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Viernes, 12 de noviembre de 2010
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APICHATPONG WEERASETHAKUL, GANADOR DE LA PALMA DE ORO DEL FESTIVAL DE CANNES

“Todavía necesitamos de la sala oscura”

El director tailandés, considerado uno de los más influyentes y sofisticados del cine contemporáneo, llegó por primera vez a Buenos Aires para presentar sus tres últimos largometrajes en el marco del Festival 4 + 1, que comenzó ayer en el Malba.

Por Luciano Monteagudo
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“En el campo del cine, siempre vamos a necesitar de la experiencia colectiva”, dice Apichatpong Weerasethakul.

“El cine es una máquina del tiempo, es un instrumento capaz de preservar el pasado y proyectarlo hacia el futuro. Los muertos vuelven a vivir con el cine y no nos asombra seguir viendo a Cary Grant tan joven y bello como hace 70 años.” Quien habla es el tailandés Apichatpong Weerasethakul, Palma de Oro del último Festival de Cannes por la extraordinaria Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives (El tío Boonmee, que puede recordar vidas pasadas), un film que precisamente establece un diálogo entre vivos y muertos, entre un hombre que se despide de la vida y a quien se le cruzan los fantasmas de su esposa fallecida y de su hijo desaparecido, en lo más espeso de la jungla tailandesa.

Apichatpong (“Joe” para los amigos) llegó por primera vez a Buenos Aires para presentar en carácter de preestreno Uncle Boonmee y otras dos de sus películas, Tropical Malady (2004) y Syndromes and A Century (2006), en el marco del Festival 4 + 1, que comenzó ayer en el Malba y se extiende hasta este domingo (ver aparte). Nacido en Bangkok en 1970, con estudios de Arquitectura en su país y de Bellas Artes en el Art Institute de Chicago, Apichatpong también ofrecerá hoy por la mañana una Master Class titulada Delirium, en la que durante tres horas presentará clips, bosquejos y referencias a su labor cinematográfica desde 1994 hasta la actualidad. Y su reputación es tal que la inscripción se cerró a poco de haber sido abierta, no bien se colmaron todas las vacantes. “Siempre escucho decir que el cine, al menos tal como lo conocemos, está en vías de de-saparición, pero yo no creo que sea así”, dice en rueda de prensa Apichatpong, que habla como en un susurro, con la misma delicadeza que tienen todas sus películas. “Quizá cambien los modos de circulación de las películas, pero siempre vamos a necesitar de la experiencia colectiva.”

–¿Internet y las redes sociales son el futuro del cine?

–Es un futuro posible, pero no está todavía desarrollado, es una plataforma que está en construcción. Aún no tenemos todas las herramientas. Y además todavía necesitamos de la experiencia colectiva de la sala oscura, de la experiencia social. Es algo que está en nuestros genes. Las salas de cine son como las antiguas cavernas, donde el hombre primitivo contaba sus historias y las ilustraba con pinturas sobre las paredes. Eso es algo que no creo que llegue a de-saparecer.

–¿Qué cambió para el cine de su país la Palma de Oro en Cannes?

–Mucho. El reconocimiento que viene con el premio es enorme, la gente que hace cine se siente con más confianza para llevar adelante sus proyectos. Incluso se abrió una sala para el cine independiente, que pasa películas hechas en digital. Y el público también se ha vuelto más curioso y se interesa por estas películas. También cambió la percepción que el gobierno tiene del cine como arte. Es la magia de Cannes. Varias de mis películas anteriores fueron censuradas, pero ahora Uncle Boonmee se estrenó antes en Bangkok que en ninguna otra ciudad del mundo. Y tuvo mucho éxito, algo que antes no me había sucedido.

–¿Cómo es el cine en Tailandia?

–Tailandia es un país pequeño y su cine también lo es. En líneas generales, el cine es considerado un entretenimiento masivo. Hay cinco grandes estudios, que de hecho funcionan como un banco porque aportan el dinero para la producción de películas, ya que no hay fondos estatales de ayuda al cine, como en otros países. Se producen hasta 50 películas al año. Los temas son locales, pero el lenguaje es prestado, tiene elementos de otros cines, de la India, Hong Kong o Corea. Pero en los últimos años ha habido una explosión del cine underground y del cine independiente hecho al margen de los estudios, con cámaras digitales. Y este cine no está aislado como lo está el cine comercial: hay una gran circulación de directores y técnicos, entre Tailandia y Malasia, Singapur o Camboya. Veo mucho futuro en el cine del sudeste asiático.

–¿Un premio como el de Cannes puede cambiar su manera de hacer cine?

–La Palma de Oro fue como una felicitación, un reconocimiento, una inyección de confianza, pero eso no tiene por qué afectar mi cine. Por el contrario. En todo caso, pueden cambiar las condiciones de producción, pero cuando uno hace este tipo de cine, que no responde a las exigencias del mercado, es siempre una situación muy inestable. La financiación nunca está asegurada. Es un proceso sadomasoquista: hay dolor, pero también hay goce. Es verdad que después de Cannes tuve muchas ofertas que antes no hubiera tenido, pero no sé si es gente que sabe exactamente qué es lo que hago y lo que quiero hacer. Yo fundé mi propia productora en Tailandia y en Europa trabajo siempre con los mismos coproductores y somos todos como una gran familia. Y eso no lo voy a cambiar.

–¿Con qué directores se siente más afín?

–Tres de mis directores predilectos son Hou Hsiao-hsien, Abbas Kiarostami y Tsai Ming-liang. Son cineastas muy personales, que reflejan la realidad de sus países y que por eso mismo son universales. A los tres los admiro mucho, pero de quien me siento más cercano, con quien me siento más conectado es con el cine de Tsai. Del cine argentino conozco muy poco y espero llevarme unos cuantos dvd de este viaje, pero sí me entiendo muy bien con Lucrecia Martel. Me gusta mucho su cine, compartimos una misma locura. Y cuando estuve en el jurado de Cannes hace unos años peleé mucho por un premio para La mujer sin cabeza, pero me parece que fui el único y no tuve suerte.

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