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Miércoles, 2 de febrero de 2011
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Laura Linares habla de su documental Dulce espera, que se estrena este fin de semana

La otra parte de la postal turística

Radicada en el Sur argentino, la documentalista adoptó un tono ficcional para contar una historia estrictamente real, el vínculo afectivo entre un preso y una chica que termina con un embarazo que abre toda una nueva perspectiva para ambos.

Por Oscar Ranzani
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Linares se topó con la historia mientras rodaba Zapatillas nuevas, su primer documental.

Nació en Mar del Plata en 1978, pero a los tres años cambió la playa por el frío y, desde entonces, se crió en Bariloche, donde vivió por el resto de su infancia y su adolescencia. Así, Laura Linares creció en una región de una imponente belleza natural, rodeada de un paisaje que es la delicia de los estudiantes secundarios y de muchos recién casados que están celebrando su luna de miel. Pero a Linares siempre le interesó “el otro Bariloche”, el que no sale en las postales turísticas, el que es tirado bajo la alfombra del olvido de los gobernantes de turno y pensado en un lugar que no moleste en la conciencia de las clases pudientes. En 2003, cuando el Incaa organizó el concurso “13 películas documentales sobre la crisis”, Linares –que había tenido experiencia de asistente de Carlos Echeverría–, decidió probar suerte con la cámara porque, si bien estudió sociología algunos años, su pasión es el cine. Y así nació Zapatillas nuevas, un retrato de un preadolescente de los márgenes de Bariloche, a través del cual Linares dio cuenta de la situación de vulnerabilidad social en que había dejado la crisis de diciembre de 2001 a numerosos habitantes, en este caso del Sur argentino. Ese niño es el hermano de Valeria, protagonista de su segundo largo documental, Dulce espera, que se estrenará este domingo a las 20 en el Malba (Figueroa Alcorta 3415) y que podrá verse los fines de semana de febrero.

Mientras filmaba Zapatillas nuevas, Linares se enteró de que la joven Valeria y sus amigas tenían la costumbre de cartearse con los presos de Bariloche “como una especie de transgresión, como una cosa divertida”, según comenta la propia directora. Valeria conocía la cárcel porque periódicamente acompañaba a su hermana a visitar a su cuñado que estaba recluido. En un sitio de la penitenciaría donde se reunían los familiares de los detenidos a tomar mate con ellos, mientras los niños jugaban, Valeria le echó un par de miradas a Lucas. Como Lucas era el compañero de celda de su cuñado, Valeria se enteró de que el joven también se había fijado en ella. Así nació una historia de amor y también una película. Porque Dulce espera es el relato del vínculo afectivo entre Valeria y Lucas y del proceso que atraviesan cuando se enteran de que Valeria ha quedado embarazada; entonces, comienza a andar el sueño de Lucas de poder criar en un futuro a su hijo. Lejos de cualquier golpe bajo, el film de Linares aborda la vida de estos dos jóvenes sin recurrir a la modalidad de “cabeza parlante”: el relato está construido con un estilo narrativo ficcional. Pero todo lo que sucede a lo largo de los ochenta minutos que dura Dulce espera es tremendamente real.

–¿Dulce espera es ante todo una historia de amor?

–Sí, yo concebí la película como una historia de amor, en condiciones de mucha marginalidad y precariedad. Si bien es un sentimiento que aparentemente es universal, me interesó ver cómo una relación amorosa está atravesada por cuestiones sociales y económicas; es decir, cómo la pobreza también condiciona un vínculo amoroso.

–Una de las características de la película es que muestra personas en situación de vulnerabilidad social en un lugar que suele asociarse al entretenimiento, a la diversión, al turismo. ¿Buscó mostrar el otro Bariloche?

–Sí, aunque en esta película un poco menos que en la anterior. Pero sentí que cada tanto era necesario algún guiño de contraste, por lo que se entiende a nivel nacional y casi mundial cuando uno habla de Bariloche: un centro turístico.

–¿Cuándo y cómo descubrió usted el otro Bariloche?

–A raíz de la crisis de 2001, mi mamá se vio obligada a volver a trabajar como docente en escuelas primarias. Yo crecí en un sector muy lindo de Bariloche, cerca del lago, que es una zona típicamente de clase media. Cuando mi mamá se vio un poco obligada a retomar su profesión, empezó a tener mucho contacto con los chicos de las escuelas pobres y con la realidad de ellos. Y, sorprendentemente, empezó a darse cuenta de que nuestra situación familiar de clase media venida completamente abajo después de la crisis era muy similar a la de los chicos que estaban en la extrema pobreza en los barrios altos. Así que el rol de docente de mi mamá, al igual que muchos maestros comprometidos, excedió lo que era su función en el aula y empezó a hacer un trabajo casi de asistente social, tomando contacto con las familias y ayudando. Yo fui educada en una familia donde la discusión política y el debate sobre cuestiones sociales estuvieron siempre presentes. Siempre fui consciente de que había gente de otra parte de Bariloche que la estaba pasando muy mal. Pero tomé fuerte contacto con la realidad a través de mi mamá y después de la crisis.

–Para dirigir Dulce espera, ¿tenía un guión previo o sólo una idea y, a medida que iban sucediendo los hechos, construyó el documental?

–Durante 2006 estudié Estructura de Guión de Ficción. Yo venía del palo del documental, pero en 2006 incorporé la estructura del guión de ficción. con lo cual aprendí y entendí, después de muchas resistencias, que el documental podía tener un guión previo, muy cerrado y muy estructurado. No soy tanto de la escuela de quien dice “salgo con la cámara y veo qué me da la realidad. No soy autoritario y espero que las cosas se revelen ante mí”. No creo en esa escuela de documental. Creo que hay una intención preexistente al momento en que uno sale a filmar. Esa intención que puede ser política, social o de otra índole, tiene que estar plasmada en un guión que cuando uno se enfrenta a la realidad puede variar. Pero yo ya tenía un guión muy estructurado.

–Justamente, una de las características de Dulce espera es el relato real, pero elaborado con un estilo narrativo que se asemeja a la ficción. ¿Por qué evitó los reportajes a cámara y decidió esta construcción?

–Por dos motivos. Uno fue estético. Me gusta la posibilidad de llevar el documental a un plano narrativo más similar a la ficción. Por supuesto que valoro la función de la entrevista en determinados documentales. Pero para éste no me pareció adecuado. Por otro lado, por haber trabajado en películas de contenido social, mi experiencia me dice que los chicos con los que trabajo en las películas, sometidos a la dinámica pregunta-respuesta no son tan verdaderos ni espontáneos como lo pueden ser cuando pierden noción de que la cámara está presente, y son ellos mismos. Tienen mucha experiencia como espectadores de televisión y ante la situación de pregunta-respuesta contestan lo que creen que tienen que decir, no lo que realmente sienten.

–¿Y cómo construyó el vínculo de confianza con los protagonistas en situaciones difíciles, como para que no intercediera la mediatización de la cámara?

–Ese fue un trabajo de meses y meses de no filmar y simplemente formar parte de su vida, tomar mate con ellos, charlar. A tal punto, que sobrepasó la función inicial que era establecer un vínculo para filmar. Se creó un vínculo que fue más allá. Y creo que básicamente generamos mucha confianza a través de meses y meses de charlas, sacarnos fotos juntos, grabar pequeños videos y que ellos se vieran cómo salían. Algo importante también es que a la gente muy pobre y sin contactos, las cuestiones burocráticas legales se les hacen mucho más engorrosas que a cualquier otra persona. Yo, sin tener grandes contactos en Bariloche pero sí algunos, me volví un poco clave en todo el papelerío para la liberación final de Lucas. Entonces, yo estaba involucrada casi familiarmente. Y se fue dando una relación de mucho compromiso.

–¿Cómo pensó en trabajar los tópicos maternidad-libertad y paternidad-encierro?

–Esos sí fueron elementos con los que me fui encontrando a medida que íbamos rodando. En cuanto a paternidad-encierro voy a comentar algo que no está en la película: Valeria quedó embarazada por la intención abierta y concreta de Lucas. No fue un error. Valeria no quería quedar embarazada, pero Lucas sí. El tema de embarazar a una mujer en la cárcel, para los hombres que están adentro y que la están pasando muy mal, es un pasito más que el carteo en cuanto a esperanza y proyecto de vida que los está esperando afuera cuando ellos salen. La función de la paternidad para Lucas consiste en la posibilidad de un hijo que lo está esperando, que lo incentive a salir, a trabajar, a tener la ilusión de que pronto pueda insertarse en el sistema. En cuanto al tópico maternidad-libertad, puedo decir que hay también una cuestión que noté en Valeria y en amigas de ella: el tema de la maternidad aparece como la primera cosa propia que tienen, como la primera cosa que les pertenece únicamente a ellas. Y creo que tanto para Lucas como para Valeria, el hecho de tener un hijo funciona como que se rescatan. En general no sucede, pero durante un tiempo les crea la ilusión de que van a pasar a formar parte del sistema de otra manera.

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