiento y la exclusión. Lo que no queremos ver está en esos lugares.

–¿Qué se modificó en su vida después de visitar estas instituciones y conocer a las personas que allí se encuentran?

–Cito a Víctor Kossakovsky, para mí el mejor documentalista del mundo: “Si querés cambiar el mundo, no hagas una película, escribí un libro. Pero si querés que la película te cambie a vos, hacela”. Todos los lugares y personajes siempre te cambian. A mí me mostró mucho más nuestra fragilidad hacia todo. Somos frágiles, un día podemos estar en esos lugares.

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