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Lunes, 19 de septiembre de 2011
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LA ACTRIZ GLENN CLOSE PRESENTA PELICULA Y RECIBIRA EL PREMIO DONOSTIA

De mujeres complejas y otras yerbas

En Albert Nobbs, la protagonista de la serie Damages encarna a una brava irlandesa que, en el siglo XIX, se hace pasar por hombre para conseguir trabajo. Take This Waltz, de Sarah Polley, es lo más interesante de la competencia hasta el momento.

Por Horacio Bernades

Desde San Sebastián

Bonsái, del chileno Cristián Giménez, fue coproducida por la compañía argentina Rizoma.

“Las mujeres son más complejas que los hombres”, dice Glenn Close, a propósito de su papel de señora travestida de hombre en Albert Nobbs, película que protagoniza, coprodujo y coescribió, y que se presenta fuera de competencia aquí, en San Sebastián. En verdad, Mrs. Close vino hasta aquí para algo más que simplemente presentar su nueva película: ella es, este año, la receptora del Premio Donostia, que el festival entrega en cada edición a alguna gran figura del cine. En otras ocasiones fueron Gregory Peck, Bette Davis, Robert De Niro, Al Pacino o Meryl Streep, y ahora le tocó el turno a la protagonista de la serie Damages, que desde ya se mostró infinitamente más simpática y accesible que los papeles de bruja que suelen darle en Hollywood. Papeles que, por lo visto, ella se cuida de darse a sí misma. Véase si no el de Albert Nobbs, donde interpreta a una brava mujer irlandesa que, en medio del muy conservador y machista siglo XIX, se hace pasar por hombre para conseguir empleo en un hotel.

Compleja es –hasta el punto de que muchos miembros de la prensa local protestaban por no haber entendido na’de na’ de su película– Sarah Polley, la canadiense conocida por sus papeles en El dulce porvenir, Mi vida sin mí y La vida secreta de las palabras (aparece también en la recién estrenada Splice). Polley no está en San Sebastián en su rol de actriz sino como guionista y realizadora de Take This Waltz, su segunda película en ese carácter y, por lejos, lo más interesante visto hasta ahora en competencia oficial. Si en Lejos de ella (2006), Polley resolvía con altura la relación triangular entre un señor, su esposa con Alzheimer y un paciente mudo y en silla de ruedas (todo ello, sobre un cuento de su compatriota Alice Munro), ahora en Take This Waltz la rubia nativa de Toronto baila sin red sobre la cuerda de la incerteza emocional. Claro que esto suena demasiado serio para una película que durante gran parte de su desarrollo semeja ser una comedia excéntrica, despreocupada y hasta infantil. O eso parece. Una niña rara e impredecible es su protagonista, interpretada por una Michelle Williams que da la impresión de ir tallando el personaje desde lo más hondo de sí misma. Llena de juegos infantiles se presenta la relación con su marido, papel en el que Seth Rogen confirma ser mucho más que sólo un cómico.

Suerte de Emma Bovary de grandes mofletes y ojos más grandes aún, así como no logra contener el pis cuando se tienta de risa, la Margot de Michelle Williams no puede evitar enamorarse de un desconocido, sin desenamorarse jamás de su marido: lo que aparenta ser una comedia loca lleva en su seno semilla de melodrama. Película tan irregular como cualquiera que conlleve tan altas dosis de riesgo, Take This Waltz (que toma su título de un tema de Leonard Cohen, un señor casi tan complejo como una mujer) es capaz de hacer coexistir, en el mismo plano, la más loca alegría y la más infinita tristeza. Algo que su memorable final confirma que será para siempre.

Y si la de Polley es la película de una mujer compleja, No habrá paz para los malvados, primera española en competencia, es la del tipo más simplote del mundo. Policial bien cuadrado, interpretado por una versión seria de Torrente, el film del por aquí estimadísimo Enrique Urbizu termina haciendo de su maldito policía un mártir de la guerra antiterrorista, caído en la lucha contra una pandilla de tirabombas islámicos. ¡Y la versión local de Cahiers du Cinéma hace de ella una bandera!

Algo de tirabombas tiene, o quiere tener, el coreano Kim Ki-duk, favorito de este festival, quien compite aquí por tercera vez con su film más reciente, Amén, en el que sus obsesiones habituales (los amores retorcidos, el sufrimiento femenino, los iconos herméticos, el misticismo religioso) se manifiestan en forma del más despojado minimalismo estético y de producción. Escribe y dirige KKD (quien luce ahora el pelo largo y recogido, como un monje salvaje), protagoniza una chica coreana e hicieron cámara (digital) él y la chica. A este cronista, las películas del realizador de La isla desde hace rato que no le hacen efecto, y Amén no es la excepción.

En paralelo con la competencia internacional corre la sección Horizontes Latinos, donde compiten dos películas argentinas: Abrir puertas y ventanas, que estrena mañana, y Las acacias, que lo hará el jueves (el mismo día que Los Marziano, en competencia oficial). Por ahora es tiempo de hablar de un film chileno, Bonsái, y uno mexicano, Miss Bala, ambos provenientes de la sección Un Certain Regarde de Cannes, presentados aquí en el arranque de Horizontes. Coproducida por la compañía argentina Rizoma, Bonsái es la segunda película de Cristián Giménez, cuya Ilusiones ópticas se había visto en alguna edición del Bafici. Basada en la novela homónima de Alejandro Zambra, Bonsái tiene el humor “lacómico” (dícese del laconismo cómico) de una comedia rejtmaniana. Un chico y dos chicas, los tres de aire graciosamente tristón, se conocen en la carrera de Letras, pololean, se leen en voz alta En busca del tiempo perdido (“a una página por noche, nos va a llevar unos veinte años”), descubren un cuento de Macedonio Fernández que la novela original parafrasea, mienten que están tipiando el último opus de un autor famoso cuando en realidad están escribiendo su propia novela. Todo esto está estructurado en dos tiempos narrativos, con capítulos que van y vienen, con una diferencia de ocho años. En los últimos cinco minutos, esta comedia hierática, consistente y controlada se convierte en melodrama de lágrimas, emotivo y genuino: si uno se fija bien, verá que el aire tristón de los tres protagonistas anunciaba ya la tragedia.

También el director de Miss Bala, Gerardo Naranjo, es conocido en la Argentina gracias al Bafici, que en su momento presentó sus films previos, Drama/Mex y Voy a explotar. “Quise contar la tragedia del narcotráfico desde el lugar de las víctimas”, dijo Naranjo aquí, en conferencia de prensa. Mientras se atiene a ello, Miss Bala es muy buena. La víctima en cuestión es una chica de Tijuana, que aspira a salir de pobre gracias al concurso de Miss Baja California. Por estar en el lugar menos indicado en el momento menos indicado, presencia un operativo narco. En lugar de ejecutarla, el jefe del operativo –que mantiene lazos estrechos con la policía del lugar– la usa, de allí en más, un poco como su muñequita, otro poco como correo y eventualmente como carne de cañón. Naranjo narra desde el punto de vista de la chica, sortea toda clase de clichés (el jefe narco parece un simple trabajador), elude el for export, el miserabilismo y el “bienpensantismo”, no cede a golpes bajos, y construye una tensión que no sólo es dramática sino, mejor, espacial (duración del plano, posición de cámara, encuadres, tempo cinematográfico). Pero –¡ay!– allá por la mitad del metraje se le van de las manos el punto de vista, el verosímil y la puesta en escena. Sobre el final los recupera y termina rematando a la perfección. Lo cierto es que lo que pudo ser una película redonda termina siendo a medias lograda, a medias no.

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