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Sábado, 5 de febrero de 2011
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Joel y Ethan Coen hablan de su versión de Temple de acero

“Nos propusimos ser fieles a la novela, no a la película”

Remake de un western que en 1969 le valió el único Oscar de su carrera a John Wayne, la nueva película de los autores de Fargo, que aspira a diez premios Oscar, está planteada como una relectura de la novela original de Charles Portis, que fue un best-seller.

Por Alan Collino
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Los hermanos Coen en pleno rodaje junto a Jeff Bridges: los tres están nominados al Oscar.

¿Los hermanos Coen filmando un western? Es verdad que a lo largo de toda su carrera Joel y Ethan sostuvieron una visible relación con distintos géneros. Sobre todo el policial y en particular el policial negro, que los marcó desde su debut con Simplemente sangre hasta la propia El gran Lebowski (que no es otra cosa que una de Raymond Chandler en versión paródica/psicodélica), pasando obviamente por Fargo. El otro género con el que los hermanos se relacionaron notoriamente a lo largo de su obra es la comedia screwball de los años ’30/’40, como lo demuestran El gran salto y El amor cuesta caro. También reescribieron el film de gangsters en De paseo a la muerte, la película de cárcel en ¿Dónde estás, hermano?, el género de espías en Quémese después de leerse... Pero, ¿un western?

¿Pero qué otra cosa si no un western fue Sin lugar para los débiles? Un western contemporáneo, duro y despiadado, con camionetas en lugar de caballos y asesinos a sueldo en lugar de forajidos, pero western al fin. Una de las máximas contendientes del Oscar, con diez nominaciones en total (apenas dos menos que El discurso del rey, que también se estrena el jueves que viene), Temple de acero es, en cambio, un western hecho y derecho. Por la época, por la historia, por sus personajes y paisaje. Basada en True Grit, novela de Charles Portis que llegó a ser best seller en el momento de su publicación, a fines de los años ‘60, la primera versión cinematográfica de Temple de acero, filmada al año siguiente de publicada la novela, es famosa por dos cosas: el parche sobre el ojo de John Wayne y el Oscar que ganó el actor gracias a ella. El primero y único en toda su carrera, cuando el fan de los boinas verdes se hallaba ya en plena recta final.

El que se calza el parche es ahora Jeff Bridges, de regreso en el cine de los Coen una década larga después de El gran Lebowski y aspirando a su segundo Oscar al hilo, tras el que ganó en la pasada entrega con Loco corazón. También los Coen van por los suyos, claro, luego de haber roto una larga maldición personal con los obtenidos cuatro años atrás, en ocasión de Sin lugar para los débiles. El próximo 27 de febrero se sabrá si repiten en dirección, guión y película, aunque el rey Jorge de Colin Firth y su tartamudez de época vienen picando, según todo lo indica, en punta. En Temple de acero, Bridges es Rooster Cogburn, alguacil en las últimas pero duro todavía, al que una muchacha de catorce años (la debutante Hailee Steinfeld también aspira a su estatuilla por este papel) contrata, allá por 1870, para ir en busca del hombre que mató a su padre. Se les suma un ranger texano (un Matt Damon casi tan poseur como el Buffalo Bill de Robert Altman), que también tiene unas cuentas por ajustar con el mismo cuatrero, al que interpreta Josh Brolin. Espectaculares paisajes del Oeste permiten a Roger Deakins, director de fotografía estable de los Coen, ir también por su propio Oscar, completándose la decena con varios de los restantes rubros técnicos.

Famosos por su reticencia a conceder entrevistas y a hablar en serio, en el reportaje que sigue Joel y Ethan Coen se explayan sobre su relación con el western, con la novela que dio origen a la película, con la versión anterior y con las reglas de cuidado que impone la corrección zoológica, a la hora de usar caballos en los rodajes. Y que obligan a tomarle la temperatura al agua de un río, o a medir la velocidad de sus aguas.

–¿Cómo surgió la idea de volver a filmar Temple de acero?

Joel Coen: –Ambos habíamos visto la película de chicos, y de adultos leímos la novela. Fue para la época de Sin lugar para los débiles que nos planteamos por primera vez la posibilidad de filmarla. El tiempo que nos llevó concretar el proyecto se debió a las dilaciones propias de toda producción: plantearle la idea al estudio, ver si les interesaba, todo eso. En verdad, primero hablamos con la gente de DreamWorks, pero ellos nos plantearon que los westerns no eran una prioridad dentro de su línea de producción. No es que nos hayan dicho rotundamente que no, pero no era algo que les interesara particularmente. Entonces decidimos encarar a la Paramount, que era la dueña de los derechos, y a partir de allí el proyecto avanzó.

–¿Estaban familiarizados con la obra de Charles Portis, autor de Temple de acero?

Ethan Coen: –Yo leí toda su obra. Es bastante breve, en verdad...

–¿Qué piensan del film original?

J. C.: –Habíamos visto la película en su momento y no es que la tuviéramos todo el tiempo en la cabeza. Más bien lo contrario: nos propusimos ser fieles a la novela, no a la película. Con lo que recordábamos de ella nos bastaba para saber que era bien distinta de lo que queríamos hacer.

–¿Se propusieron rendir algún homenaje, en alguna escena, a la película con John Wayne?

E. C.: –La verdad que no. No es que tengamos nada contra ella, pero tampoco que nos interesara particularmente homenajearla.

–Aunque en cierta medida Sin lugar para los débiles podría considerarse un western aggiornado, ésta es la primera película clásica del género que dirigen. ¿Qué relación tienen con el género? ¿Son fans, veían muchos westerns de chicos?

J. C.: –No sé si fans, pero cuando éramos chicos veíamos westerns con cierta regularidad. En esa época, los años ’60, había series de televisión que eran westerns, como Maverick o Sugarfoot, y nosotros las veíamos, como la mayoría de los chicos.

E. C.: –También vimos muchos westerns en cine. Algunos eran de John Ford o Howard Hawks, pero otros eran del montón, como Invitation to a Gunfighter, con Yul Brinner, o Texas Across the River, que era con Dean Martin ¡y Alain Delon! No hacía falta que fueran buenas para que las viéramos...

–¿Revieron algunos westerns mientras escribían Temple de acero?

J. C.: –Vimos otro donde también actuaba Dean Martin...

E. C.: –Five Card Studs se llamaba. Pero no vimos muchos. Buscábamos ciertas cosas específicas.

J. C.: –Buscábamos caballos.

–¿Cómo?

E. C.: –No, en serio. Buscábamos cosas para hacer con caballos, para el trabajo de los dobles de riesgo. Pero ahí nos encontramos con que muchas cosas que se hacían en aquellos tiempos ahora ya no se pueden, por el tema de la crueldad con los animales.

J. C.: –Hay una escena de la película en la que la chica tiene que cruzar el río a caballo, y ésa es una de las cosas en las que hay que respetar ciertas reglas de cuidado. Son reglas muy estrictas, uno no se imagina hasta que no da con eso. La temperatura del agua, a qué velocidad va la corriente...

–¿Cómo se sintieron filmando un western?

E. C.:–Lo más difícil fue cumplir con el tiempo de rodaje pautado.

–¿Lo dice en serio?

J. C.: –Sí, no es ninguna broma. Al filmar todo en exteriores la agenda se complica, porque uno depende del clima, los accidentes del terreno... En este caso filmamos en ambientes naturales complicados: rápidos, montañas escarpadas, nieve... El clima resultó muy adverso, y rodar con animales siempre dificulta las cosas. Así que cumplir con los tiempos de rodaje no fue nada sencillo.

–Los paisajes en los que filmaron son muy icónicos, muy “de western”.

E. C.: –¿Sabe qué? Ese es uno de los pocos aspectos en que no fuimos fieles a la novela. Filmamos en paisajes que no son los de la novela. Pero sentíamos que teníamos que hacerlo, porque si la gente va a ver un western espera que le muestren paisajes de western. Uno no puede salirse de eso.

J. C.: –Ese aspecto pictórico de la película hubiera sido totalmente distinto de haber filmado en una zona como Arkansas. Pero debíamos respetar las expectativas que suponíamos que la película generaría.

–¿Qué clase de relación con el género se plantearon, tanto en términos narrativos como visuales?

E. C.: –En verdad nos interesaba menos el género que la novela en sí. No nos planteamos mucho la película en términos de western. Obvio que es un western, por la época, los personajes, las armas, los caballos, todo. Pero lo que a nosotros más nos interesaba trabajar era lo propio de la novela de Portis.

–¿Ustedes dirían que la película es menos un western que una comedia?

J. C.: –Es cierto que hay muchos elementos de comedia en la película, como los hay en la novela original. De hecho, ésa fue una de las cosas que siempre nos atrajo de la novela de Portis, que nos dio ganas de filmarla. Era una de las cuestiones que más nos interesaba mantener.

E. C.: –Pero también la vemos como una historia de formación, una aventura juvenil o como quiera llamarle. De esa clase de relatos tiene el encadenamiento de peripecias, una detrás de otra y aceleradamente, como un serial. Los peligros de Paulina, digamos. Hay un tiroteo, la chica está a punto de ser degollada, logra sacarse al tipo de encima pero cae a un pozo, en el pozo hay serpientes, uno de sus amigos aparece providencialmente para rescatarla y así.

–Tratándose de una historia de época, ¿se tomaron el trabajo de hacer una investigación histórica?

J. C.: –Le dejamos todo ese trabajo a Charles Portis. Quiero decir: uno lee la novela y salta a la vista que el autor hizo toda una investigación minuciosa sobre el período. Es todo un trabajo que estaba hecho, no se requería más.

E. C.: –Como además somos muy vagos para esa clase de cosas, la verdad es que nos vino bárbaro que toda la investigación estuviera hecha...

–Los diálogos de la película son superliterarios y estilizados. ¿Eso lo pusieron ustedes o también estaba en la novela?

E. C.: –Estaba tal cual, no hicimos más que transcribirlo. Toda esa formalidad en la manera de hablar (particularmente de la chica y del personaje de Matt Damon), ese floreo incluso excesivo, todo eso ya estaba.

–¿Les resultó difícil a los actores frasear en ese estilo tan demodé?

J. C.: –En la primera toma que filmamos con la protagonista, Hailee Steinfeld, resultó evidente que se sentía totalmente cómoda con ese lenguaje, algo que no había sucedido con ninguna de las chicas que probamos hasta ese momento. Así que no tuvimos ninguna duda en relación con ella. Lo mismo con Jeff [Bridges] y Matt [Damon]. A Jeff le encantó de entrada ese estilo totalmente formalizado de hablar.

–La novela original está narrada en primera persona por la chica. ¿Cómo se plantearon trasladar eso en términos cinematográficos?

E. C.: –Básicamente es una cuestión de punto de vista. La película está narrada desde el punto de vista de la chica. Ella es la que abre y cierra el relato, ella es la que vive las peripecias y las narra. Lo que no pudimos transcribir literalmente, por una cuestión de naturaleza cinematográfica, es su voz, que en la novela es muy vívida y divertida. Pero sí tratamos de mantener su espíritu, a falta de su voz.

Traducción, selección e introducción:Horacio Bernades.

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