Celebro alborozadamente que se esté filmando una pelÃcula sobre Violeta Parra. ¿Podremos a través de ella acercarnos de otra manera a la vida y a la obra de esta autora y compositora fundamental? ¿Podremos mirar desde otro lugar su mundo de palabras, colores, sonidos, tan ligado, tan entretejido como sus amorosos telares, a nuestra memoria colectiva? ¿Será la Violeta que queremos ver, la que queremos querer, la que creÃmos intuir, la que todavÃa cantamos cuando queremos referenciarnos? No lo sé pero, en todo caso, que siga siendo tema de reflexión o de análisis o de aproximación a nuestro presente, que siga volviendo a nosotros porque goza de absoluta vigencia es algo que me reconforta y que agradezco sinceramente.
Qué marca indeleble, qué huella inalterable, imprescindible es Violeta Parra a la hora de pensar la América profunda. La América del desamparo, de la usurpación cultural y su contracara: la intensa diversidad de su historia original y mestiza, de su identidad todavÃa fusionándose, todavÃa en ebullición, todavÃa luchando por habitar con legitimidad su propio hábitat.
A instancias de una obra entrañable, luminosa justamente por echar luz sobre el oscurantismo ideológico de los conquistadores, Violeta, la inolvidable, la única, se metió de lleno y henchida de coraje y talento y belleza con la verdadera esencia del hombre y sus asuntos en esta parte del mundo, vapuleada y herida por la inaceptable barbarie del poder económico que seguÃa haciendo su sórdido trabajo de desapariciones.
En lo personal, y al mismo tiempo como parte de una generación ilusionada con altos ideales, siento que Violeta fue un formidable grito de rebeldÃa poética y gozosa que nos puso el alma en vilo y la mirada en el centro justo de la esperanza revolucionaria de los pueblos sumergidos.
Y nosotros la cantamos, la pensamos, la seguimos, la buscamos una y otra vez. Fue parte nuestra, fue parte de nuestra necesidad de comprender la realidad, fue parte de nuestra inspiración a la hora de elegir abrazar las luchas inclaudicables que en aquellos dÃas librábamos contra las dictaduras infames y asesinas. Los versos encendidos e incendiarios de su arte imperioso que repetÃamos en rueda de amigos, de compañeros, de camaradas de ilusiones me siguen deslumbrando hoy como entonces.
Pensaba, llena de impotencia, que nunca podrÃa escribir como ella, sencillamente porque ella ya lo habÃa escrito todo con su pluma preciosa y punzante.
Asà como fue de trágica y apasionada su vida fue trágica y apasionada su muerte. Morir dándole gracias a la vida pero acabando con ella. Vivir un mano a mano con la muerte y decidir cuándo esa muerte debÃa ser la suya la hicieron inasible y misteriosa, tanto como son inasibles y misteriosas las profundidades de los abismos humanos que nunca terminaremos de comprender.
No se puede pensar la América sin ella. Su pasión y vida, su pasión y muerte todavÃa nos sacuden cuando nos hundimos en su obra. Le debemos ese fuego, esa gracia, esa belleza, esa rabia, esa ternura y, al mismo tiempo, nos debemos a no-
sotros mismos estar a la altura de su legado de amor que fue justamente esa clase de amor, amigos, que no se negocia.
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