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Sábado, 17 de julio de 2010
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Lorena García, directora de Esta cajita que toco tiene boca y sabe hablar

Con la copla para expresarse

Esta porteña enamorada del Noroeste argentino decidió filmar a las copleras, primero con un mediometraje sobre Julia Vilte y ahora con un documental que muestra un encuentro de las cantoras. Puede verse los domingos en El Camarín de las Musas.

Por Oscar Ranzani
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García abandonó el periodismo y la urbe tras conocer a una coplera en un colectivo.

Lorena García fue periodista durante muchos años, pero con el transcurso del tiempo comenzó a entrar en crisis con su profesión. O, más bien, a aburrirse de los días urbanos. Es que, si bien nació en Buenos Aires, su corazón siempre estuvo en el Noroeste argentino. Desde chica tuvo contacto con esa región, una de las más bellas de la Argentina: viajaba muy asiduamente con su familia, y cuando podía también lo hacía con amigos o para las fiestas de fin de año. Hasta que un día, estando temporalmente en Humahuaca, se encontró con una coplera en un colectivo: ese cruce fue el comienzo de una nueva vida para García. Buscó probar qué podía contar con una cámara que se había comprado desafiando el futuro y, entonces, se le ocurrió que registrar el mundo de las copleras podía ser el núcleo de un documental. O, más bien, de tres.

García comenzó a repartir sus días entre el asfalto de Buenos Aires y el paisaje imponente de Tilcara, donde no dejaba de filmar copleras. Mientras se encontraba con estas mujeres y conocía los diversos matices que había dentro de una misma provincia, de pueblo a pueblo, y entre Jujuy y Salta, le surgió la idea de filmar tres cortos: uno de ellos iba a focalizar en la emblemática coplera salteña Julia Vilte, otro iba a centrarse en los encuentros de copleras en Jujuy y, finalmente, el tercero mostraría el fenómeno que se estaba generando en Buenos Aires con el canto con caja. El proyecto fue mutando y terminó realizando el mediometraje Tengo una pena que es pena, sobre la figura de Vilte, que estrenó en 2006. Pero García tenía intenciones de hacer otro audiovisual. Fue en ese momento que se sumó al proyecto Mariana Baraj. “Entonces me puse a pensar cómo reunir el material que tenía en una historia que se contara a través de estas mujeres. Le propuse a Mariana viajar a Angastaco, Salta, para conocer a la coplera de la película anterior, Julia Vilte, y juntas trasladarse a Jujuy, donde se iba a estar preparando el encuentro con otras copleras”, relata García a Página/12 sobre el nudo de su primer largo documental, Esta cajita que toco tiene boca y sabe hablar, que se estrenará hoy (domingo 18) a las 20.30 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960) y que podrá verse allí todos los domingos en el mismo horario.

Esta cajita... es, ante todo, un documental vivencial que muestra el encuentro de mujeres copleras que se realiza todos los enero en Jujuy. García filmó todo el proceso a lo largo de cuatro años, sin recurrir a la voz en off ni tampoco a las entrevistas. Lo suyo fue un registro de sensaciones acerca de la experiencia de compartir este encuentro de tradiciones ancestrales que permite conocer cómo a través del canto se mantiene viva una cultura. Paralelamente, también registró momentos de un encuentro de cantantes profesionales (al margen de Baraj) en Buenos Aires; en este caso, sí fue planeado y pensado por la directora como una manera de indagar hasta dónde ha trascendido el canto con caja en las grandes ciudades: allí intervienen Mariana Carrizo, Melania Pérez, Verónica Condomí, Laura Peralta y Miriam García (discípula de Leda Valladares).

–¿Cómo investigó la tradición oral de la copla y qué le permitió ese conocimiento para elaborar el documental?

–Encaré la investigación por diversos lados. No hay muchos libros publicados sobre coplas. Hay algunos cancioneros, algunas tesis, un libro de Leda Valladares, pero no mucho más. Después entrevisté a académicos que estudiaron el tema, también a cantantes que hacen coplas. Pero una parte importante fue convivir con las copleras. Si bien inicié la investigación por los caminos tradicionales, la combinación de vincularme con ellas y viajar a distintas localidades, poder compartir experiencias, escucharlas cantar, y luego irme a vivir allá, sirvió para entender de qué se trataba lo que yo quería registrar.

–Si bien es un documental, al mostrar el encuentro de copleras le da un tono ficcional a la narración, sobre todo porque prácticamente no hay entrevistas a cámara, sino registros de situaciones. ¿Por qué lo pensó así?

–No quise hacer un documental informativo sobre la copla, en donde yo o algún entendido académico en la materia tuviera que explicar o contar sus orígenes, o alguna coplera que contara cómo canta. Quise que fuera una película vivencial, en donde uno pudiera acercarse desde otro lugar a ese sentimiento que es cantar coplas. En cuanto a lo estrictamente cinematográfico, me gusta mucho el documental de creación, y creo que cada vez más los límites del documental están difusos en cuanto a lo que se considera objetivo. Me incliné hacia lo verdadero de las situaciones. No hubo ninguna situación ficticia porque, si bien es una historia que se cuenta a través de estos viajes, no hubo nada que se haya hecho para la cámara o se haya repetido para que quedara como yo lo tenía pensado. Sí, el encuentro entre Mariana Baraj y Julia Vilte se propuso, pero lo que se ve en la película fue tal cual sucedió y fue en una sola toma.

–¿Qué expresan estas mujeres a través de las coplas?

–Las coplas van más allá de lo que se considera el hecho de cantar. Incluso van más allá de una buena voz, aunque sea muy bella la interpretación. Se transmiten modos de vida, pensamientos y toda una cultura que viene de la mano de las coplas y que se sigue manteniendo viva, a pesar del paso del tiempo.

–¿Las considera artistas o cree que sus interpretaciones trascienden el arte y forman parte de una cultura tradicional de la región donde habitan?

–Creo que son artistas en sus pueblos. Yo le doy un sentido artístico. Quizá no sus familias, porque consideran que cantar coplas es algo muy natural. Tal vez en la ciudad se le da un sentido artístico a lo que hacen ellas. La mirada de las grandes ciudades genera que uno diga: “¡Cómo cantan esas mujeres!”. El sentido artístico se lo damos en las ciudades y, en todo caso, ellos le dan un sentido cultural.

–¿Cree que a través del canto estas mujeres no sólo expresan sus sentimientos sino, por ejemplo, también posturas políticas?

–Sí. Las coplas abarcan un rango muy amplio. Por lo general, la gente suele vincular a las coplas con la pena o la tristeza. Es cierto que las coplas pueden expresar la pena en forma majestuosa y hasta tremebunda, son el dolor con toda su potencia, pero puede ser que no se conozcan otras coplas de amor, de despecho, de venganza, de muerte. Hay coplas existenciales y también guasas: está toda la picaresca, hasta las coplas guasas. Es muy amplio. Por ejemplo, están las copleras de la Cuadrilla de Cajas y Erquenchos de 1800, que son las que viajan en colectivo en el documental. Ellas cantan coplas en contra de la Iglesia. Y cantan coplas burlándose, de algún modo, de los hombres. “Ellos no saben de cantar, ahí se han quedado costureando”, dicen. Y la gente que las ve, piensa que son feministas. No sé si hay que rotularlas de ese modo o si tienen una postura política: ellas cantan libremente sus coplas y no se embanderan detrás de ningún “anti nada”, porque son señoras que están casadas, viudas, divorciadas, con hijos o sin hijos. Las coplas permiten un espacio de expresar lo que uno quiera.

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