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Sábado, 18 de septiembre de 2010
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Chicogrande y Abel abrieron dos secciones

Menú mexicano en Donostia

La película del veterano Felipe Cazals recuerda una invasión norteamericana a México. Y el debut del actor Diego Luna como realizador muestra a un chico que vuelve a casa después de una temporada en un centro de salud mental.

Por Horacio Bernades
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Como siempre, Cazals entrega en Chicogrande un perturbador tratamiento de la violencia.

Desde San Sebastián

Menú mexicano en San Sebastián: subrayando con más evidencia que nunca el apoyo de este festival al cine latinoamericano, películas de ese origen tuvieron a su cargo la apertura de la Sección Oficial y de Horizontes Latinos, dos de las tres secciones centrales del evento. Chicogrande, lo más nuevo del septuagenario Felipe Cazals, abrió la Sección Oficial, mientras que quedó a cargo de Diego Luna la apertura de Horizontes Latinos, sección enteramente dedicada a films latinoamericanos. El actor de Y tu mamá también lo hizo con su ópera prima como realizador, Abel, uno de cuyos coproductores es Gael García Bernal, su cofrade en aquella película (otro es John Malkovich). A su turno, le cupo al film coreano Poetry, de Lee Changdong –parte de la competencia de Cannes, meses atrás– inaugurar Zabaltegui, segunda sección en importancia del festival. Todo esto sucede bajo la permanente amenaza de lluvia con que esta ciudad suele recibir todos los años a sus visitantes y con una concurrencia de público e invitados por el momento más baja que la habitual.

“2010, bicentenario de la Independencia, centenario de la Revolución”, dice uno de los carteles iniciales de Chicogrande, y es el segundo de esos eventos el que la película evoca. Basado en un episodio real, el opus 28 de Cazals en el campo de la ficción tiene como marco una “expedición punitiva” ordenada por el presidente estadounidense Woodrow Wilson en 1916. En respuesta a una incursión de Pancho Villa en territorio de Nuevo México, Wilson envió al patio trasero un ejército integrado por siete mil soldados, con órdenes de capturar al líder revolucionario. Pero no es Villa sino uno de sus leales el protagonista de Chicogrande, que transcurre en una zona serrana, en la que el líder y un puñado de sus hombres buscan refugio. “Es un territorio en el que se han filmado infinidad de westerns”, dijo Cazals en la conferencia de prensa posterior a la proyección, tras reconocer que su película puede adscribirse a ese género, “no sólo por la geografía, sino porque en los westerns los personajes se definen por sus acciones, y eso es lo que ocurre aquí”.

En verdad, los personajes de Chicogrande no se definen sólo por sus acciones, sino también por sus palabras. Algunos diálogos sobrescritos y otros francamente sentenciosos son lastres con los que carga la película de Cazals, realizador reconocido por su perturbador tratamiento de la violencia. Chicogrande no es la excepción: los miembros del ejército yanqui levantan a latigazos la piel de los campesinos, al oficial a cargo le cortan el cuero cabelludo al estilo indio, una vendedora de enchiladas (Patricia Reyes Spíndola) aplasta de una pedrada la cabeza de un soldado enemigo. De más está decir que la “expedición punitiva” que evoca Cazals rima hasta la última letra con la “guerra preventiva” de Bush. “No sólo la ocupación de Irak se parece a lo que muestro aquí –subió la apuesta el realizador–. Las invasiones de Panamá, Granada y otros países latinoamericanos se dieron de modo semejante. De hecho, la que narra la película es sólo una de tres invasiones estadounidenses del territorio mexicano en el curso de la historia.”

Más allá de su evidente carácter de declaración política en presente, el culto del exceso le da un valor particular a Chicogrande. Excesos esperpénticos (tres prostitutas enanas hacen justicia sobre el oficial yanqui), de humor negro (el soldado al que Reyes Spíndola ejecuta canta “Adelita”, borracho, antes de que lo maten), visuales (un bosque de ahorcados parece brotar de un lienzo de El Bosco) y hasta épicos, con un protagonista cuya maratónica, infinita agonía final hace pensar en un verdadero superhéroe popular. El humor es también uno de los sostenes de Abel, película irregular pero no carente de atractivos. Coescrita por el propio Diego Luna, Abel gira alrededor de un niño que tras una larga internación en un centro de salud mental vuelve al seno familiar. Algo genera incomodidad: más allá de una mudez apenas pasajera y una manía apenas eventual, relacionada con la palma de una mano, Abel no parece estar tan loco como su familia parecería dar por hecho.

Lo incómodo se vuelve gracioso cuando el chico ocupa el rol del padre ausente con excesivo celo, censurándole el pretendiente a la hermana mayor, retando al menor por su rendimiento escolar y desconociendo al padre cuando éste vuelve al hogar. Que a partir de ese momento se trame una complicidad familiar con el nuevo rol de “padre” del chico, tratando de no contrariarlo para que no se brote, acentúa la gracia. Y la incomodidad, claro. Algunos elementos discordantes (una fotografía por momentos desubicadamente preciosista, algún exceso estético, un cuestionable suspenso con chicos en peligro, sobre el final) hacen de Abel una película no del todo lograda. Pero su humor y desconcertante tratamiento de la disfuncionalidad familiar, sumados a un muy buen ojo para el casting, permiten aguardar con interés la futura carrera de Luna como realizador. Eso sí: por suerte aquí las películas se exhiben con subtitulado electrónico en inglés. En caso contrario, la cerrada dicción, los modismos y el deficiente sonido habrían complicado gravemente la comprensión de ambos exponentes del cine mexicano.

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