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Jueves, 12 de agosto de 2010
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Fabián Hofman se inspiró en su propia historia para Te extraño

“Un exilio es una bomba atómica”

El cineasta tiene un hermano desaparecido y, aunque no militaba, debió marchar hacia Brasil a los 16 años por decisión de sus padres. Algo similar les sucede a los personajes de su película, pero él no cree que el cine sirva para exorcizar demonios.

Por Oscar Ranzani
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Hofman retornó a la Argentina con la democracia, pero se fue a México, harto del menemismo.

Para la gran mayoría del público argentino, el de Fabián Hofman es un nombre desconocido. Es que este cineasta argentino vive en México desde hace quince años, producto de su hastío del menemismo. Y fue precisamente en la tierra del tequila donde debutó como realizador con el drama político Pachito Rex, me voy pero no del todo. Pero Hofman es dueño de una historia muy particular que merece ser contada: tiene un hermano desaparecido y él, con tan sólo dieciséis años, debió exiliarse en la casa de sus tíos maternos en Río de Janeiro para no tener el mismo destino. Sus padres decidieron que ese era un ámbito más seguro que la Argentina oscura y terrorista de la dictadura, mientras ellos se quedaron en el país. Hofman estuvo un año viviendo en una de las ciudades más grandes del Brasil, pero como no podía estudiar por cuestiones de papeles, luego viajó a Israel, donde terminó el colegio secundario. Allí realizó un curso de fotografía cinematográfica, y recién en 1983, tras el regreso de la democracia, retornó a la Argentina. “Un exilio es una bomba atómica”, grafica Hofman a Página/12. “Y en un exilio a esa edad, todo lo que era deja de ser y empezás de cero otra vez. Es algo muy raro de explicar, no es fácil. Significa confusión, pero también se descubre, de repente, un mundo que uno no sabía que existía. En mi caso, significó mucho dolor, incertidumbre. No sabés dónde colocar las cosas, las estanterías se revuelven”, agrega el director.

Inspirado en su propia historia, Hofman realizó Te extraño, una ficción que se estrena hoy en la cartelera porteña. El film se sitúa en Buenos Aires durante el comienzo de la dictadura militar. Una familia de clase media con dos hijos, Adrián, militante montonero, y Javier, su hermano menor de dieciséis años, tratan de vivir lo mejor posible tras el golpe de Estado. Adrián está comprometido políticamente, Javier no, pero su hermano es su referente. Cuando el padre toma conciencia del peligro que implica la dictadura, decide que sus hijos vivan casi de manera aislada en su oficina. Pero Adrián va a una cita “cantada” y es secuestrado por un grupo de tareas. Desde entonces, permanece desaparecido. La familia decide, entonces, que Javier se vaya a vivir a México. Allí intentará rearmar su vida y en eso lo ayudará conocer el amor. Pero al toparse con ex compañeros de militancia de Adrián, exiliados también en México, este adolescente se planteará algunas cuestiones esenciales en la vida de alguien que debe crecer de golpe.

–No es difícil suponer que recuerda la época de la dictadura con mucho dolor por su hermano. ¿Era una deuda pendiente hacer una película que abordara el tema?

–No sé si decirlo con esas palabras, porque “deuda pendiente” es como si uno debiera algo. Y no siento que debiera nada. Más bien, tenía ganas. Ganas de contar esta historia, porque espero que la vean muchos jóvenes. Me parece que es una historia para jóvenes. Es muy actual. Los exilios siempre son muy actuales en este mundo, más allá de la situación particular de la Argentina en los ’70, con la dictadura y las desapariciones.

–¿Por qué tardó treinta años en realizar este film que lo toca tan de cerca?

–No creo que el cine sirva para exorcizar demonios. Al contrario: una vez que ya los entendiste, los sacaste y los pusiste en el lugar donde van, recién ahí se puede reflexionar sobre el asunto. Cada uno tiene su proceso. Quizá yo soy muy lento (risas).

–¿Hasta qué punto la película es autobiográfica?

–Hubo una guionista en el proceso de trabajo, a quien le iba contando ciertas cosas que me hacían acordar de otras. La situación en la película no es como fue en la realidad, pero sí está inspirada en algo que sucedió. El núcleo, la razón de la secuencia, sí existió. Hay modificaciones lógicas en la ficción. Una película es muy estrecha en el fondo, no es un libro. Es un formato bastante difícil de abordar, entonces necesita adecuaciones. Pero el corazón, el ser de cada cosa que va sucediendo, sí existió. No se inventó, se adecuó para la historia.

–¿Es una ficción que rescata la memoria histórica?

–Diría que rescata la memoria familiar. Es una historia chiquita, y por los poros sale la historia social y política.

–El exilio siempre es comentado en pasado; es decir, viejos militantes que recuerdan su penosa experiencia. En cambio, en este caso, Javier lo vive en el presente. ¿Cómo buscó reflexionar en torno de esto?

–Lo que pasa es que Javier es el punto de vista de la película. El “es” la película. Eso fue lo más importante: buscar su mirada de lo que le sucede. Me importaba el punto de vista de un chico de 16 años en lo que le tocó vivir.

–¿Por qué decidió que el punto de vista fuera el de Javier?

–Porque me parece que es el punto de vista menos contaminado.

–¿En cuanto a información?

–En general: en cuanto a sensación, información, en cuanto a medir las cosas. Es como si él fuera midiendo qué pasa en todos los ámbitos donde le va tocando confrontarse. Eso me parece lo más vivo, y además, lo más fresco en toda esa historia que cuenta Javier.

–¿El hecho de que el protagonista de la película sea un adolescente fortalece su idea de que la película apunta a los jóvenes?

–Sí, creo que lo que le pasa a Javier, más allá de la circunstancia histórica, política y social, es lo que nos pasa a todos en nuestro crecimiento. A él le tocó algo más y algo menos al mismo tiempo.

–¿Javier debe crecer de golpe?

–Es un exilio que te fuerza. En la película, él hace un crecimiento, se da cuenta de cosas, se anima, no se achica. Necesita otra vez poner el foco en su vida. Por eso me parece que a los chicos puede gustarle.

–¿Javier se identifica con Adrián porque es su hermano mayor o porque siente lo mismo que él desde el punto de vista ideológico?

–Esas cosas van siempre pegadas, es muy difícil desdoblarlas. Es su hermano, lo admira, lo quiere, lo que hace le parece interesante e increíble. Que a los 16 años te muestren que el mundo se puede llegar a cambiar es lo más grande que hay. Después le toca aprender y aprehender.

–¿Usted encuentra algo reprochable en Adrián?

–Es la pregunta del millón. Sí.

–¿Qué?

–El no haber optado finalmente por la vida. Hay una cosa muy loca. La película plantea un hecho muy particular: hay una cita que se sabe que está “cantada”. La lógica es que no vas a una cita “cantada” a que te maten. Hablo de la lógica de la vida.

–El hecho de que Adrián se entrega y que, de algún modo, sus ideales políticos están por encima del valor por la vida, ¿es algo que usted piensa de la generación del ’70?

–Una cosa es heroísmo y otra cosa es estupidez. Son bien diferentes. En el caso de Adrián, creo que no es heroísmo ir a morir. Hoy en día no lo pienso como heroísmo: siempre es más difícil seguir viviendo que estar muerto.

–Usted señaló que su película es para los jóvenes que no vivieron la época de la dictadura. ¿Cómo cree que puede ser recibida por una persona que sí la vivió?

–Ese es el miedo. La película es un punto de vista, no quiere contar la historia, sino una historia. Le es suficiente con eso. Y en ese sentido, como eso es muy claro, muy sincero, hasta ahora la repercusión en esa gente fue absolutamente positiva.

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