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Domingo, 26 de septiembre de 2010
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EL FESTIVAL DE TORONTO CONTINUA TODO EL AÑO EN SU NUEVA SEDE PROPIA

Volver al futuro de las salas oscuras

En un momento en el cual se anuncia la muerte del cine como ritual colectivo, en Toronto inauguran un complejo con cinco salas de última generación y dos galerías de exposiciones dedicadas a celebrar la idea del cine como experiencia artística.

Por Luciano Monteagudo
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El TIFF Lightbox, modelo insólito de fusión de empresa cultural y negocios inmobiliarios.

Desde Toronto

Más allá de que un festival no competitivo como el de Toronto igualmente tiene sus premios (Incendies, del québecoise Dennis Villeneuve, fue elegido el mejor largo canadiense por un jurado local) y que las votaciones de los críticos, como los convocados por el sitio IndieWire, también producen su propio palmarés (Meek’s Cutoff, de Kelly Reichardt, fue favorecida como la mejor ficción y Tabloid, de Errol Morris, el mejor documental), un balance de la edición que culminó el pasado fin de semana no puede sino destacar un hecho central: la inauguración de la impresionante casa propia, el TIFF Bell Lightbox. Tal como su nombre lo indica, el Toronto International Film Festival impuso en pleno centro de la ciudad, en el pujante Entertainment District, “una caja de luz” que irradiará sus proyecciones y actividades durante todo el año y no apenas durante los diez días que dura un festival.

Lo notable del caso es que en un momento en el cual las voces más agoreras anuncian la muerte del cine tal como siempre lo conocimos –la experiencia colectiva en una sala oscura–, supuestamente vencido por la infinidad de pantallas individuales que multiplica la era digital (desde la televisión HD hasta la computadora, pasando por el iPod y el teléfono celular), en Toronto, una de las ciudades más prósperas y avanzadas tecnológicamente del planeta, el festival acaba de levantar una catedral con cinco salas de última generación (la mayor de 550 butacas), dos galerías de exposiciones y tres estudios dedicados íntegramente a celebrar la idea del cine como experiencia artística.

Lejos de entender al cine como una mera excusa para vender pochoclo, el TIFF Bell Lightbox –que carga en su nombre, como una penitencia, la marca de la empresa de telefonía celular que es, históricamente, el principal auspiciante del festival– albergará de ahora en más todas las acciones de la TIFF Cinémathèque (antes Cinémathèque Ontario) y la TIFF Film Reference Library, la mayor biblioteca especializada en cine del Canadá angloparlante. De hecho, desde la inauguración, cinco años atrás, de la nueva sede de la Cinémathèque française, diseñada por el arquitecto Frank Gehry en el parc de Bercy en París, el mundo del cine no había experimentado algo semejante.

“Todo esto es posible gracias a la continuidad de una gestión”, asegura Piers Handling, director del festival desde 1994. De hecho, el proyecto de levantar una casa propia comenzó diez años atrás y durante ese lapso una intensa campaña de recaudación de fondos llevó a la organización del festival a reunir los 140 millones de dólares que costó la construcción y puesta punto del complejo. Según Noah Cowan, director artístico del TIFF Lightbox, “solamente el 30 por ciento corresponde a fondos públicos, provenientes del gobierno nacional, el provincial y de la ciudad”. El resto fue producto de donaciones e inversiones privadas, como la de la familia Reitman, dueña original del predio donde ahora se levantan no sólo los cinco pisos del Lightbox sino también un condominio de viviendas y oficinas de 46 pisos llamado Festival Tower y que ayudó a financiar el proyecto, en un modelo insólito de fusión de empresa cultural y negocios inmobiliarios que quizá sólo sea posible en esta ciudad.

Llegado de Checoslovaquia a Toronto como sobreviviente de la Shoah, el patriarca Leslie Reitman tuvo en la esquina de las calles King y John (en los años ‘60 apenas una barriada periférica) primero una tintorería, luego un lavadero de autos y finalmente, a medida que iba adquiriendo lotes, un estacionamiento. Pero su descendencia se dedicaría al cine: su hijo Ivan Reitman fue el realizador de éxitos como Los cazafantasmas y su nieto Jason Reitman es el celebrado director de La joven vida de Juno y Amor sin escalas. Ambos, por supuesto, fueron invitados de honor de la inauguración del Lightbox, enclavado en la que a partir de ahora se llama... Reitman Square.

¿Y qué va a pasar en el TIFF Lightbox ahora que concluyó el festival? Ya están en cartel sendos estrenos: la última ganadora de la Palma de Oro de Cannes, Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives, del tailandés Apichatpong Weerasethakul, y Les Amours imaginaires, del nuevo enfant terrible del cine canadiense, Xavier Dolan. El viernes David Cronenberg, nada menos, presentó personalmente una copia restaurada de su visionaria Videodrome (1983). Y en simultáneo arrancó una monumental retrospectiva denominada “Essential Cinema”, un centenar de clásicos de la historia del cine encabezados por La pasión de Juana de Arco (1927), de Carl Theodor Dreyer, a la que acompaña una abigarrada exposición de afiches y objetos que van desde la cámara con que se rodó Ladrones de bicicletas, la cumbre neorrealista de Vittorio De Sica, hasta uno de los vestidos que lucía Claudia Cardinale en El gatopardo de Visconti y la licencia de taxista que usó Robert DeNiro cuando se preparaba para su personaje en Taxi Driver.

¿Videoinstalaciones? No podían faltar, ahora que están en su apogeo. Mientras en una sala se puede seguir la ya famosa 24 Hour Psycho, de Gordon Douglas, que descompone fotograma por fotograma la obra maestra de Alfred Hitchcock, en otra hay una instalación de Atom Egoyan que trabaja sobre los múltiples sentidos de 8 y 1/2 de Fellini, mientras en una tercera otro canadiense, Guy Maddin, el delirante autor de Brand Upon the Brain!, propone Hauntings, quizá la más original del grupo, en la medida en que imagina, bien a su estilo, los fantasmas de legendarios films perdidos o nunca realizados de la historia del cine, espectros de películas de Josef Von Sternberg, Victor Sjöstrom y Fritz Lang.

En el futuro inmediato, el TIFF Lightbox albergará a partir de noviembre la celebrada exposición dedicada a Tim Burton que curó el MoMA de Nueva York, con cientos de diseños, maquetas, muñecos y objetos del autor de El cadáver de la novia, Y según confió Noah Cowan a Página/12, ya está en marcha el ambicioso proyecto de reestrenar, en una copia nueva en 70 mm, como en la época de su première original, 2001 Odisea del espacio, de Stanley Kubrick.

Un detalle que habla a las claras de la inspiración netamente cinematográfica del TIFF Lightbox –más allá de su restaurante, sus dos cafeterías y su shop donde adquirir libros, remeras y postales, como en todo museo del mundo– es la terraza del edificio, que en el próximo verano, cuando hayan concluido todas las obras, funcionará como sala de cine a cielo abierto. La gran escalinata que imaginó el estudio de arquitectura KPMB –responsable de otros edificios públicos en Toronto, como el Royal Conservatory of Music y el Gardiner Museum– y que preside la terraza está inspirada en la gigantesca escalera de la notoria Casa Malaparte, en la isla de Capri, que fue el impactante escenario de las escenas más recordadas de El desprecio (1963), de Jean-Luc Godard.

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