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Sábado, 15 de octubre de 2011
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Entrevista a los directores Patricio Henríquez y Luc Côté

“El único preso occidental que queda en Guantánamo es Omar”

Los cineastas son los responsables de A usted no le gusta la verdad: 4 días en Guantánamo, que se exhibirá hoy en el Doc Buenos Aires/2011. El film se basa en el video de seguridad de un interrogatorio a un chico canadiense de 15 años, acusado de terrorismo.

Por Oscar Ranzani
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“Guantánamo fue hecho para que nadie pueda ser protegido por las leyes que la humanidad ha creado. No hay otra lectura”, dicen Henríquez y Côté.

El joven canadiense Omar Khadr, de 15 años de edad y origen musulmán, tiene el triste record de ser el primer chico juzgado como “criminal de guerra” desde los juicios de Nüremberg. Pese a que él siempre lo negó, el gobierno de Estados Unidos lo acusó de haber matado a un miembro del cuerpo de elite norteamericano Delta Force en Afganistán, en 2002. Por este motivo, fue confinado a la terrorífica cárcel de Guantánamo. Hasta allí llegaron unos agentes secretos del Canadian Security Intelligence Service (CSIS) para interrogarlo sobre esos hechos. Y un video secreto, desclasificado en julio de 2008 por la Corte Suprema de Canadá, permitió conocer cómo esos hombres, que en principio se presentaban como amigables, sometieron al joven Omar a un tormento psicológico tremendo. La grabación permite comprender que en la oscuridad de este centro de detención ilegal se violaron flagrantemente los derechos humanos más elementales de un chico. Finalmente, como consecuencia de una negociación de la defensa, Omar se autoinculpó para tener ocho años de cárcel y no cuarenta como le hubiera correspondido en caso contrario. Sin embargo, luego de varios vericuetos legales, la Corte Suprema canadiense también determinó, en enero de 2010, que los agentes de ese país habían violado los derechos de Omar Khadr en ese interrogatorio. Esto no hizo que recuperara la libertad –aún está preso en Guantánamo–, pero sí facilitó que saliera a la luz una filmación secreta de ocho horas de aquel interrogatorio.

El cineasta chileno Patricio Henríquez y el canadiense Luc Côté tuvieron acceso al material que se había logrado liberar gracias a la labor de los abogados canadienses Dennis Edney y Nathan Withling. La Corte Suprema canadiense accedió a entregarles a estos letrados una cantidad de documentos escritos y entre todas las cajas estaba el video de ocho horas, que contenía las imágenes y el sonido del interrogatorio. “Inmediatamente, ellos cortaron unos diez minutos, los más trágicos, y los pudieron online. Y no-sotros, cuando vimos eso, dijimos: ‘Aquí viene lo que llamamos imágenes de la parte invisible de la realidad’”, comenta Henríquez. Con el material en bruto de esas ocho horas, Côté y Henríquez realizaron el notable documental A usted no le gusta la verdad: 4 días en Guantánamo, que podrá verse hoy a las 19.30 en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530), como parte de la programación del Doc Buenos Aires/2011.

El film permite desnudar la oscuridad de ese interrogatorio, el cinismo de esos agentes que para “comprar” a Omar le ofrecían comida de McDonald’s. Además, si bien el eje es el video de seguridad, la dupla construyó una sólida arquitectura narrativa que permite entender el caso desde el aspecto político, jurídico y también científico y la complicidad del gobierno canadiense, ya sea por lo hecho o por lo no hecho al respecto. La reproducción de parte del interrogatorio se complementa con testimonios de abogados, expertos en derechos humanos y algo más difícil de conseguir aún: funcionarios de Estados Unidos y de Canadá.

–¿Cuáles fueron sus sensaciones cuando vieron el video por primera vez?

Luc Côté: –Indignación. Lo vimos en la televisión, y fue una pena y una indignación saber lo que estaba pasando con este muchacho y también con el gobierno conservador que tenemos en Canadá. Durante años, este gobierno estuvo negándose a pedir la repatriación de Omar, aun cuando todos los otros gobiernos occidentales que tenían ciudadanos en Guantánamo habían pedido y obtenido la repatriación. El único preso occidental que queda en Guantánamo es Omar Khadr.

–¿Por qué si el Tribunal Supremo de Canadá determinó en 2010 que el interrogatorio a Omar había sido ilícito, el gobierno no asistió jurídicamente al joven?

Patricio Henríquez: –Es una cuestión ideológica. Es un gobierno verdaderamente peligroso, tenebroso, de derecha. Y es importante que la opinión pública sepa que en Canadá ha habido un cambio de cultura. Canadá era conocido como un país que estaba a favor del diálogo internacional. Los Cascos Azules fueron una iniciativa canadiense. Fue un país que abrió relaciones con China mucho antes de que Nixon lo hiciera. Nunca rompió sus relaciones con Cuba. Evidentemente, se sitúa en el ámbito occidental de países industrializados, pero siempre tenía una posición de diálogo, de puente. Desde que el gobierno conservador asumió hace ya seis años ha habido un cambio de cultura. Es un país que entró en guerra, nunca lo había estado después de la Segunda Guerra Mundial. Ahora está en guerra en Afganistán. Es un país que está favoreciendo el retorno de una serie de valores conservadores como la pena de muerte, que fue abolida hace muchos años. Hay una tentativa de ilegalizar el aborto. También de construir más prisiones, a pesar de que la criminalidad está decayendo. El caso de Omar Khadr se inscribe en esta serie de políticas reaccionarias regresivas.

–¿Tuvieron algún tipo de inconvenientes para conseguir el video secreto que desclasificó la Corte Suprema canadiense?

L. C.: –No fue un problema. Los abogados hicieron ese pequeño video de diez minutos cuando recibieron las ocho horas y lo pusieron en la web. Y ya eso era de dominio público. Después ese material fue puesto por los abogados a disposición de los medios y de los periodistas. Fue gracias a amigos periodistas que logramos obtener acceso a las ocho horas. El problema mayor fue la escucha, porque el sonido es tan malo que pasamos cientos de horas tratando de comprender lo que allí se decía.

–Teniendo en cuenta que el video duraba ocho horas, ¿cómo fue el trabajo de selección de las imágenes que finalmente aparecen en el documental?

P. H.: –Estuvo fundamentalmente determinado por la importancia del diálogo. Sabemos que la cronología no siempre es una buena estructura para la edición de un documental, pero en este caso sí lo era. El hecho era que allí había un encuentro, una esperanza de ambos lados por diversas razones. Seguía una ruptura rápidamente, después una especie de chantaje y luego un desenlace. Los elementos de una película normal clásica. Entonces aplicamos el embudo; es decir, ir reduciendo esas ocho horas para que fuera el hilo conductor. Rápidamente entendimos que teníamos que contextualizar eso con algún tipo de intervención externa. Pero quisimos que fuera ligada, en algunos casos, a gente que estuvo en contacto con Omar, ya que muy poca gente lo ha visto, porque él ha pasado dos tercios de su vida encerrado. Entonces teníamos que encontrar gente que había estado con él o que estuviese ligada a una interpretación inteligente de su caso. Primero hicimos una edición de esa cronología de los cuatro días y partimos con ese material para mostrárselo a la gente. Y nos dimos cuenta de que nadie había tomado la precaución de mirar todo el material, porque es tan difícil mirarlo...

–A partir de contar con el material y con testimonios de terceros, ¿la idea fue denunciar desde el punto de vista político, legal y científico las violaciones a los DD.HH. en Guantánamo?

L. C.: –Es cierto que estaba eso allí, la denuncia de Guantánamo y, sobre todo, el hecho de la víctima, Omar, siendo un niño. El hecho de que fuera un niño canadiense que había sido detenido, torturado, presionado, evidentemente era un punto de partida muy fuerte para entender el contexto más global.

P. H.:–Probablemente no hubiéramos hecho una película sobre Guantánamo si no hubiéramos tenido ese material, a pesar de la indignación que tenemos personalmente por Guantánamo. Pero uno no hace una película cada vez que hay una injusticia. Uno piensa en una película cuando tiene una posibilidad, una idea de cómo hacerla. Y el material nos dio esa posibilidad. Está claro que nuestra indignación está allí y es nuestro punto de vista, pero también quisimos evitar una especie de subrayado de las cosas porque nos parecía que la riqueza del material por sí sola debería bastar para tratar de producir alguna reflexión sobre el caso. De hecho, quisimos respetar ese material y presentarlo al espectador de la manera más pura, sin filtros. Evidentemente, la gente que entrevistamos tiende a dar su versión de la cosa. Pero procuramos que fuera un amplio espectro. Sí están sus amigos musulmanes que también eran víctimas, pero también guardias, torturadores, abogados americanos y hasta un psiquiatra general del ejército. El cuadro es bastante amplio.

L. C.: –Tratamos de entrevistar a otra gente que no logramos. Por ejemplo, Colin Powell. También al director del Servicio Secreto de la Policía Canadiense, para escuchar su versión. No era que estuviésemos persiguiendo una idea de objetividad, pero queríamos tener esos puntos de vista. Como creadores asumimos la subjetividad del punto de vista, pero hubiera sido interesante también tener las miradas de esa gente. Tratamos de conversar con Jim Gould, uno de los interrogadores (que intervino menos), porque de él se conocía el nombre. Tratamos por todos los medios con gente que lo conoce, le enviamos invitaciones, pero nunca respondió.

–El documental tiene momentos muy fuertes. Por ejemplo, cuando el chico comienza a llorar y a repetir “mamá”. ¿No temen que sea de un impacto tal que pueda provocar rechazo?

L. C.: –No. El lloró durante dieciséis minutos; no lo presentamos entero, pero es lo suficientemente largo para que la gente lo entienda. Y tuvimos como referencia un flash que nos había interesado en la película Fahrenheit 9/11, de Michael Moore, en el momento en que a Bush, que estaba en una escuelita de Florida, le anuncian que las Torres Gemelas acababan de ser atacadas. Esa imagen que había sido mostrada en las noticias de la televisión, Moore la presentó de una manera más larga. Y uno comprendía el tiempo que pasó entre que le anunciaron la noticia y que Bush reaccionó. Fueron doce minutos. Desde un punto de vista documental, Moore le entregó al espectador la siguiente visión: el líder de la potencia más importante del mundo que ha sido atacada se queda sentado sin reaccionar. Y nos pareció que era un descubrimiento.

P. H.:–Y la imagen del Omar llorando también dio la vuelta al planeta. Seguramente también se vio en la Argentina. Pero estoy seguro de que si haces un sondeo nadie se acuerda de esa imagen, porque la televisión presenta la noticia quince segundos y hay un periodista que te está contando lo que estás viendo. Creo que el documental juega ahí su rol. Era importante reflejar ese momento, no en términos de sensacionalismo, sino en términos de decir: “Mire. Esto es una pequeña parte. No es todo. Imagínese lo que es Guantánamo”. Esa es la razón por la cual está expuesto de esa manera.

–El título, una frase que Omar les dice a los interrogadores, ¿funciona como una metáfora en el sentido de que a estos agentes canadienses no les interesaba la verdad sino sacar una conclusión?

P. H: –La verdad es, a lo mejor, como la búsqueda de la felicidad: a uno le interesa o uno cree que le interesa. Ahora, es casi una cuestión filosófica: ¿cuál es verdad? Siempre se habla de una verdad. Se conoce que no hay una verdad, sino muchas verdades sobre un solo hecho. Y hay una forma de incomunicación más allá de la injusticia de un interrogatorio en que todo está negado: la falta de abogados, los sarcasmos, la tortura psicológica. Pero a pesar de eso hay un diálogo humano. Y en algún momento, a nosotros nos parece que este niño es el que asume el control intelectual de ese diálogo. A nuestro juicio es el que da las respuestas más inteligentes, que provocan mayor reflexión. Los agentes están allí supuestamente “para proteger al mundo occidental en sus valores democráticos”. Pero están haciendo un trabajo horrible: no escuchan ni les interesa. Y también queremos que eso quede claro: si un agente de inteligencia no escucha aun cuando sea al peor enemigo, no está haciendo su trabajo. Está ese diálogo en el que, como a menudo sucede en las cárceles de las dictaduras, un preso asume la única resistencia que puede asumir y que es triunfante, aun cuando sea efímera: la resistencia intelectual. No sabemos si Omar está diciendo la verdad o no, pero el que propone una reflexión sobre la verdad más inteligente es ese muchacho de 15 años frente a tres agentes que son supuestamente tipos que están en el nivel top de la inteligencia mundial. Y son desastrosos.

–Si se tiene en cuenta que la idea de la creación de la cárcel de Guantánamo fue construir una zona donde las leyes estadounidenses y el derecho internacional no pudieran aplicarse, ¿en la práctica esto significa un agujero negro en lo legal?

P. H.: –Absolutamente. Y es el único objetivo. Si tú vas a ver las primeras justificaciones públicas que se hicieron en EE. UU., está claramente establecido. Porque Omar no estaría donde está si solamente hubiera estado en territorio de EE. UU. Podría haber sido juzgado en un tribunal militar y sus abogados podrían haber hecho un trabajo mucho más eficaz con su defensa. Fue hecho para que nadie pueda ser protegido por las leyes que la humanidad ha creado. No hay otra lectura.

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