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Martes, 22 de noviembre de 2011
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Entrevista a Pablo Giorgelli, director de Las acacias

“Es una historia de amor, una película para el público”

Premiada con la Cámara de Oro del Festival de Cannes, además de otros reconocimientos en San Sebastián, Londres y Biarritz, el debut de Giorgelli no es, según su autor, una película festivalera: “Para mí, es una película popular”.

Por Oscar Ranzani
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Giorgelli dice que “toda la película fue un proceso largo de maduración interior”.

Si es cierto que toda crisis implica una nueva oportunidad, el caso de Pablo Giorgelli es, sin duda, uno de los mejores ejemplos para corroborarlo. Hace varios años, Giorgelli –que era editor– la sufrió en carne propia por diversos motivos. El principal fue la prolongada enfermedad de su padre. A esa angustia se le sumó la ruptura de la relación con su pareja, después de varios años de convivencia. Y por supuesto, por aquella época todavía se producían los coletazos de la crisis de 2001, situación que le provocó grandes dificultades para conseguir empleo. Pero Giorgelli no se dio por vencido. En aquella época en que se preguntaba qué quería de la vida, qué trabajo deseaba tener y, sobre todo, qué cine quería hacer, nacieron las primeras pinceladas del guión de Las acacias, su ópera prima, que se estrena este jueves en la cartelera porteña. Jamás imaginó un debut en la realización como el que se produjo: el film obtuvo la Cámara de Oro en el Festival de Cannes de este año, uno de los galardones más importantes de la historia del cine argentino. Entonces, la vida le abrió las puertas y el amor le dio una revancha: conoció a su actual mujer trabajando para este largometraje. Es por eso que Giorgelli dice que “toda la película fue un proceso largo de maduración interior”. Como el que experimenta el personaje de Las acacias. “Yo también me fui transformando a lo largo de estos años. La película nació de un momento de crisis, pero termina en un momento mío, donde yo me reencontré conmigo mismo”, afirma sin temor a equivocarse.

¿Y el argumento? Con sensibilidad, sutileza y mucho oficio, Giorgelli construyó una historia simple, pero, a la vez, intensa. Rubén (Germán Da Silva) es un camionero al que le cuesta comunicarse con los demás y que tiene un conflicto interior, producto de un motivo relacionado con la paternidad. Se gana la vida transportando acacias en un viejo Scania entre Asunción y Buenos Aires. Su soledad lo hace mostrarse siempre duro, metido en su mundo y parco. Un conocido le pide si puede transportar en unos de esos viajes a Jacinta, una mujer paraguaya que vive sola con su beba de cinco meses y que desea llegar a Buenos Aires en busca de un futuro más próspero. El comienzo lo muestra a Rubén muy reticente con su acompañante y hasta molesto con el llanto de la beba. Pero poco a poco va estableciendo un recorrido por su mundo interno, durante el tiempo que implica recorrer los 1500 kilómetros que realiza con esta compañera de viaje y su hija. Y vivirá un proceso que lo llevará a una especie de renacer.

La Cámara de Oro no es el único premio que obtuvo Las acacias hasta el momento, mientras el recorrido por el circuito de festivales continúa. También cosechó el Premio Horizonte en el Festival de San Sebastián, el de Mejor Opera Prima en el Festival de Londres y el Premio Mayor en el Festival de Biarritz, entre diecisiete galardones. Pero Giorgelli nunca imaginó que su primer largometraje y su primer festival –Cannes– le iban a deparar semejante alegría. “Es increíble. Me parece que pasó hace un año y medio y fue hace seis meses”, confiesa el director debutante. “Terminamos la película, nos invitaron a Ca-nnes, dos semanas más tarde la estaba enviando, siempre corriendo. De hecho, acá no la había visto casi nadie porque no tuve ni tiempo. Acá la vio sólo el círculo íntimo”, relata Giorgelli. Desde que Las acacias se proyectó en la Semana de la Crítica los elogios comenzaron a crecer con un efecto de bola de nieve. “Eso para nosotros era muchísimo, luego vino la premiación de la Semana de la Crítica, y ahí ganamos tres premios: el de los directores franceses, el de la crítica joven y uno hermoso que da el Sindicato de Ferroviarios Franceses desde hace muchos años, cuyo jurado lo integran cien personas. Es casi como un premio del público. Y la verdad es que nunca esperé recibir un premio como la Cámara de Oro”, admite Giorgelli.

–¿Cree que si Las acacias no hubiera ganado la Cámara de Oro hubiera pasado inadvertida en la Argentina?

–Todavía no sé si no va a pasar inadvertida, porque no estrenamos. Lo que sí ha pasado fue que los medios y la gente que está atenta a la cultura probablemente se han enterado. Pero también me pasó de encontrarme con un amigo que no veía desde hacía mucho tiempo. Y le comenté que hice una película. Y me preguntó: “¿Cómo se llama?, ¿De qué se trata?”. Ni idea. Y te encontrás mucho con eso. La gente no sabe, no se entera. Hacer que la gente se entere implica mucho dinero. Si tenés plata, es fácil. Nuestra campaña, básicamente, es de boca en boca. Entonces, la verdad es que no sé cuán advertida o inadvertida pasará la película en la Argentina.

–El viaje que emprende el camionero no es sólo externo, sino que también establece un recorrido interior que le produce una transformación personal. Esta es la esencia de la película, ¿no?

–Sí, básicamente es eso. La película habla de la transformación interior de un hombre. Ese camino tiene que ver con mis últimos años. Es algo con lo cual me siento cerca e identificado, ese camino de la soledad al renacimiento, al reencuentro con uno. Y la película, básicamente, habla de la soledad, de la paternidad, de la dificultad para comunicarse con los demás. Y como decía: de la posibilidad de renacer. Y cuando me empezó a aparecer en la cabeza la idea de un viaje, ahí me empezó a cerrar todo, porque creo que es una muy buena forma de mostrar un viaje interior a través de un viaje exterior. Y ahí es donde empecé a armar el guión. Y luego surgió la idea de que él podía ser camionero. Y como yo había estado trabajando mucho en Misiones, dije: “Viene de Paraguay”, porque me gusta esa zona. Y empecé a trabajar un poco el guión con Salvador Roselli, casi por asociación.

–En esa relación que construye con Jacinta, ¿Rubén le encuentra un nuevo sentido a la vida?

–Sí. La película cuenta el inicio de ese redescubrimiento posible que va a haber en un futuro. Viendo la película, el espectador asiste al momento en que esa coraza se quiebra. Pero él no tiene tan claro lo que le va pasando. Se ve superado por la fuerza de eso que va descubriendo y no puede hacer nada para evitarlo. Creo, incluso, que al principio trata de resistirse. Todavía sigue actuando como aquel que fue en los últimos veinte o treinta años y se resiste al cambio: se enoja, está de mal humor. En un momento, se da cuenta de que ya no quiere eso, quiere algo nuevo, elegir. Y entonces, estamos asistiendo al comienzo de una transformación. De eso habla la película. Y desde el comienzo, siempre la pensé y la sentí como una película optimista. Es positiva. Trata de alguien que no puede decir lo que le pasa y, al final, se transforma.

–¿Por qué Rubén tiene dificultad para comunicarse?

–Porque está encerrado en sí mismo y se convirtió en una especie de cowboy moderno, un ermitaño a bordo de un camión del ’70. Y se cerró. Cuando uno se cierra de ese modo, hay algo de dolor, de soledad y de imposibilidad de modificarse. Y Las acacias es sobre alguien que está herido.

–Dijo también que Rubén es como una especie de acacia que va renaciendo. ¿Se refería a la dureza de su carácter y su paso sutil hacia una mayor docilidad?

–Sí, básicamente tiene que ver con eso. Detrás de esa coraza, de esa dureza, de ese encierro, siempre hay otra cosa. Son mecanismos, ni siquiera son máscaras. Son casi reacciones instintivas. Si te pinchan, te cerrás para protegerte. Eso es lo que hace Rubén. Lo que pasa es que, a veces, uno se cierra y no se abre nunca más. Entonces, me interesaba explorar eso.

–La puerta que se le abre a Rubén es la presencia de la beba que lo hace reencontrarse con el sentido de la paternidad, ¿no?

–Claramente. Aparte, es un paternidad que para él es algo especial, porque Rubén tiene un agujero con el tema de la paternidad. El ya es padre y ahí tiene algo no resuelto, algo que no sabemos exactamente qué pasó, pero sí sabemos que ahí el tipo tiene un dolor grande y que eso es el motor de todo. Entonces, claramente es la que dispara esa transformación. Yo quería hablar de la paternidad, de la importancia de tener una familia. Para mí son cosas esenciales al ser humano. Si no, uno está incompleto.

–Indaga en la soledad y la paternidad, pero Las acacias también reflexiona sobre el amor...

–Claramente, porque todo esto que estamos hablando tiene que ver con los distintos tipos de amor. Por un lado, el amor paternal, pero también el amor de pareja y el amor de familia. Y también con el reencontrarse con sí mismo. Cuando uno se encuentran consigo mismo, está abierto a poder amar a los demás y a recibir, porque lo que le pasa a él, al principio, es que no puede ni dar ni recibir. De esa coraza no entra ni sale nada. Y creo que esto es una de las claves de por qué la película funcionó tan bien en lugares tan distintos como Ucrania, Eslovaquia, Londres, Toronto, Perú, Asunción. Incluso las dos proyecciones de los otros días en el Festival de Mar del Plata fueron muy buenas. Y siempre los comentarios son muy parecidos, tanto de los jurados, de los críticos como del público. En distintos lugares he asistido a la conexión que el público establece con la película. Y Las acacias es una historia de amor, una historia popular, una historia para el público. No es una película festivalera y nada más. Nos fue muy bien en festivales, pero para mí es una película popular.

–En relación con eso, los espectadores acostumbrados a un cine más comercial pueden llegar a catalogar a Las acacias como un film con falta de ritmo, pero eso es justamente lo que le servía a usted para contar lo que pretendía, ¿no?.

–Estoy totalmente de acuerdo con lo que dice. Mi película tiene determinado ritmo y en una parte no tiene muchos diálogos, pero porque tiene que ver con eso: hay alguien que no puede decir lo que le pasa, al que le cuesta expresar lo que le sucede y está encerrado en sí mismo. Para mí hay una diferencia importante con algunas películas más contemplativas o minimalistas. Yo siento que Las acacias no es una película contemplativa, sino narrativa. Y los silencios que hay son silencios dramáticos. Y ésa es una gran diferencia. Creo que Las acacias es una película clásica. Alguien me decía el otro día: “Tu película es como un western moderno: el cowboy duro se va ablandando en un viaje. En vez de a caballo, anda en camión”. Siento que hay algo de eso.

–Las acacias es también una película arriesgada: tiene pocos diálogos, una sola locación, fue filmada en movimiento y con un bebé. ¿Por qué eligió el camino más difícil?

–Creo que no lo elegí: se fue dando. O sea, lo que elegí fue contar una historia que necesitaba contar. Yo diría que todo el proceso fue una necesidad. Hacer una película y, cuando hacerla, además, te toma tantos años, es muy difícil sostener ese deseo, esa idea durante tanto tiempo, excepto si tenés la necesidad de hablar de eso. Y creo que eso fue lo que me trajo hasta acá, porque en estos últimos cinco o seis años no hice otra cosa. No fue elegir un camino más fácil o difícil, sino la necesidad de hablar de algo. Y la historia te va apareciendo un poco de ese modo. Y tenés una instinto que te dice “Hay que seguir”. Por eso, al principio hablaba de un largo proceso de maduración. Fueron etapas. Y cada etapa fue muy distinta.

Filmar arriba de un camión

Filmar en la cabina de un camión es de por sí difícil. Y si a eso se le suma la presencia de un bebé, la cosa se complica. Es de suponer, entonces, que el rodaje de Las acacias no fue simple. “La filmación fue muy dificultosa y, al mismo tiempo, muy placentera”, expresa Giorgelli. “Fue una filmación muy amorosoa y muy armoniosa.” Y lo justifica a través de diversos aspectos: “Uno tiene que ver con la planificación. El rodaje estuvo muy planificado por Juan Pablo Miller, que fue el director de producción. Y la verdad es que planificar este rodaje era algo logísticamente complicado porque había que moverse, viajar. Había cuatro camiones, autos. Y básicamente lo que hicimos fue planificar el rodaje mayormente siguiendo a la beba, siguiendo sus tiempos, esperándola, adaptándonos a sus estados de ánimo. De acuerdo con su humor hacíamos una cosa u otra. Ibamos saltando de escena en función de cómo estaba el bebé. Y eso era complicado porque nos obligaba a saltar de escenas. Y no sólo fue complicado para los actores, sino también para mí. Pero previamente habíamos ensayado bastante la película. Entonces, todos teníamos muy claro lo que había que hacer”, asegura Giorgelli.

El largo y sinuoso camino de un director

Pablo Giorgelli debutó con 43 años como director. Además de las razones personales que comenta en la nota, sostiene que siempre pensó que su primera película iba a llegar antes. “Yo estudié en la primera camada de la FUC con Pablo Trapero, Ariel Rotter, Rodrigo Moreno, e hice mis cortos en ese momento. Luego necesité trabajar. Y cuando tenés que laburar y ganarte el pan en el día, a veces se te va el tiempo ahí: trabajé en la tele, en publicidad, en teatro, puse un bar. Y todo ese tiempo fui montador de algunas películas y siempre fui escribiendo mis guiones”, relata Giorgelli. “No sé por qué no llegó antes, pero sospecho que por razones personales, familiares, laborales.” Pero al momento del debut detrás de cámaras, Giorgelli ya tenía un background importante como editor. A la hora de mencionar si esto fue una ventaja, señala que “fue mucha”. Y admite: “Siempre me sentí más un director disfrazado de editor. Y cuando editaba películas de otros, me ponía un poco en lugar del director. Desde la universidad me sentí siempre así. Y desde el secundario quería ser director, sólo que me tomó tiempo. Hasta que me animé. Pero aprendí muchas cosas: siendo editor es que aprendí cómo funciona el lenguaje cinematográfico. Y siendo editor aprendí qué cosas me gustan y cuáles no”, analiza Giorgelli.

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