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Jueves, 16 de febrero de 2012
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Caballo de guerra, dirigida por Steven Spielberg

En busca de sentimientos puros

Puede ser acusada de ingenua y pueril y llega al punto de reconciliar a dos soldados enemigos, en medio de la Gran Guerra, nada más que por el amor de ambos por un caballo. Pero el talento narrativo y visual del director la convierten en una película entrañable.

Por Horacio Bernades
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Spielberg pone al espectador en la piel del caballo.

Llena de buenos sentimientos y generosidad de espíritu, Caballo de guerra es una película decididamente demodé. Tanto, que más que película tienta llamarla “cinta”, como se decía en tiempos antediluvianos. Quien busque en ella un mundo parecido al que lo rodea saldrá protestando contra la ingenuidad y puerilidad de Steven Spielberg. Tanta, que llega al punto de reconciliar a dos soldados enemigos, en medio de las salvajes trincheras europeas de la Primera Guerra, nada más que por el amor de ambos por un caballo. Pero, ¿por qué el cine debe reflejar necesariamente el mundo real? ¿No era que las películas también pueden parecerse a los sueños, deseos, terrores más profundos? Siempre y cuando estén tan bien contadas que durante un par de horas (media hora más, en este caso) puedan transportar al espectador a un planeta que sólo exista como utopía. Por más que lluevan sobre ella acusaciones de sensiblería, atraso y viejismo, por más que tenga sus debilidades, Caballo de guerra es –por convicción, talento narrativo y visual y grandeza de miras de Mr. Spielberg– esa clase de película. ¿Se estrenan muchas así todas las semanas?

Basada en una novela y nominada a seis Oscars (de los cuales en el mejor de los casos va a ganar sólo alguno menor), Caballo de guerra transcurre en tiempos prefreudianos. Eso tal vez permita ver, en el amor total del protagonista por un joven y fornido equino –así como en la tan súbita como intensa amistad entre dos mozalbetes, en medio de la tierra de nadie del campo de batalla– sentimientos “puros”. Porque de eso se trata: de Platón, no de Freud. Cuando ve en un remate al hermoso purasangre, lo del humilde granjero Ted Narracott (Peter Mullan) parece amor a primera vista. Endeudarse y ganárselo al dueño de la granja cuya tierra trabaja –ganándose así un problema– no parece obstáculo para comprarlo. Pero el que queda prendado del potrillo es Albert (Jeremy Irving) –hijo único de Ted y su esposa Rosie (Emily Watson)–, que le pone nombre, lo adopta y educa.

Caballo de guerra, en cuyo guión participó Richard Curtis (cocreador de Mr. Bean, y también de las más fabricadas Un lugar llamado Notting Hill y El diario de Bridget Jones), no va a establecerse en el cuasi noviazgo entre Albert y el alazán, sino que –contagiada tal vez de la naturaleza del personaje central– huirá hacia delante. Porque el verdadero protagonista de Caballo de guerra no es el insulso Albert, sino el impetuoso Joey, el potrillo. Organizada en episodios bien diferenciados, la película de Spielberg (estrenada en Estados Unidos quince días antes de Tintín) sigue las desventuras del purasangre, a quien, una vez declarada la guerra, el ejército de Su Majestad confisca y lleva al frente. Para Joey es una mala noticia. Para la película, una buena: la relación entre el caballo y su dueño no pasaba de lo inane. El cielo del comienzo da lugar al infierno bélico; de las suaves colinas soleadas, a las oscuras y barrosas trincheras; del agua con arroz al drama. Como la escopeta “protagónica” del extraordinario western Winchester 73, Joey pasa de mano en mano y el relato con él.

A fuerza de empatía y gracias al adecuado manejo del punto de vista, Spielberg pone al espectador en la piel del caballo. Caballo de guerra es emotiva y hasta desvergonzadamente melodramática, pero siempre de modo orgánico. Si hay lágrimas, no surgen de un mensajismo autoimpuesto, como en El color púrpura, o de una cursilería alla Disney, como en los peores momentos de A.I., Inteligencia Artificial, sino del compromiso genuino que la película asume con la suerte del protagonista. El periplo, cada vez más dramático, termina con Joey como bestia de carga, al servicio del enemigo y casi al punto del último aliento.

Con una gran huida al galope, atravesando la trinchera enemiga –que termina con Joey convirtiendo una tela metálica en corona de espinas–, qué decir de la arrebatadora escena en la que, para correr de la línea de fuego al animal herido, un pelotón entero se pone a silbarle, como si fueran un grupo de chicos. Del magnánimo pero circunstancial acuerdo entre enemigos, digno de La vaquilla. Del sublime llamado salvador del dueño al potro, recuperación a toda orquesta de la emotividad del melodrama mudo. Recuperación, a la vez, de un recurso narrativo propio también del silente: el last minute rescue. O de la última imagen –de fondos demasiado naranjas, es verdad–, donde, gracias a un reencuentro y un abrazo en siluetas, Caballo de guerra hace explícito su carácter fordiano.

8-CABALLO DE GUERRA

War Horse, EE.UU., 2011

Dirección: Steven Spielberg.

Guionista: Lee Hall y Richard Curtis, sobre novela de Michael Morpurgo.

Fotografía: Janusz Kaminski.

Música: John Williams.

Intérpretes: Jeremy Irving, Peter Mullan, Emily Watson, Niels Arestrup, David Thewlis, Tom Hiddleston y Eddie Marsan.

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