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Sábado, 8 de mayo de 2010
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Victoria Reale habla de su documental Desobediencia debida, que se estrena hoy

El único prisionero inglés en Malvinas

En su película, que se verá todos los sábados de mayo, junio y julio en el C. C. Recoleta, la directora rescata una poco conocida historia de la guerra de Malvinas, que sirve como contraste entre las “dos guerras” que los militares dicen haber librado.

Por Ana Bianco
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“Al prisionero inglés le respetaron los derechos de Ginebra. Los desaparecidos no tuvieron ningún derecho.”

Durante la guerra de Malvinas, ocurrió un hecho tan significativo como poco conocido: el avión Harrier del teniente de la Royal Air Force Jeff Glover recibió el impacto de un misil lanzado por comandos argentinos. El piloto fue eyectado, recibió atención médica y se convirtió en el único prisionero de las tropas argentinas. Este relato, que Victoria Reale escuchó de su padre, Luis, ex mayor, médico argentino que atendió a Glover, podría haber sido filmada como una anécdota. Sin embargo, en Desobediencia debida Reale cruza testimonios y plantea interrogantes sobre el accionar de las fuerzas represivas en la dictadura: ¿Por qué los militantes políticos no recibieron el mismo trato que el prisionero inglés? ¿Fue una falacia ampararse en los principios de la obediencia debida? El documental enmarca la guerra de Malvinas en el contexto de la dictadura, y la voz en off de la directora brinda un plus, al dar cuenta de sus vivencias en el barrio militar de Curuzú Cuatiá, donde se crió. El film se verá todos los sábados de mayo, junio y julio en el C. C. Recoleta (Junín 1930), con entrada gratuita.

–¿Qué dificultades tuvo para contar esta historia en la que su padre es uno de los protagonistas?

–Mi padre tuvo el mismo tratamiento que los demás, pero me resultaba complicado ser la directora y la hija. Directores y guionistas amigos me sugirieron involucrarme con mi voz, decirle al espectador que soy “la hija de”, que estuve criada en ese mundo cerrado, como un country. Jugábamos todos juntos y sólo recibíamos una versión de los hechos. Durante la dictadura íbamos a la escuela en un colectivo militar... En ese ambiente viví hasta mis 9 años, durante Malvinas. Después mi viejo se fue del Ejército y nos mudamos a vivir a la ciudad en Curuzú Cuatiá y dejamos el barrio militar, que quedaba en las afueras.

–Usted cruza esta historia personal con el único prisionero inglés, que fue liberado el 8 de julio de 1982. ¿Le costó convencerlos?

–Jeff no dio entrevistas para TV en Inglaterra ni en la Argentina, tiene perfil bajo. Con mi padre pasaba lo mismo, a ninguno de los dos los beneficiaba hacer un documental sobre hechos tan dolorosos. A Jeff no le interesaba recordar esa experiencia que fue el peor fracaso de su vida. Como piloto te enseñan que podés morir, pero no perder el avión. El hace años es piloto comercial y tiene una buena vida: inicié el contacto en 2005 y las entrevistas las realizó Nora Sánchez. Cuando volvió de la guerra, mi padre no hablaba, estaba deprimido y no quería ejercer. Apenado por las muertes, se lamentaba de no haber recibido los suministros necesarios. Lo único que contaba era que había curado a un piloto inglés y mostraba una foto con la cara borroneada de Jeff. La historia me despertaba curiosidad pero no era importante, hasta que mi padre me contó que le habían dado la orden de presionar al piloto. ¿Qué significaba “presionar”? ¿Qué trato le habían dado? En 2002 junté más datos. El discurso oficial dice que hubo dos guerras: una contra la subversión y la de Malvinas. Al prisionero inglés le respetaron los derechos de la Convención de Ginebra. Los desaparecidos no tuvieron ningún derecho, no fueron considerados “prisioneros”. Me interesaba mostrar que no hubo dos guerras, romper esa hipótesis.

–Usted cuestiona el principio de obediencia debida...

–Los militares pudieron decir que no y no les iba a pasar nada. Los involucrados en torturas y desapariciones, y los que no participaron y cerraron la boca, tomaron decisiones respecto de su ética y de su moral. En entrevistas a sobrevivientes de campos de concentración –que no están en el documental– cuentan que los represores sentían un placer perverso, no estaban afligidos. Disfrutaban del poder, de las ganancias por los saqueos y el robo de propiedades. En ese mundillo, un sargento o un suboficial que usaba la picana tenía más poder que un oficial de alto rango, porque el que mandaba era el tipo de la picana. Tenía poder sobre el cuerpo del otro y sobre las ganancias. Era respetado, era el capanga. La película remarca que es una mentira ampararse en la obediencia debida.

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