A pesar de que los japoneses necesitamos salir del dolor puro y buscar la felicidad después de la guerra, cada 6 de agosto suenan las sirenas que recuerdan el bombardeo atómico. Lo que hacemos es cerrar los ojos y dedicar unos instantes a los que se fueron. En ese sentido, hay un detalle que me ha dado tranquilidad desde que ando por Latinoamérica, y es que he tenido la posibilidad de comprobar que los pueblos de aquà tienen la suficiente imaginación y sabidurÃa social como para poder acompañarnos en el dolor. Esa capacidad de entender nuestro lamento me parece muy noble, y no sé si muchas otras sociedades tendrán esa riqueza.
Cuando estallaron las bombas mi mamá tenÃa cuatro años. Ninguno de los adultos de su familia se enteró de lo que habÃa ocurrido hasta mucho después, porque se habÃa instaurado una censura muy fuerte en la prensa. Tal vez eso explique que incluso en esta época seguimos descubriendo testimonios. Hace unos dÃas, por ejemplo, recibà un e-mail de una de mis mejores amigas, que vive allá. A pesar de que nos conocemos desde la adolescencia, ella decidió contarme por primera vez que toda la familia de su papá habÃa sido pulverizada por el estallido. Lo habÃa mantenido en la intimidad, y por fin habÃa conseguido reunir la fuerza suficiente para contármelo.
* Intérprete de charango y fotógrafa radicada en Argentina. Colaboró con el realizador Julio MartÃnez en la banda sonora y la producción de Visiones de Hiroshima.
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