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Viernes, 4 de junio de 2010
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LA ARGENTINA BYE BYE LIFE, DIRIGIDA POR ENRIQUE PIÑEYRO

Reír para esperar la muerte

La decisión de Gabriela Liffschitz de exhibir el avance de un cáncer disparará más de un debate, pero el resultado tiene la paradójica virtud de ser un ejercicio de vida. Ejercicio en el que se anula el pudor y abundan las muestras de humor negro.

Por Horacio Bernades
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La película se exhibe exclusivamente en el Malba, los viernes y sábados a las 20.

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BYE BYE LIFE
Argentina, 2008.

Dirección: Enrique Piñeyro.
Guión: Gabriela Liffschitz y E. Piñeyro.
Fotografía: Marcelo Lavintman.
Montaje: Jacopo Quadri.
Estreno en proyección HD en malba.cine, los viernes y sábados a las 20.

Diez años atrás y luego de someterse a una mastectomía, la escritora y fotógrafa Gabriela Liffschitz –de 36 años por entonces– tomó dos decisiones. La primera fue la de responder al cáncer con energía redoblada. La segunda, convertir la enfermedad, la propia inevitabilidad de la muerte, en exhibición pública, arte y espectáculo. Lo cual la llevó a publicar un par de libros en los que posaba desnuda, fundando lo que podría definirse como erótica de la extirpación (Recursos humanos, 2000, y Efectos colaterales, 2003). A mediados de 2003, con la enfermedad en fase terminal, Liffschitz inició otro proyecto, consistente en la filmación de sus últimos meses de vida. Coescrita junto a Enrique Piñeyro y dirigida por el realizador de Fuerza Aérea S.A. y la inminente The Rati Horror Show, la muerte de Liffschitz, en febrero de 2004, dejó esa película inconclusa. Sospechando seguramente que en este caso la inconclusión era la conclusión más lógica, tras presentar Bye Bye Life en el Bafici 2008, Piñeyro la estrena ahora en el auditorio del Malba, donde se exhibe los viernes y sábados a las 20.

“¿Qué título le pondrías a la película?”, pregunta Piñeyro a Liffschitz, a la que el bombardeo químico le dejó el rostro edematizado. “Le pondría Me creció un nene”, responde con revulsivo humor negro, en referencia al agigantado hígado. Por terminal que sea, el humor de Liffschitz no deja resquicio a la amargura, como lo demuestra la enorme sonrisa con la que festeja su hallazgo cómico. De Trotsky a Lacan, historia de una traición, bromea Piñeyro otro posible título, en alusión al recorrido ideológico de Liffschitz. Título final no menos cruel, Bye Bye Life es algo así como un work in progress de a dos, en el que Liffschitz y Piñeyro intentan armar (o hacen que arman: si algo no falta aquí es conciencia de la representación) lo que la biología está desarmando: el relato de una vida en sus postrimerías. Pero postrimerías no es ausencia de vida, como la propia Liffschitz se ocupa de recordar a cada rato. Y de poner en escena, desplegando una vitalidad y sentido del humor que de pose no tienen nada. “Esta soy yo cuando tenía dos tetas”, comenta como al pasar, revisando fotos viejas y coronando la autochicana con una nueva risotada.

Cocina de una película que jamás tendrá lugar, Piñeyro y Liffschitz preparan, detrás de escena, una ficcionalización de la vida de Gabriela, que un elenco que incluye a Alejandro Awada, Mausi Martínez y Gabo Correa debería interpretar. Por efecto químico, Liffschitz se adormece durante los ensayos, tiene que irse, eventualmente se siente mal y vomita. En ese momento, Piñeyro corta la imagen y deja el cuadro en negro. Pero el sonido sigue abierto. ¿Legítima muestra de pudor o, por el contrario, exhibicionismo a dúo, explotación sensacionalista? No sólo esa escena, sino el proyecto entero se abren a un mar de discusiones. Que la propia Liffschitz haya sido propulsora, aval y socia creativa de Bye Bye Life debería aventar buena parte de ellas. De hecho, después de haber vomitado fuera de cuadro se autoparodia, dando a pensar que la absoluta erradicación del pudor es una buena forma de quitarle poder a la melancolía. Como sus fotos de desnudos confirman.

Reconociendo legitimidad a la postura contraria, Piñeyro incorpora a la película su propia contestación, en la voz de un técnico que acusa a Liffschitz de tinellizar el duelo. “No me creo ese ‘me cago de risa de que me estoy muriendo’”, argumenta en pleno derecho el señor, a quien la película no identifica. “Reírte de la enfermedad no es negarla”, contesta Liffschitz (la cita es aproximada) en la escena siguiente. Afirmación tan incontrastable como el cuadro negro con el que se cierra Bye Bye Life. Un negro que no tiene fin, como la propia Liffschitz era la primera en saber. De allí la risotada.

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