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Miércoles, 9 de noviembre de 2011
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Tesalónica dedica una retrospectiva a un icono de la clase B

El enigma de J. X. Williams

Nadie sabe si en realidad existe, si opera en la clandestinidad o si no es otro que Noel Lawrence, quien presenta en Grecia joyitas como Peep Show, The Showdown y la secuencia de títulos Hollywood Play-Girls: rastros de un realizador único.

Por Luciano Monteagudo
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Peep Show, de 1965: el collage que Williams habría dirigido en su exilio en Dinamarca.

Desde Tesalónica

“Si J. X. Williams no existiera, habría que haberlo inventado”, dictaminó alguna vez el inobjetable The New York Times. Pero la pregunta que desde hace años recorre el mundo cinéfilo es si Williams existe realmente o es apenas un fraude, una leyenda urbana, una creación colectiva y anónima alimentada por bromistas de la talla de Quentin Tarantino, quien se ha declarado su admirador incondicional. Lo que sí existen son sus películas. O al menos algunas de las que se supone él dirigió. Y es todo un hallazgo del Thessaloniki International Film Festival haber invitado a Noel Lawrence, creador del “J. X. Williams Archive”, para presentar una memorable sesión denominada “J. X. Williams Cabinet of Curiosities”, con materiales casi imposibles de ver, entre ellos algo así como el Santo Grial de la clase B, el legendario Peep Show que Williams habría dirigido durante su exilio en Dinamarca, en 1965.

No deja de resultar una paradoja que mientras Grecia acusa a toda su clase política de haber sumido al país en el engaño y la mentira, su principal festival de cine celebre a un director del que nadie está seguro siquiera de su existencia. Pero por lo menos, J. X. Williams no le hace mal a nadie. Por el contrario, sus films son alegremente subversivos, una extraña mezcla del cine avant garde de los ’60 con las exploitation movies de la época, como si Kenneth Anger hubiera filmado bajo las órdenes de Roger Corman.

“Filmado” también es un decir. De acuerdo con lo visto en Tesalónica, Williams es un maestro del collage, un visionario del copy & paste, un artista consumado del found footage. Todo el gabinete de curiosidades presentado por Lawrence corresponde a materiales existentes previamente, que Williams manipuló hasta darle nuevos y provocativos sentidos. Pero lejos de utilizar metrajes anónimos o de noticiero, sus películas (o lo que ha quedado de ellas: se vieron varios fragmentos de films perdidos o inconclusos, como si se descubrieran palimpsestos de los presocráticos) están hechas a partir de extractos de películas muy reconocibles de Hollywood. Por ejemplo, en la divertida The Showdown (1975) Williams establece un duelo de gigantes entre Steve McQueen y Clint Eastwood, ocho intensos minutos durante los cuales Bullit y Harry El Sucio se disputan a balazos el trono del mejor policía de San Francisco. De más está decir que en Hollywood no se puede jugar con estas imágenes sin pagar derechos de autor, lo cual habría determinado que Williams huyera de los Estados Unidos para buscar refugio fiscal en Suiza, donde continuaría exiliado.

“J. X. Williams es un fantasma viviente, un hombre cuya historia personal involucra a Hollywood, las listas negras de McCarthy, la mafia, el cine porno y el de terror”, afirma su exegeta Noel Lawrence, que además de haber creado una página web sobre su autor favorito (www.jxarchive.org) tiene un libro publicado –¿dónde si no?– en Francia, paraíso cinéfilo por excelencia. Y Lawrence amenaza también con un documental titulado The Big Footnote (“El gran pie de página”), que estaría en producción y que demostraría la existencia real de Williams, o como quiera que se llame, ya que por supuesto su nombre y apellido son apenas un seudónimo.

Además de The Showdown, la presentación de Tesalónica incluyó Psych-Burn (1968), un experimento en colores que parece haber sido fruto del ácido lisérgico; The Virgin Sacrifice (1969), retazos de una película de terror que habría desaparecido en un misterioso incendio; Satan Claus (1975), un corto donde la demonología y la Navidad parecen darse la mano; y la brillante secuencia de títulos de Hollywood Play-Girls (1966), cuatro alucinantes minutos de una película que quizás nunca existió, la promesa de un film noir que le hubiera gustado musicalizar al contrabajista Charles Haden con su Quartet West si no hubiera sido porque el grupo Spindrift, especializado en bandas de sonido a la manera de Tarantino, se le adelantó.

Sin embargo, la joya del programa fue Peep Show (1965), la película que J. X. Williams habría realizado durante su residencia en Copenhague, donde se ganaba la vida como proyeccionista de cine, lo cual le habría facilitado el acceso a decenas de copias de films famosos con los cuales armó este ready-made del que podría haber estado orgulloso Marcel Duchamp. Y que habría provocado el primer paso a la clandestinidad de Williams. Sucede que apenas dos años después del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, Peep Show supone una conspiración que ni siquiera Oliver Stone se hubiera animado a imaginar, en la cual el presidente más popular de los Estados Unidos figura vinculado con la mafia organizada, con el sindicalista Jimmy Hoffa (el Hugo Moyano estadounidense) y con el mundo de la droga. Filmada en un blanco y negro granuloso a la manera de un film noir clase B, la película, de 45 minutos de duración, se desarrolla en el interior de un taxi donde un mafioso arrepentido, revólver 38 corto en mano, se dispone a confesarse mientras le pide al chofer que recorra la ciudad de Chicago.

Su relato –que involucra desde campos secretos de entrenamiento de la CIA en la Florida hasta un complot para convertir a Frank Sinatra en un adicto a la heroína– está profusamente ilustrado con imágenes que todo cinéfilo de ley no tardará en identificar. Empezando por El hombre con el brazo de oro (1955), de Otto Preminger, donde Sinatra interpretaba a un drogadicto, para continuar con tomas de Nueva York sacadas de la legendaria Shadows (1959), de John Cassavetes y hasta un automóvil que explota y que no es otro que el que interrumpe el famoso plano-secuencia inicial de Sed de mal (1959), de Orson Welles.

Quizá J. X. Williams nunca existió. O quizá sea el propio Noel Lawrence, escondido detrás de la figura que dice haber rescatado de la persecución y el olvido. En todo caso, las películas –sean de quien fueren– bien valen la pena. Y sería bueno que el Bafici las tuviera en cuenta.

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