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Domingo, 30 de abril de 2006
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DIALOGO CON JULIO RAFFO ANTES DEL ESTRENO DE SU FILM “CASEROS-EN LA CARCEL”

“Cada rincón es un pedazo de dolor”

En la película que se estrena este jueves, un grupo de diecinueve ex presos políticos recuerda el régimen de terror vivido en la cárcel. Un recorrido por las vilezas de la dictadura, contrastado por la solidaridad que brotó entre los detenidos.

Por Oscar Ranzani
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La cárcel de Caseros aún espera por la demolición.

Además del castigo que significaba estar encarcelado en Caseros durante la dictadura, lo castigaron –aún más– por intentar “mirar el amanecer”. Si algo caracterizó a la dictadura, además de sus actos siniestros y aberrantes, fue la ridiculez de acciones incomprensibles desde la simple lógica. Así fue como en Caseros se prohibió cebar mate o leer la Biblia para que los presos políticos evitaran “interpretaciones subversivas”, o diccionarios quechuas porque podían ser “interpretados en clave”. Cortaban la transmisión durante el entretiempo de los partidos de fútbol para evitar que se conociera la actualidad informativa. Y acercándose aún más al mundo del terror imperante, cuando se suicidó un compañero, pasaban por los parlantes de la prisión la marcha fúnebre. Estas historias, junto a varias otras, son recordadas en Caseros-en la cárcel por un grupo de ex presos políticos detenidos con anterioridad al golpe de 1976, durante el gobierno de Isabel Perón y que, una vez inaugurada la “prisión modelo”, como la llamaban los militares, el 23 de abril de 1979, fueron trasladados allí. En ese ominoso edificio que ya debería ser un recuerdo de escombros.

Caseros-en la cárcel es un documental de Julio Raffo que se estrena este jueves, y que pone en boca de los propios sobrevivientes de esa prisión “legal” de la dictadura cómo era la angustiante vida carcelaria en los tiempos de Videla y sus secuaces. En Caseros-en la cárcel los diecinueve ex presos políticos reunidos por Raffo cuentan cómo lograban comunicarse (una de las maneras era a través del inodoro o “biorsi”, al que le quitaban el agua para comunicarse con el compañero de la celda de abajo), cómo eran los castigos, las requisas... y cómo en el marco de ese mundo de terror afloraba la solidaridad colectiva de esos compañeros de celda, apoyados por el cariño de sus familiares, que padecían innumerables humillaciones durante las visitas. Además, hablan de la resistencia y de la militancia, y hacen públicas sus reflexiones sobre una experiencia que dejó una marca indeleble en sus vidas: el terrorismo de Estado, en su máxima expresión. Hay testimonios de Hernán Invernizzi, Ernesto Villanueva, Hugo Soriani, Julio Mogordoy, Martín Jaime, Alberto Piccinini, Antonio Puijane, Carlos Kunkel, Francisco “Barba” Gutiérrez, Hugo Colaone, Juan Carlos Dante Gullo, Luis Iglesias, Manuel Gaggero, Marcelo Vensentini, Néstor Rojas, Pascual Reyes, Pedro Avalos, Ramón Corregidor y Valentín Mastrángelo.

Raffo eligió precisamente a Caseros como el lugar de filmación de su película. “Un día leí en el diario que se iba a demoler la cárcel. Muchos de estos testimonios, que me contaron personalmente, pensé que deberían contarse ante una cámara, aunque fuera para preservarlos para la memoria social argentina. Y debía ser en el escenario donde pasaron”, sostiene el realizador en diálogo con Página/12. “El principal capital con el que se hizo esta película –agrega– fue la confianza personal y política de los compañeros. Yo los llamé, vinieron inmediatamente y abrieron su corazón. Y eso se nota por cómo hablan, con emoción y con franqueza.”

–Salvo algunas excepciones, las problemáticas de los presos políticos durante la dictadura prácticamente no estuvo abordada por el cine argentino. ¿Usted cree que no hay una posición tan clara de la sociedad respecto de este tema? ¿Cual es su percepción social a partir de haber realizado la película?

–Sí, efectivamente no se había hablado del tema. Y creo que no se tematizó en el cine, la literatura o el teatro porque fue como opacado, razonablemente, por un tema que impresionaba aún más: 30 mil desaparecidos. Claro, al lado del desaparecido, el familiar que tenía un preso político era un “privilegiado”. Un “privilegiado” de alguien que estaba en una mazmorra, maltratado, víctima de una política para destruirlo. Pero sabía dónde estaba y, de tiempo en tiempo, sometido a los vejámenes de las requisas de las visitas, podía verlo. Era tan siniestro todo durante la dictadura que, de alguna manera, era una situación de “privilegio” frente al que buscaba a un desaparecido. Entonces, como no hubo más presos políticos durante la dictadura que impuso la política de la desaparición y el aniquilamiento, el tema quedó como enquistado y opacado por los otros. Pero es un tema tremendo.

–¿Cuál fue su primera sensación al entrar a Caseros?

–Bueno, yo ya había entrado como abogado. Pero a los lugares de acceso para los abogados, el “locutorio”, como se llama en la jerga. Pero entrar a la cárcel, con los olores, el deterioro, la humedad, la oscuridad, acompañado por guardiacárceles (pero, a su vez, en un marco jurídico y político que yo me sentía con poder sobre esos guardiacárceles, porque les decía “abran acá que quiero filmar” y ellos con mala gana lo hacían), era angustiante. Yo percibí algo que no llegué a tematizar hasta que lo dijo Ernesto Villanueva: “Cada rincón es un pedazo de dolor del ser humano”. Algo parecido sentí al entrar a la ESMA: el edificio me acongojaba. Pero a la vez, lo que me iban contando me atrapaba. Incluso, muchos decían que era la primera vez que pasaban “por acá”, porque ellos transitaban por donde los llevaban: por los pasillos de los guardiacárceles, donde se hacían las requisas. Entonces, recorrer eso con ellos y percibir la emoción de ellos...

–Una de las primeras conclusiones que se desprenden del documental es que si bien los militares la presentaban como “una cárcel modelo” prácticamente no se diferenciaba de un centro clandestino de detención, excepto por la figura “legal” que la enmarcaba.

–La dictadura se encontró con que había presos políticos en marzo de 1976 y con el obstáculo que, si bien su política era el aniquilamiento, aniquilar y matar a esos compañeros que estaban ahí hubiera sido internacionalmente escandaloso, porque jurídicamente ya estaban bajo posesión del Estado y el Estado lo habían tomado ellos. No era el mismo caso que secuestraron y que nunca reconocieron: “No sé dónde están”, decían con la hipocresía criminal que los caracterizó. Entonces, ellos querían hacer todo lo posible por destruirlos y matarlos, pero sin que se viera tan claramente que lo habían hecho. Llevaron a cabo una política de destrucción física y anímica, inclusive de asesinatos concretos con lo que se llamó “el pabellón de la muerte” de La Plata que, con motivos aparentes de traslados de una cárcel a otra, los mataban. Esto era un crimen, pero no podían matarlos de un día para otro a todos juntos. La dictadura los quería eliminar y destruir como a los desaparecidos, pero tenían algunos límites por el escándalo internacional.

–A partir de los sucesos que narran los ex presos políticos, se puede asegurar que las violaciones a los derechos humanos practicadas en el penal tenían como objetivo básico quebrantarlos y dividirlos. Sin embargo, prevaleció la unidad y la solidaridad. ¿Cómo explica que en un momento límite de supervivencia aflore lo más sublime del ser humano?

–Aquí jugó un papel muy importante la convicción política, porque si bien ellos tenían diferencias políticas (unos venían del PRT-ERP y otros de Montoneros) y algunas muy profundas de concepción, en la cárcel ayudó la política del enemigo a unificarlos. Hay una frase muy buena de la película: “El enemigo no hacía diferencias, y advertimos que no debíamos hacer diferencias entre nosotros”. A su vez, el deber de todo preso político es salir. Y si no puede salir escapándose, es sobrevivir y resistir para que el día que salga pueda sumarse de nuevo a lo que políticamente piensa que debe realizar. Entonces, mi conclusión es quedarme más que asombrado, pasmado, de ver la capacidad de resistencia de los compañeros en esas condiciones... y el éxito que tuvieron.

–Uno de los aspectos que se puede interpretar a partir de los testimonios es que, en determinadas circunstancias, la resistencia no consiste en grandes hazañas, sino que pasa por pequeños actos cotidianos y colectivos como los que se relatan en la película.

–La resistencia es la coherencia: “Señores: éstos son los enemigos y yo me limito a cumplir lo mínimo necesario para sobrevivir. Es más, me pongo al límite de que me maten en defensa de mi dignidad”. Esto se ve en varios episodios. Por ejemplo, reflexionando sobre la película y la celda del castigo: si una persona ya está en su vida cotidiana encerrada en una celda de dos metros por un metro y pico, en un camastro miserable, con un banquito miserable, 23 horas por día, ¿cómo se los castiga? Para castigarlo hay que empeorarle las condiciones. A ellos que ya estaban encerrados y en condiciones infrahumanas, ¿cómo se los castigaba? Se lo castigaba en una celda que no tuviera colchón, cama, que se le diera poca alimentación o no se le diera. Y se lo hacía con perversidades. Una perversidad era que a ellos todos los días les daban los colchones y a las mañana se los quitaban para que durante el día no tuvieran colchón donde tirarse. Y la perversidad es “para que yo te dé el colchón cuando te abran la celda tenés que correr cincuenta metros para buscarlo”. ¿Por qué correr? Si están presos. “Correr para humillarte.” Entonces, los compañeros dijeron “para recibir los colchones, ¿es necesario correr? No vamos a correr. Vamos a ir caminando”. Entonces, ahí se daba una paradoja: había que castigar a los ya castigados. Porque al castigado que no corría había que hacerle un castigo adicional. Entonces, en la fuerza de decir “no” está el heroísmo. Porque en la reacción del sistema represivo al “no corro” puede ser que terminara muerto el compañero. El heroísmo es la coherencia que, en determinado momento, lo hace enfrentar al peligro mayor, pero en lo cotidiano lo hace resistir todo lo que atentaba o pretendía atentar contra su dignidad.

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