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Lunes, 2 de mayo de 2011
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Gastón Duprat y Mariano Cohn, junto a Alberto Laiseca

“El escritor es actor, porque hace vivir a sus personajes”

El autor de Los Sorias es el narrador de Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo, el nuevo film de la dupla. La película se inspira precisamente en un cuento de Laiseca. “Estamos contentos porque la película retrata el universo de Alberto: complejo, divertido, potente, poderoso.”

Por Oscar Ranzani
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Mariano Cohn, Alberto Laiseca y Gastón Duprat. “La del cine es una especie de escritura ideal”, señala el narrador.

Hace quince años, cuando Gastón Duprat y Mariano Cohn hacían sus primeras experiencias audiovisuales, comenzaron a trazar juntos un camino en el universo de la pantalla grande que les iba a producir más de una alegría. Si se la observa a la distancia, puede afirmarse que en la actualidad la dupla se consolidó a fuerza de creatividad y de complementación. Fue justamente en 1996, cuando estaban por filmar su ópera prima, Enciclopedia –que no se estrenó comercialmente–, que conocieron al escritor Alberto Laiseca, quien narró a cámara para esa película un cuento que, en ese momento, era inédito. Laiseca ya había mostrado sus dotes de gran narrador. El cuento que Laiseca verbalizó trataba sobre un pacto que el diablo le proponía a un hombre común: viajar a su pasado y vivir diez años como niño, pero con la mente de un hombre adulto. Y si cumplía, recibiría a cambio un millón de dólares. A Cohn y Duprat esa historia les quedó haciendo ruido. Y después de quince años volvieron a requerir los servicios de Laiseca (que además fue protagonista en El artista): el escritor es el narrador de Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo, largometraje inspirado en aquel cuento que la dupla siempre quiso filmar. El film se estrena este jueves en la cartelera porteña.

En Querida... hay modificaciones con respecto al cuento original, pero la esencia es la misma. Emilio Disi compone a Ernesto, un agente inmobiliario que no está satisfecho con la vida que le tocó vivir. Un día, estando con su esposa en un bar, se le acerca un hombre con poderes sobrenaturales, que no es ni más ni menos que el alter ego de Satanás (Eusebio Poncela). Ese hombre extraño, aburrido con las almas en pena que tiene bajo su “custodia”, decide divertirse un rato. Y le ofrece a Ernesto un millón de dólares a cambio de que viaje al pasado. En la vida real serán tan sólo cinco minutos y su esposa ni cuenta se dará. “Decile a tu mujer: ‘Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo’. Vas y volvés. Y en esos cinco minutos, te hago vivir la experiencia y te ganás el millón”, le dice el hombre extraño. Pero en el mundo virtual serán diez años los que deberá vivir Ernesto, luego de elegir una fecha a donde remontarse con el cuerpo más joven, pero con la mente actual de un hombre de sesenta años. Ernesto no podrá meterse en situaciones límite porque eso implicaría poner en riesgo su vida en la realidad. Si cumple, a cambio tendrá suficiente dinero para mejorar su vida. Una oferta tentadora que Ernesto no desaprovecha. Pero el precio que pagará a cambio de ganar el millón será muy elevado.

“Hay muchas ideas en el cuento de Alberto que luego quedaron en la película. Una es la de este personaje principal, que es un hombre que le echa la culpa de su existencia gris a la falta de oportunidades. Se queja. Entonces, con este trato, el diablo le da todas las oportunidades que dice no haber tenido, demostrando que este tipo es gris justamente porque es gris, no porque no tuvo oportunidades. El diablo se las da y fracasa”, comenta Gastón Duprat en la entrevista con Página/12 , en la que también participan Cohn y Laiseca. “Nos gustaba la idea de taparles la boca a los que ponen en terceras personas o en otras cosas su propia incapacidad”, agrega Duprat.

–Con respecto a las modificaciones del texto original, ¿cómo las trabajaron?

Alberto Laiseca: –A los chicos se les ocurría una idea y me decían: “Mirá, Lai, nos gustaría una parte así y asá”. Yo me ponía a escribirla y otras las escribieron ellos directamente.

Gastón Duprat: –Las partes más sensibles se las dábamos a Laiseca, para que no perdiera la voz que queríamos preservar de él. Pero también nosotros escribíamos, y como Alberto es recontra abierto, no se molestaba porque le tergiversáramos la historia original, porque él estaba seguro de que su cosmovisión y su punto de vista prevalecían a pesar de los cambios que nosotros hacíamos. Estamos contentos porque la película retrata el universo de Alberto: complejo, divertido, potente, poderoso, que a nosotros nos gusta tanto. Y uno de nuestros desafíos era: ¿podremos plasmar todo eso?

Mariano Cohn: –Y también es supercreativo, con viajes en el tiempo, pasado, presente, diferentes geografías...

G. D.: –Y mezcla cosas muy duras con disparates y con humor.

–Laiseca, ¿qué diferencias encuentra en la transmisión de sensaciones a través de la imagen respecto de la palabra escrita?

A. L.: –Es muy distinto. La del cine es una especie de escritura ideal.

–¿Por qué?

A. L.: –Yo siempre digo que el escritor es actor sin que lo sepa. Lo que uno no sabe es que es actor por lo menos virtualmente. Al menos, si sos buen escritor, porque hacés vivir a tus personajes. Toda la gesticulación, los tonos de voz están virtualmente dentro del papel. Y entonces, acá es la gran sorpresa de poner todo eso afuera. Es un gran crecimiento y una especie de escritura ideal: lo que es virtual pasa a ser físico. Es buenísimo.

–¿En cuánto creen que influye lo material en la conquista de la felicidad? ¿Cómo buscaron reflejar sus miradas sobre este asunto en la película?

G. D.: –En la película, ese millón de dólares, que es simbólico, es como el objeto de deseo máximo de todo tipo común.

A. L: –Yo no soy común. Tengo un deseo de 2 millones de dólares (risas).

G. D.: –La película muestra eso como un engaña-pichanga. El dinero es como un chivo expiatorio del fracaso.

M. C.: –Mientras no lo tiene, actúa de manera miserable. Es terrible el tipo. Un mezquino.

A. L.: –De todas maneras, una cosa es la película y otra somos nosotros, las personas comunes que estamos acá. Hay que admitir que sin un mínimo de guita no podés tener felicidad. Es necesaria la guita para que no te manden al carajo. Tu mina, por más que te quiera, se harta de la escasez y de toda esa milonga. Y hasta tiene razón. Yo mismo, tengo setenta años, no soy un tipo desagradecido. Sé que fui muy bendecido por el cielo y por la tierra. Sin embargo, voy a decirlo en confianza: el mango cuesta mucho ganarlo. Y un poco de bronca te da que a los setenta años te tengas que seguir rompiendo el culo. Es la verdad. Entonces, la guita siempre influye.

–En casi todas sus películas aparece el tema de las miserias humanas. En este caso, parecen encarnar en el personaje de Disi: su vida miserable lo induce a aceptar el pacto. ¿Cuál es la visión de ustedes sobre el tema?

G. D.: –No es que uno va a ese punto. Por ahí lo que tienen en común las películas es que retratan la diferencia entre lo que los personajes dicen que son y lo que son. Ese sí es más el motivo del retrato de nuestras películas; es decir, la distancia que se podría medir con un metro entre lo que la gente dice que es y lo que es de verdad. Ese es un interés nuestro, pero no tiene que ver con hacer leña del árbol caído y señalar unas conductas que nos parecen malas. Nada de eso. Es más: en las películas, esa distancia entre lo que se dice y lo que se hace te muestra que la realidad no es como se ve. Está lleno de gente que aparenta una cosa y es otra: hay hippies con cuentas bancarias enormes y hay gente conservadora muy solidaria. De todo. Entonces, sí creo que las películas tienen eso en común, incluida Querida... Se encargan de mostrar la verdadera ideología de la gente y la que dice tener. Eso es motivo de charlas y de observaciones nuestras.

–¿Qué significa el destino para Ernesto?

G. D.: –Hay una frase que dice Alberto en la película que me encanta: “Una ciudad es grande si uno es grande, y una ciudad es absolutamente de mierda si uno es de mierda”. Con respecto al destino, puedo decir eso: que depende de la actitud de uno al enfrentarse con él.

M. C.: –De su cosmovisión, de su manera de ver el mundo. Lo que está bueno también es que una vez que detectás esas miserias y las cosas horribles que tiene Ernesto, hay muchas con las que uno también se siente identificado, sentado en el cine. Es como que todo el mundo tiene esa mezquindad, esas cositas insinuadas más chicas o más grandes. El ejercicio que está bueno es que el público se sienta reflejado e identificado con algunas cosas horribles que, a veces, uno hace sin darse cuenta.

–¿Ernesto es una persona resentida?

G. D.: –Es un estereotipo que no está retratado del todo por el cine argentino: un tipo de esa generación, que no es tonto sino inteligente, que tiene capacidad para muchas cosas, pero por cobarde, por amarrete, se fue quedando en ese lugarcito y desde el sillón de su casa frente al televisor señala con el dedo lo que está mal, las cosas que no le permitieron terceros. Es muy de acá.

M. C.: –Y él, sin querer, desde ese lugarcito hace mierda la vida de todos. No es inofensivo.

–¿Por qué pensaron parte de la estructura narrativa a través de los relatos en off y en pantalla de Laiseca?

G. D.: –Siempre queríamos que Alberto estuviera, porque es él como narrador y no cualquier otro. Un narrador convencional hubiese sido despachado. Pero Laiseca cuando cuenta es increíble, porque en cada palabra pone su cosmovisión, su punto de vista, y a mí me parece fascinante porque es una mezcla de cosas buenísimas, energéticas, potentes, con un humor increíble, pero con mucho dramatismo y mucho nivel de verdad. Todo lo que él escribe o dice lo siente al ciento por ciento. Y eso hace que nos llegue a nosotros lo que Laiseca hace como artista. También nos gustaba el desafío de hacer algunas cosas que están mal.

–¿Cómo qué?

G. D.: –Por ejemplo, la película remarca, anticipa y quita sorpresa a través de los comentarios de Laiseca. En teoría, alguien podría decir: “Al aclararle, le estás quitando sentidos al espectador”. A nosotros nos gustaba justamente eso.

A. L.: –A mí también me gustaba mucho esa violación de la convención, del prejuicio.

G. D.: –Esa es una cosa linda de la película. No es que “los múltiples sentidos de las escenas...”. No, acá no tienen múltiples sentidos. Tienen el sentido que le da él.

–Otra característica es que Laiseca se presenta como él mismo e introduce el fragmento documental, anunciando que es un cuento suyo. ¿Buscaron jugar con el límite entre documental y ficción, una característica que ya habían explotado en otras oportunidades?

G. D.: –Un poco el sentido era plasmar a Alberto ciento por ciento como narrador, en todas sus variantes: con o sin imágenes, en off. Y que no fuera del todo un narrador omnisciente que ya vio la película. No, en muchos momentos la acompaña, como que se entera de las cosas en el mismo momento que el propio espectador.

–En El hombre de al lado, Daniel Aráoz desplegó un potencial dramático que era bastante desconocido hasta ese momento. Algo similar ocurre en esta película con Emilio Disi. ¿Qué buscan ustedes en los actores y cómo trabajan con ellos?

G. D.: –El caso de Emilio era una idea de Mariano. Desde hacía tiempo que lo venía observando con mucho detalle.

M. C.: –Pero no por el mero corrimiento de pasar de ser un actor cómico a uno dramático sino que simplemente era por sus facciones y por lo que representaba, por el tipo de personaje que había que interpretar ahí.

A. L.: –Date cuenta de la clase de actor que es Disi. ¿Se acuerdan de esa frase de Oscar Wilde que viene mucho al caso de Disi? Decía Wilde que “si un artista es un artista, puede hacerlo todo”. O sea, ¿actor cómico? Ya vas a ver qué actor dramático vas a poder sacar de ahí. Y viceversa.

G. D.: –Aparte, a Emilio nunca se lo había visto en el cine en ese tono dramático, bajo. En la tele siempre está más exaltado. Y es un tipo increíble, muy sabio, decimos nosotros, porque es esa inteligencia real, no la inteligencia de coyuntura. Es un tipo que entendió para dónde iba la cosa de antemano. Hizo muchos aportes al guión, tiene mucha mirada. Es hipervalioso.

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