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Miércoles, 1 de diciembre de 2010
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Thierry Frémaux, director del Festival de Cannes

Construir pensando el futuro

El responsable del festival más influyente del mundo analiza las consecuencias del último Cannes: “Se abrió un diálogo entre dos maneras muy distintas de concebir el cine, tanto como pueden serlo las de Hollywood y Bangkok”.

Por Luciano Monteagudo
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Thierry Frémaux cumplió una década al frente del festival.

“Argentina, junto con Corea y los Estados Unidos, es uno de los pocos países a los que viajo todos los años, sin excepción”, se enorgullece Thierry Frémaux, director artístico y general del Festival de Cannes. Como ya sucedió el año pasado, Frémaux –que en la edición de mayo último cumplió una década al frente del festival más influyente del mundo– no viene solamente para interiorizarse del estado de situación del cine argentino, que conoce muy bien y de cerca, sino también para dar hoy una masterclass en el marco de la Semana del Cine Europeo y para inaugurar mañana la segunda edición del mercado Ventana Sur, “una coproducción”, como él mismo la llama, entre el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la Argentina (Incaa) y el Marché du Film de Cannes (ver aparte). “Hay una segunda edición de Ventana Sur porque la primera fue muy exitosa. Hacía falta este mercado porque el cine es arte, pero también industria. Y hay que construir este mercado pensando en el futuro”, afirma Frémaux.

–En mayo pasado, en Cannes, hubo dos películas argentinas muy diferentes, Carancho, de Pablo Trapero, y Los labios, de Santiago Loza e Iván Fund. ¿Cómo las caracterizaría? ¿Por qué las eligió?

–Son dos películas excelentes. Es curioso, porque pese a ser un cineasta todavía muy joven, a Trapero todos lo consideramos un veterano, o al menos un veterano de Cannes y del circuito internacional. Hace un cine de autor, pero muy abierto: abierto al público y abierto al cine del mundo. Y cada nueva película de Trapero es un paso más adelante en su obra, que crece permanentemente. Por otra parte, Los labios forma parte de una tradición, de un cine que hace diez años fue de búsqueda, un cine que abre las fronteras entre el documental y la ficción. Dentro de ese cine también hay academicismo, hay que decirlo, pero no es el caso de Los labios, una película pequeña que permite esperar mucho de sus directores.

–¿Cómo ve la situación del cine independiente?

–Está en una etapa muy peligrosa, muy frágil desde el punto de vista económico, de subsistencia. Y va a tener que crecer, porque filmar es todavía escribir un guión, trabajar con actores, plantear una puesta de luces... El cine independiente tiene sus propios espacios de difusión, como el Festival de Rotterdam o la Quincena de los Realizadores, pero en Cannes pensamos que las grandes películas deben ayudar y proteger a las pequeñas.

–¿Es lo que sucedió con Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives, de Apichatpong Weerasethakul, que ganó la Palma de Oro?

–Lo que me gustó de lo que sucedió con la Palma es que se la entregó el presidente del jurado, Tim Burton, el director que este mismo año consiguió su más grande éxito de boletería, con su versión de Alicia en el país de las maravillas. Así que un cineasta muy famoso, muy popular y muy instalado en la industria de Hollywood le dio el premio mayor de Cannes a un director tailandés, desconocido para el gran público. El primer efecto de esta Palma es que abre una esperanza para todos aquellos que hacen un cine por afuera de la gran industria: esa película no sólo fue seleccionada para Cannes, también participó de la competencia oficial y se llevó el premio mayor. El segundo efecto es que abre un diálogo entre dos maneras muy distintas de concebir y hacer el cine, entre gente que viene de lugares muy diferentes, tanto como pueden serlo Hollywood y Bangkok. Pero también hubo un efecto negativo y es que parte de la prensa estuvo muy en contra de la película.

–La crítica sin embargo la defendió...

–Pero no toda, en Francia hubo algunos críticos y periodistas que fueron muy duros con la película. Un amigo mío, Regis Debray, un intelectual que ustedes conocen bien, me dijo: “¿Qué pasa con esa película tailandesa?”, poniéndola en duda. Y yo lo contesté: “¿Por qué en literatura podemos tener a Beckett y a James Joyce y no en el cine? Tenemos derecho a tener a nuestros propios artistas, como siempre los hemos tenido: Godard, Resnais, son muchos...”. Hay que dar una lucha por este cine. Pero no es una lucha contra ningún otro, sino a favor, por la diversidad.

–¿La Palma de Oro abre mercados?

–Sí, claro. Solamente en la primera semana, en la de su estreno en París, Uncle Boonmee consiguió más espectadores que todas las otras películas juntas de Apichatpong en toda su carrera. Esta es quizás la mejor manera de medir el efecto de la Palma de Oro: con una película pequeña. Porque una película de mayores dimensiones tiene también otra infraestructura de lanzamiento. Lo bueno de Cannes y de los grandes festivales en general es que son los espacios donde todavía se puede pelear por amor al cine.

–El cine francés tuvo una presencia fuerte y muy lucida este año en Cannes, con el Gran Premio del Jurado para De dioses y de hombres, de Xavier Beauvois; el premio al mejor director para Mathieu Amalric por Tournée y el premio a la mejor actriz a Juliette Binoche, por Copie conforme, de Kiarostami. ¿Estos premios reflejan realmente el estado del cine francés?

–La tradición indicaba que el cine francés nunca había sido muy fuerte en Cannes. Pero desde algunos años modificamos esta tradición. Y la presencia del cine francés en el festival es lo que yo llamo una presencia justa. He convocado a directores como Laurent Cantet y Jacques Audiard y hemos tenido un montón de premios, entre ellos la Palma de Oro para Entre los muros. Pero debo decir que Cannes no es un festival francés, no hay favoritismos. Cannes es, antes que nada, un festival internacional. Es verdad, este año fue muy bueno para el cine francés en Cannes y eso también se vio reflejado en el éxito de las películas luego en su estreno comercial.

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