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Martes, 13 de septiembre de 2011
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TORONTO > Francis Ford Coppola llegó y sedujo en el festival

Echale la culpa a Hollywood

El director de El Padrino y Apocalypse Now! llegó para presentar Twixt, una pequeña película de terror que, como el resto de su producción reciente, no está a la altura de su leyenda. Lógicamente, la charla fue más interesante que la película.

Por Luciano Monteagudo
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El realizador dijo que Twixt “tiene una atmósfera onírica porque nació de un sueño”.
Desde Toronto, Canadá

Ya se sabe: Francis Ford Coppola no es lo que alguna vez fue, el gran director de La conversación, de El Padrino, de Apocalypse Now! Pero aun así se las ingenió para hegemonizar la jornada del lunes del Toronto International Film Festival, primero con una charla abierta al público, que colmó la sala mayor del TIFF, y luego con el estreno mundial de Twixt, una suerte de regreso a las fuentes. Se trata de un pequeño film de terror de bajo presupuesto, un poco a la manera de Dementia 13, su debut como realizador, hace 48 años, para el sello de Roger Corman. Que la charla, centrada inevitablemente alrededor de sus películas más famosas, hechas hace ya más de tres décadas, haya resultado mucho más interesante que su nueva película habla a las claras de cuál es el estado actual de la obra de quien supo ser uno de los directores más populares e influyentes del cine contemporáneo.

“Les pido disculpas, pero me olvidé los zapatos negros en el avión”, fue lo primero que pronunció Coppola al subir al escenario, con elegante traje gris y corbata al tono, pero... zapatos deportivos color crema. Como el gran seductor que es, no tardó ni un minuto en romper el hielo y comprarse inmediatamente a la inmensa platea. Eso es precisamente lo que le cuesta ahora a su cine, como si ese magnetismo personal de alguien que se sabe tan grande como su leyenda no pudiera ya manifestarse en su obra. Excusas, en todo caso, no le faltan y la culpa la tiene siempre Hollywood, una ciudad con la que nunca, por cierto, se llevó demasiado bien: “Los estudios se han vuelto cada vez más y más conservadores, hacen la misma película una y otra vez, y no les interesan mis proyectos o los de gente joven, que quiere innovar. En los últimos años tuve que ir a filmar a Rumania y a la Argentina”, explicó, sin mencionar el fracaso que fue Tetro, que ni siquiera llegó a conseguir distribuidor en nuestro país.

“Ahora me doy el lujo de subsidiar mis propias películas con las ganancias que saco de mis negocios con mis viñedos y con algunos hoteles y resorts”, dice Coppola. Y no cuesta demasiado imaginarse al director como una suerte de nuevo Padrino, administrando sabiamente sus negocios legales –como el Michael Corleone de Al Pacino– para solventar ese vicio oscuro que sigue siendo la producción de cine, donde por algunas caras que se ven en Toronto la mafia no debe andar muy lejos.

“A mí siempre me gustó hacer películas pequeñas, personales. Mi generación se formó viendo cine europeo y japonés, pero a la vez nuestro lugar de pertenencia siempre fue Hollywood, de ahí nuestra contradicción. Y a esta altura puedo contarles que llegué a hacer grandes películas, pero mi corazón siempre estuvo con las pequeñas, como Twixt, a la que siento una película muy personal.” Según Coppola, Twixt “tiene una atmósfera onírica porque nació de un sueño. Soñé con Nathaniel Hawthorne y con Edgar Allan Poe. Y no bien desperté, grabé todo lo que recordaba del sueño: quería escribir un guión que le fuera muy fiel a ese sueño y, de paso, en el que pudiera volver a mis lecturas de esos dos autores, a los que siempre admiré”.

Ya que, según su propia confesión, Twixt es un sueño personal, es pasible jugar con él a la interpretación, como una suerte de vulgar psicoanálisis desde la butaca. El protagonista, un escritor que alguna vez fue famoso y ahora es un fracasado (Val Kilmer, tan gordo como Coppola), puede llegar a leerse como un alter ego del propio director, que no está pasando por su mejor momento, precisamente. Recién llegado a un pueblo fantasma, donde nadie lo conoce ni quiere comprar sus libros (¿Hollywood?), el escritor busca refugio en un motel, donde tiene extrañas pesadillas. En una de ellas se encuentra con su admirado Edgar Allan Poe (interpretado por Ben Chaplin), que lo anima a seguir escribiendo, como si fuera a su vez el fantasma de Corman, el productor que filmó como nadie a Poe y que le dio a Coppola sus primeras oportunidades. Como Hermes a Odiseo, Poe guiará con su linterna al escritor (llamado... Baltimore, como la ciudad del poeta) por ese inframundo filmado en un estricto blanco y negro.

Sucede que en ese pueblo hay un horrible crimen sin resolver: el asesinato serial de una docena de niños, que estarían sepultados debajo del piso del viejo hotel, como si esa tumba sin nombre fuera la de innumerables ilusiones de gente joven y talentosa, que quedó sepultada por las fuerzas represivas del pueblo. Entre ellas están un cura y un sheriff (el resucitado Bruce Dern), que tienen como principales enemigos a una banda de jóvenes darks, rebeldes y motoqueros, liderados por una suerte de Motorcycle Boy, que parece escapado de Rumble Fish (1983).

El escritor, a su vez, ve en la aparición recurrente de una niña fantasmal (Elle Fanning, la rubiecita de Súper 8) al espectro de su propia hija muerta. Lo impresionante del caso es que en un flashback el personaje recuerda el accidente que le costó la vida a su hija y, tal como lo describe, es exactamente igual al accidente motonáutico en el que, en mayo de 1986, a los 22 años, perdió la vida Gian-Carlo Coppola, el hijo mayor del director. Ahora, su hija Gian-Carla, nieta del director, figura como colaboradora artística de Twixt y a quien Coppola le dedicó aquí en Toronto los mejores elogios. “Si tengo mucha confianza en las nuevas generaciones es gracias a ella”, afirmó.

“Los estudios ya no quieren arriesgar nada”, insiste Coppola, que no parece demasiado entusiasmado con la moda del 3D (“Eso ya existía cuando yo era chico e iba a ver El museo de cera”), pero que se dio el gusto de hacer un par de secuencias tridimensionales, con un recurso muy gracioso: unos anteojos surcan de pronto la pantalla indicando el momento en que uno tiene que colocárselos. El problema es que luego se precipita sobre el espectador la cara enorme y abotagada de Kilmer, siempre a punto de estallar de tanto bourbon que toma en la película, al punto que uno podría jurar que huele su aliento a alcohol. Al margen de ese par de convencionales escenas en 3D, se esperaba aquí en Toronto una experiencia un tanto más radical con Twixt: noticias previas habían prometido la posibilidad de que el film se convirtiera en una experimento interactivo, en el cual Coppola –a la manera de un DJ– manejara una consola en la que pudiera alterar el montaje y la edición sonora de acuerdo con las reacciones del público. Pero eso no sucedió, al menos en Toronto. “Lo estamos perfeccionando, ya lo haremos más adelante”, se excusó el director.

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