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Domingo, 14 de noviembre de 2010
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LOS REPRESENTANTES ARGENTINOS EN LA COMPETENCIA INTERNACIONAL DE MAR DEL PLATA

Tres directores en busca de un Astor

Nicolás Goldbart (Fase 7), Fernando Spiner (Aballay, el hombre sin miedo) y Rosendo Ruiz (De caravana) presentan sus películas, que van desde el género fantástico hasta el western criollo pasando por la crítica social a la manera cordobesa.

Por Oscar Ranzani
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Nicolás Goldbart dice que Fase 7 “es más que nada una comedia”.
Fernando Spiner y Rosendo Ruiz van a estrenar sus películas en el Auditorium marplatense.

No debe haber lector que no recuerde que la pandemia de la gripe A despertó en Argentina una especie de paranoia social casi unánime. Lejos quedaron los miedos de aquel virus que en 2009 presagiaba el apocalipsis. Pero el cine se inspiró en las conductas de la sociedad de aquella época: Fase 7, ópera prima de Nicolás Goldbart, muestra a través de un relato de tono fantástico, cargado de humor negro, las reacciones que genera en las personas la aparición de un virus mortal. “Más que la gripe A, el disparador fue la situación de paranoia, la locura que se desató y la visión de cómo la gente reaccionaba ante el miedo y lo que estaba pasando”, cuenta Goldbart acerca del origen de su primer largometraje que participa en la Competencia Internacional del Festival de Cine de Mar del Plata. Las otras dos producciones argentinas que compiten a nivel internacional por el Premio Astor son Aballay, el hombre sin miedo, de Fernando Spiner, y De caravana, de Rosendo Ruiz. Los tres directores hablaron con Página/12 y contaron las características de sus largometrajes.

Goldbart estudió en la Universidad del Cine y fue montajista de Mundo grúa, de Pablo Trapero; El fondo del mar, de Damián Szifrón; El custodio, de Rodrigo Moreno, y Los paranoicos, de Gabriel Medina. A la hora de mencionar cuánto ayudaron estas experiencias con exponentes del Nuevo Cine Argentino, Goldbart tiene una postura definida: “Habría que ver qué es el Nuevo Cine Argentino, porque no hay dos directores que tengan un mismo estilo como para decir que eso es algo”. Pero el oficio, considera Goldbart, “se aprende con la experiencia. Todos los años de trabajo suman y uno ve cómo se hacen las cosas, cómo no hay que hacerlas y, por supuesto, que el trato con pares es siempre nutritivo. Pero yo no sé si hay algo en el estilo de los directores con los que trabajé que tenga que ver con mi película”.

Uno de los aspectos de las conductas generadas a raíz de la gripe A que se ven en Fase 7 es el aislamiento, ya que la historia sucede en un edificio que es puesto en cuarentena. “Por ejemplo, yo tenía amigos cuyas mujeres estaban embarazadas, igual que una de las protagonistas de la película, y decidieron quedarse atrincherados en sus departamentos.” Otro rasgo del comportamiento social que puede notarse en el film es, según Goldbart, una prueba de una conducta miserable en la gente: el miedo al otro. “Yo no creo en la solidaridad cuando la humanidad está ante una amenaza –sostiene–. Es un sálvese quien pueda, sobre todo en cosas de grandes proporciones. Me parece que ante una situación de semejante tamaño, la solidaridad tiene un límite y, en algún punto, lo que sale es lo peor.”

El tema de la película suele asociarse con el terror. Sin embargo, la apuesta de Goldbart incluye el humor negro. “El humor negro es algo natural en mí. No es algo calculado”, dice. Y luego explica el otro elemento identitario del film: lo fantástico. “Por ahí esa elección tiene que ver con un gusto personal mío más que con un cierto cine. Tenía ganas de hacer algo que tuviera que ver con eso. Es para el lado en que se dispara mi imaginación y porque me parecía que la situación tenía un tinte bastante apocalíptico. De todas maneras, si bien hay un tono de género fantástico en la película, no hay ningún elemento concreto de ciencia ficción, no hay zombies ni platos voladores. Lo que hay es gente que se vuelve loca. No hay específicamente un elemento fantástico más allá de un virus que no existe en la realidad y que tiene una virulencia que no tuvo todavía ningún otro. Pero no sé si eso es género fantástico”, se pregunta el cineasta, quien señala que su película también tiene elementos del western, del cine de acción y de comedia. “Es más que nada una comedia, pero lo que pasa es que tiene un diálogo directo con el cine de Carpenter”, afirma Goldbart.

La violencia gaucha

Fernando Spiner no resulta un cineasta fácil de encasillar en un tipo de cine: en 1998 se animó a la ciencia ficción con La sonámbula, y ahora es el turno del western criollo Aballay, el hombre sin miedo, adaptación del cuento homónimo del escritor Antonio Di Benedetto. Este director, amante de la obra del autor argentino, tuvo que esperar veinte años para realizar este largometraje: el proyecto nació hace dos décadas cuando, estando en Italia, le acercaron un ejemplar de Aballay, e inmediatamente imaginó una película. Pero en ese largo recorrido hubo idas y vueltas con productores italianos y franceses hasta que finalmente pudo concretarlo a través de un premio que obtuvo del Incaa.

Spiner recalca que siempre le impresionó la manera de escribir de Di Benedetto y también cómo el escritor “logró imponer una idea sobre la moral y la culpa”. Precisamente, el director también define Aballay como “una película sobre la violencia y la culpa. Y es un western. Por lo tanto, es violento. Lo interesante es que los personajes reflexionan alrededor de la cuestión, a su modo, de manera muy rústica, pero eso es algo que le da una característica, además de ser un western”, señala Spiner, quien reconoce que lo que más le gustó del cuento fue “cómo impactaba una historia bíblica del siglo VII a. C. en un hombre de campo de nuestro pasado. Eso me parecía una idea muy potente”. Y también lo atrapó “cómo quien ejerce la violencia también la padece”.

Spiner dice que, debido a los cambios de productores, hubo diferentes versiones de la película “que se acomodaban un poquito a cada circunstancia. Pero encontramos la clave de la adaptación cuando decidimos enmarcarla dentro del género del western, Si bien nuestra referencia puede ser el western clásico como las películas de John Ford, de John Huston o el spaghetti, también no- sotros en nuestro cine tenemos una referencia como Pampa bárbara, de Hugo Fregonese y Lucas Demare, o Juan Moreira, de Leonardo Favio”. Aunque también es cierto que el western no fue un género muy abordado por el cine argentino, sobre todo en las últimas décadas. Y a Spiner le gusta definir Aballay como un western gaucho: “Es un western, en tanto tiene los tópicos del género: un territorio sin ley, la ley del más fuerte, hombres a caballo. Y también porque hay una venganza, hay duelos. Además de los tópicos, tiene una estructura de relato del western. Y los personajes son gauchos porque es una historia de época que transcurre en el campo argentino de principios del 1900”, agrega el cineasta. ¿Es también un recorrido por parte de la historia argentina? “Toma algunos elementos como, por ejemplo, el nacimiento de los caudillos, pero no es lo que la distingue como película. Creo que lo que la distingue es el género”, afirma el director.

A Spiner se le nota la emoción en el rostro cuando cuenta que el rodaje de Aballay fue en Tucumán, más precisamente en Amaicha del Valle. Con su equipo, fue a visitar una comunidad de indios amaicha. “Nos llevaron a conocer lugares increíbles y establecimos un vínculo muy bueno”, recuerda. La producción armó una pulpería que luego les quedará como un centro cultural. Y en la película trabajaron varios integrantes de esta comunidad interactuando con actores. Incluso Spiner filmó en las propias casas de los indígenas. “Fue una experiencia muy emotiva”, cuenta.

El submundo cuartetero

El tercer largometraje argentino que integra la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata es De caravana, del director sanjuanino Rosendo Ruiz, quien vive en Córdoba desde los catorce años. Ruiz viene del mundo del teatro y le fascina el trabajo de la investigación actoral. En principio, este largometraje iba a ser un corto que pretendía abordar el tema de las clases sociales cordobesas. “Con un grupo de amigos empezamos a transformar ese corto en un largo y lo acomodamos a los actores que iban a protagonizarlo”, recuerda Ruiz. El cineasta dice que De caravana tiene varios temas. “La línea argumental refiere a un fotógrafo que quiere realizarse como tal. Está a punto de hacer una muestra de fotos y, a una semana de hacerla, lo llaman para hacer fotos en un recital de la Mona Jiménez. Este fotógrafo es de la alta clase cordobesa. Entonces, está lleno de prejuicios, de miedos, no quiere ir pero debe hacerlo porque si no corre el riesgo de quedarse sin laburo. Va, fla-shea un poco con el submundo cordobés. Se involucra con una chica y sus amigos. Queda pegado porque ve unas cosas que no tenía que ver y durante una semana le hacen vivir una serie de acontecimientos que le cambian un poco su cabeza. Y termina modificándose también como artista”, explica el cineasta.

Hay dos temas implícitos en la película: la pasión que genera la vocación y el mundo de la marginalidad. En cuanto al primero, Ruiz destaca que “este personaje, viéndose involucrado en actos delictivos y en problemas, nunca deja de sacar fotografías a escondidas. A la vez que está viviendo momentos importantes para él, no puede dejar de fotografiar esos momentos”. Por otro lado, el mundo marginal está mostrado “desde el prejuicio que él tiene primero de acceder porque el mundo del cuarteto y de La Mona está ahí, pero muchos cordobeses no lo conocen. Y él, cuando se involucra y accede, conoce a estas personas, y descubre cómo se vinculan, las relaciones de afecto que tienen –en algún aspecto más libres–. Y entonces eso es lo que él toma”.

Ruiz se conectó por primera vez con el mundo del cuarteto cuando fue a buscar actores a un recital de La Mona Jiménez para un futuro corto. “Fuimos un grupo y flasheamos con el fenómeno Mona Jiménez. Tanto fue así que, por un tiempo largo, fuimos a los recitales”, recuerda el director. Ruiz no se identifica con el cuarteto sino con el personaje carismático que lo encarna. “Yo lo había escuchado antes y no me había enganchado, pero cuando vi el fenómeno, la energía y lo que él mueve, me enganché un poco más.”

El film también refleja el mundo de la noche cordobesa porque “esta caravana que le hacen vivir al protagonista transcurre durante la noche. Y el setenta por ciento de la película transcurre de noche”, afirma. Si bien muestra un mundo oscuro, De caravana tiene humor. “Cuando me preguntan cómo definiría el género, no me animo a decir que es una comedia dramática ni un thriller humorístico. Creo que se mueve por varios géneros y tiene mucho humor.” De hecho, Ruiz trabajó junto a los intérpretes con técnicas de clown. “El clown busca el humor, la inocencia, la ingenuidad, la chispa. Eso es lo que creo que le ha dado el toque de humor que resuena en la película.”

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