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Domingo, 20 de febrero de 2011
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NADER Y SIMIN, UNA SEPARACION GANO LA COMPETENCIA OFICIAL EN BERLIN

El Oso de Oro fue para el favorito

La película del iraní Asghar Farhadi también se llevó los premios para el mejor actor y la mejor actriz. Fuera del concurso fueron galardonadas las argentinas Ausente, de Marco Berger, y Medianeras, de Gustavo Taretto.

Por Luciano Monteagudo
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Oso de Oro en mano, Farhadi recordó a su coterráneo Panahi, encarcelado en Irán.

Desde Berlín

No hubo sorpresas y fue mejor así. Tal como se esperaba, la película iraní Nader y Simin, una separación fue la gran ganadora de la edición número 61 de la Berlinale. Raro favorito tanto de la crítica como del público, el film dirigido por Asghar Farhadi conquistó también al jurado presidido por Isabella Rossellini, que ayer le otorgó no sólo el Oso de Oro, el premio mayor de la competencia, sino también otros dos galardones de importancia: los Osos de Plata al mejor actor y a la mejor actriz, respectivamente, a la totalidad de su elenco masculino y femenino, un doble lauro colectivo sin precedentes.

El fallo del jurado (entre cuyos integrantes fue determinante la presencia del cineasta canadiense Guy Maddin) reconoció, sin dudas, a un film de una solidez incuestionable, pero a su vez expresó una fuerte declaración política, en una edición de la Berlinale marcada desde el primer día por la ausencia del realizador iraní Jafar Panahi, sentenciado a seis años de prisión en su país. La silla vacía con el nombre de Panahi, invitado como jurado oficial, fue un grito permanente en solidaridad con el cineasta y un llamado a la libertad de expresión en Irán.

En Nader y Simin, una separación, el director Asghar Farhadi (Oso de Plata de la Berlinale 2009 por Acerca de Elly) elige no cuestionar a las instituciones y al poder político de su país, pero practica un corte transversal en la sociedad iraní. A partir de un pequeño drama doméstico, el film va creciendo en densidad e implicancias de todo tipo, hasta que adquiere una complejidad impensada, en la que aparecen problemas de clase, cuestiones de orden ético y, también, como no podía ser de otra manera en un régimen teocrático, conflictos religiosos y de conciencia. “Me gustaría aprovechar esta oportunidad para pensar en la gente de mi país, la tierra donde nací y donde aprendí a valorar la historia”, dijo Farhadi en el Berlinale Palast, con el Oso de Oro en sus manos. “El iraní es un gran pueblo, un pueblo paciente, un buen pueblo. Pienso desde aquí en Jafar Panahi. Espero realmente que sus problemas pronto se resuelvan y que pueda estar en este mismo escenario el año que viene.”

En una premiación impecable, que al señalar los films más valiosos de una competencia muy irregular salvó la imagen de esta edición de la Berlinale, el jurado le otorgó el Grand Prix-Oso de Plata a El caballo de Turín, una obra monumental del húngaro Béla Tarr, que recupera para el cine una ambición artística a la que ya casi ningún realizador aspira. En los antípodas del realismo, con una deslumbrante fotografía en blanco y negro, el gran autor de Sátántangó (1994) y Werckmeister Harmonies (2000) se inspiró en la famosa anécdota que habría desencadenado la locura de Nietzsche, cuando en 1899 se abrazó a un caballo que estaba siendo brutalmente castigado. Pero en vez de seguir el devenir del filósofo, la película imagina la suerte del animal y su cochero, que también terminarán sumidos en unas tinieblas que están más allá del Bien y del Mal.

El premio al mejor director, a su vez, fue para el alemán Ulrich Köhler por Schlafkrankheit (La enfermedad del sueño), filmada en Camerún, y que puede interpretarse como una suerte de lectura libre de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Con una sutileza fuera de lo común, el realizador de Bungalow (su carta de presentación en el Bafici 2002), Köhler pone en cuestión el paternalismo y la condescendencia con los que Europa, a través de sus programas de ayuda humanitaria, pretende resolver los problemas de los africanos. Por su parte, El premio, producción de capitales mexicanos pero dirigida por una realizadora argentina (Paula Markovitch), con tema, locaciones y actores argentinos, recibió el Oso de Plata a la contribución artística, compartido por la diseñadora de producción mexicana Bárbara Enríquez y el fotógrafo polaco Wojciech Staron.

Más allá del concurso oficial –donde Un mundo misterioso, de Rodrigo Moreno, se quedó con las manos vacías–, el cine argentino tuvo dos recompensas en los premios paralelos: Ausente, de Marco Berger, obtuvo el valioso Teddy Award a la mejor película de ficción de temática gay/lésbica de todo el festival, mientras que Medianeras, ópera prima de Gustavo Taretto, se llevó el segundo premio del público en la sección Panorama, por votación directa de los espectadores. El Teddy a Ausente se hace más significativo si se tienen en cuenta los antecedentes del premio, que se inició en 1987 con la consagración de La ley del deseo, de Pedro Almodóvar, y que el año pasado recayó en Mi familia, de Lisa Cholodenko, dos films que luego del Teddy berlinés tuvieron una enorme proyección internacional. En el 2005, Un año sin amor, ópera prima de Anahí Berneri, había sido la primera película argentina en ganar el Teddy.

Ausente es el segundo largo de Marco Berger, un egresado de la Universidad del Cine que en el Bafici 2009 se dio a conocer con el corto El reloj y con su ópera prima Plan B, ambas acerca de la ambigüedad sexual y la manifestación del deseo gay. Ahora Berger vuelve sobre el tema, pero con aire de thriller, a partir de la historia de un alumno que comienza a hostigar a su profesor de natación: “Un pibe de 16 años que todavía está protegido por la ley pero que desea, y que con esa herramienta de poder siente que puede jugar con otra persona”, explicó el director en una entrevista con Página/12. Según el veredicto del jurado del Teddy, “la combinación única de deseo homoerótico, incertidumbre y tensión dramática refleja la fina comprensión del director de las convenciones del cine de género y del lenguaje cinematográfico”.

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