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Viernes, 16 de marzo de 2012
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ENTER THE VOID, DE GASPAR NOE, Y EL DETERMINISMO FATALISTA

Teoría de la repetición de desgracias

El cineasta argentino filma desde una subjetiva cenital el viaje en reversa que emprende el alma de un muchacho asesinado en Tokio. Pero su obsesión por lo circular hechiza también a la propia estructura narrativa, dando por resultado un film reiterativo.

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ENTER THE VOID

Francia/Alem/It/Canadá, 2009.

Dirección: Gaspar Noé.
Guión: G. Noé y Lucille Hadzihalilovic.
Fotografía: Benoît Debie.
Música: Thomas Bangalter.
Intérpretes: Nathaniel Brown, Paz de la Huerta, Cyril Roy, Olly Alexander, Masato Tanno y Ed Spear.
Estreno en proyección Blu-Ray, en los cines Gaumont, Artecinema y Cosmos.

Como en Irreversible, un hecho trágico dispara el viaje al origen en Enter the Void.

En Enter the Void, el argentino Gaspar Noé (hijo del artista plástico Luis Felipe Noé) vuelve a poner la estructura misma del relato al servicio de una suerte de determinismo fatalista, tal como sucedía en Solo contra todos (1999) e Irreversible (2002). Como en ambas, se trata de remontar todas las desgracias que parecerían constituir una vida, para llegar hasta su origen mismo. Como sucedía en Irreversible, un arbitrio permite esa marcha atrás. La mención al Libro tibetano de los muertos apunta a justificar la entera revisión de su vida que, como si se tratara de una prueba de verdad de ese libro, emprende el alma de un muchacho asesinado. Al llevarse a cabo desde una falsa subjetiva, ese viaje en reversa posibilita a Noé narrar tres cuartos de película desde una posición cenital. El cuarto de película previo, también en subjetiva, incluye visiones de los trips psicodélicos del protagonista. Esos desafíos estilísticos tal vez sean la verdadera motivación de Enter the Void.

Como en Irreversible, un hecho trágico dispara el viaje al origen. Disparo literal: no se trata esta vez de una violación, sino de una ejecución. ¿La policía japonesa asesina sin preaviso a los dealers de poca monta? Una pregunta para hacerse, a la vista de lo que sucede aquí. Al tráfico de droga decidió dedicarse Oscar (Nathaniel Brown), veinteañero que no se sabe muy bien cómo fue a parar a Tokio. Al Tokio más oscuro y sórdido, y también a uno que, producto del neón, parece tachonado de flúo (la copia en Blu-Ray con que la película se exhibe en Buenos Aires intensifica la oscuridad y opaca los brillos). A Tokio llega Linda, hermana de Oscar (la neoyorquina Paz de la Huerta, que actúa también en Los límites del control, de Jim Jarmusch), quien, como en un tango japonés, terminará perdiendo la inocencia para pagar el vicio de aquél. Tango ratonero: Linda llega a Japón con un osito de peluche en la mano y termina bailando caño en un puticlub, encamándose con el dueño y dejándose franelear en el camarín por una compañera de tareas. Hasta que sobreviene la tragedia. Que no es, ni con mucho, la primera ni la última que ambos hermanos sufrirán en su vida. En su vida y en su muerte.

Exhibida en selección oficial en Cannes 2009 y con una extensión de dos horas cuarenta (se trata de la versión abreviada), el mal karma de Enter the Void incluye espantosos accidentes familiares, abortos y sus restos en primer plano, edipos ligeramente desplazados, culpas, destinos inconcebiblemente crueles, traiciones entre amigos e incitaciones al suicidio. Como en los films previos, Gaspar Noé narra esta serie de mazazos dramáticos mediante maratónicos planos secuencia. El uso extensivo de la steadycam permite sistematizar un efecto de flotación ensayado ya en anteriores ocasiones. Como resultado, Enter the Void debe ser la película con más planos cenitales de la historia del cine. El mirar desde arriba se corresponde con una idea del mundo como maqueta: con un costo de 20 millones de dólares, Enter the Void debe ser también uno de los films live action con mayor uso de esa clase de reducciones a escala. Obsesión que la película tematiza, en la figura de un constructor de maquetas y en un final en el que los distintos planos y registros (lo “real” y su reproducción artificial, el sueño y el trip, el realismo sucio y la psicodelia flúo) se fusionan e indiscriminan.

Tal vez influida por el título (traducible como “entren al vacío”), cada vez que la steadycam planea sobre una forma circular –un cenicero, una lámpara vista desde arriba, la taza sobre la que descansan los restos del aborto–, parecería que no puede evitar caer sobre ella en picada espiralada, pasando, a través de ese hoyo, a otro plano de relato. Teniendo en cuenta que lo que se postula es algo así como una teoría de la repetición de las desgracias, podría pensarse que la obsesión por lo circular hechiza también a la propia estructura narrativa, dando por resultado un film reiterativo, redundante, estirado hasta lo indecible.

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