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Miércoles, 21 de marzo de 2012
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Manuel Antín habla de La cifra impar, su ópera prima de hace medio siglo, que volverá a verse hoy en la Lugones

“No hice otra cosa que plagiar a Cortázar”

Cuando todavía no era cineasta, Antín descubrió por casualidad “Cartas a mamá” en Las armas secretas y se propuso filmar ese cuento. La película se verá en el marco de la Iª Bienal Julio Cortázar–Georges Perec. Una pasarela entre la literatura argentina y francesa.

Por Oscar Ranzani
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Cuando decidió filmar La cifra impar, Manuel Antín nunca había visto una cámara cinematográfica.

Cuando Manuel Antín todavía no era director de cine, se topó casi por casualidad con la literatura de Julio Cortázar. Un día de 1960, Antín estaba en la casa de un amigo esperando que el muchacho terminara de arreglarse para ir juntos al cine. Mientras lo aguardaba, y para no perder el tiempo, se dirigió a la biblioteca y escogió un libro prácticamente al azar. Era Las armas secretas, de Cortázar. Antín abrió el libro, comenzó a leer el cuento “Cartas de mamá” y de inmediato pensó: “Qué lástima que yo no escriba así, porque Cortázar escribe como yo quisiera”. Esta reflexión marcó el inicio de su destino profesional. Y decidió que debía filmar ese cuento. “Porque yo quería escribir eso que él había escrito. Entonces, al filmarlo no hice otra cosa que ‘plagiarlo’... legalmente”, admite el realizador de 86 años a Página12. Antín le escribió una carta a Cortázar solicitando los correspondientes derechos y el autor de Rayuela le contestó muy amablemente. Así iniciaron un intercambio epistolar que con el correr de los años se trasformó en amistad. Y esa correspondencia fue publicada en el libro Cartas de cine.

Antín filmó, entonces, La cifra impar, el largometraje inspirado en “Cartas de mamá” y el 15 de noviembre de 1962 se estrenó en los cines de Buenos Aires. A poco de cumplirse cincuenta años de su estreno, La cifra impar podrá verse hoy a las 19.30 en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530), como parte de las actividades de la Iª Bienal Julio Cortázar–Georges Perec. Una pasarela entre la literatura argentina y francesa, organizada conjuntamente por la Embajada de Francia, la Alianza Francesa, la Academia del Sur y el Ministerio de Cultura de la Ciudad. Protagonizada por Lautaro Murúa, María Rosa Gallo y Sergio Renán, la película traza un relato fantástico–psicológico acerca de la relación entre Luis (Murúa) y Laura (Gallo), la novia que le arrebató a su hermano Nico (Renán), quien muere poco después del casamiento de Luis y Laura. La pareja vive en París, pero la presencia de Nico es constante en la relación, como si se tratara de un fantasma, tal vez por el peso de la culpa de estos novios. La sensación se intensifica cuando Luis recibe una carta de su madre anciana y un poco enferma, que podría ser una esquela más, excepto por la ¿equivocación? de que el texto indica que Nico preguntó por ellos y que va a viajar de Buenos Aires a París.

A la hora de mencionar qué significa en lo personal que se cumpla medio siglo del estreno de La cifra impar, Antín explica que lo sorprenden una serie de situaciones: “Primero, que hayan transcurrido cincuenta años. También que haya alguien interesado en exhibir La cifra impar. Y me va a sorprender más si hay alguien interesado en verla”, asegura el rector de la Universidad del Cine (FUC), con humildad genuina. “Acaba de exhibirse en Pantalla Pinamar y me dijeron que era un día de sol y que estaba lleno el cine. Todo eso me sorprende porque el cine no es un producto eterno. Todos sabemos que el cine envejece, que las películas desaparecen. Las películas se olvidan. Pero el aniversario me pone orgulloso y desde luego me da satisfacción que se siga viendo”, completa la idea el director. El 30 de mayo, Antín viajará a París porque se va a exhibir una copia restaurada de su ópera prima en la Cinemateca Francesa, la misma que se verá hoy en la Lugones. Allí, además del realizador, estarán presentes algunos de sus colaboradores en la película, entre ellos Ponchi Morpurgo (dirección de arte) y Juan Carlos Fisner (asistencia de producción).

“Cartas de mamá” fue uno de los cuatro cuentos de Cortázar que usted adaptó. También realizó Circe (adaptación del cuento homónimo) e Intimidad de los parques (fusión de los cuentos “El ídolo de las Cícladas” y “Continuidad de los parques”). ¿Se puede pensar a estos tres largometrajes como una trilogía?

–No, porque son muy diferentes entre sí. Están apoyados firmemente en la literatura, en este caso de Cortázar, pero yo, con mi obsesión de ser escritor y no haber podido serlo, no he hecho otra cosa que filmar obras literarias. He filmado obras de Ricardo Güiraldes, Guillermo Hudson, Augusto Roa Bastos... Siempre escritores a los que me parecía que el cine les daba esa universalidad que no da la literatura.

¿Por qué?

–Porque la literatura hoy en día casi se ha convertido en un lujo. Y el cine ha seguido siendo una especie de alimento popular, cosa que no ocurre con la literatura.

¿Y qué encontró de cinematográfico en “Cartas de mamá”? Cuando lo leyó, ¿qué le hizo pensar que ese cuento podía ser una película?

–Simplemente mi primer impulso, que era “plagiarlo”. No encontré otra cosa. Ninguno de los cuentos de Cortázar es verdaderamente cinematográfico. En todo caso, la relación que podría tener la literatura de Cortázar con lo cinematográfico es que, en algún momento, el cine tomó el modo de escribir de Cortázar. No solamente de Cortázar, sino de otros autores que han hecho de la literatura una especie de secreto metafórico. Esto se nota visiblemente en muchas películas.

Generalmente, cuando se hace la adaptación de un cuento o de una novela se mantiene el título. ¿Por qué lo cambió para la película?

–Fue una traición consentida, porque yo le expliqué a Cortázar que Cartas de mamá era una película que no iba a ver absolutamente nadie. Y que La cifra impar era un título lo suficientemente impopular como para seleccionar el público a priori. Nadie puede decir que lo engañé mostrándole una película que en aquella época era difícil de entender. Hoy en día, el cine nos ha acostumbrado a seguir las imágenes con mayor velocidad. Pero, sin duda, no era fácil de entender en aquella época. Cambiarle el título era como decirle al público: “Antes de entrar, piense”. Seamos leales con el público.

¿Fue complejo el traslado de una obra literaria como ésta al cine?

–No, porque yo no tenía ninguna experiencia. Nunca había visto una cámara cinematográfica, prácticamente no había visto una cámara de fotos. Hasta entonces había vivido escribiendo y estudiando. Lo hice con una absoluta irresponsabilidad, que es la única manera de encarar un proyecto ambicioso, un proyecto cuyo destino se desconoce. Entonces recurrí, en primer lugar, a un adaptador muy profesional que fue contratado por el estudio Argentina Sono Film, que en aquella época era muy importante. El adaptador era Arturo Cerretani. Y él me dio el molde para que pudiera presentarme en el Instituto de Cine y decir: “Miren, no he hecho nunca nada, pero traigo una película que está adaptada por Arturo Cerretani y actúan Lautaro Murúa, María Rosa Gallo y Sergio Renán, actores por demás conocidos”. En el Instituto de Cine me creyeron porque venía “custodiado” por nombres ilustres, porque Cortázar y yo no éramos nada para el Instituto de entonces.

¿Se propuso ser fiel al cuento y no traicionar su esencia?

–He filmado mis películas como un escritor. Algo que no se me hubiera ocurrido sería traicionar a los autores. En el caso de Don Segundo Sombra, ni siquiera hice adaptación. Filmé la novela, la repartí al equipo y subrayé lo que interesaba. Y todo lo demás me lo dio el paisaje. Si uno toma el cuento “Cartas de mamá” y lo compara con la película se da cuenta de que está seguido con absoluta prolijidad hasta en las palabras.

¿La cifra impar navega entre lo fantástico y el drama psicológico?

–Sin duda. Lo fantástico no en el sentido humano, sino en el sentido misterioso de las casualidades. Cortázar era un escritor muy apoyado en las casualidades. Toda su literatura está apoyada en esa elipsis.

¿Es cierto que a Cortázar le gustó tanto La cifra impar que decidió ayudarlo en el guión siguiente?

–Le voy a contar lo que le sedujo porque es una anécdota extraordinaria. Como ya comenté, no conocía a Cortázar cuando le mostré la película. El vino a Buenos Aires y todavía La cifra impar no se había estrenado. Y fuimos a la sala 7 del Laboratorio Alex. Nos sentamos, yo en primera fila, y él, atrás. Y hay una escena en la que la madre de Luis sube la escalera y Luis le dice: “Mamá, Laura es como vos”. En ese momento, Cortázar me apoyó la mano en el hombro y me dijo textualmente: “Pibe, entendí mi cuento”.

¿Y eso marcó el inicio de una relación de amistad?

–Una amistad que fue cambiando porque además era una misteriosa relación de amistad, porque en esa época él no era nada y yo sí. Porque un director de cine tiene un prestigio que no tiene el escritor. Entonces, yo era un director de cine que le rechazaba propuestas. El tiempo transcurrió, yo seguí siendo un director de cine y él se convirtió en Julio Cortázar. Y ésta es la realidad: hoy, yo soy un director de cine, cuyas películas se ven de vez en cuando en la televisión o en algún aniversario, y él está en todas las librerías, en todas las memorias. Nadie ignora quién es Julio Cortázar.

¿Y qué recuerdos atesora del intercambio epistolar–cinéfilo con Cortázar?

–Sus comentarios, sus anécdotas. Por ejemplo, una maravillosa anécdota. Cuando Michelangelo Antonioni le compró los derechos de Las babas del diablo para hacer Blow Up, Italo Calvino le dijo: “No te hagas muchas ilusiones porque a mí Antonioni me compró una novela y de ella lo único que vi en la película era un tucán, y era porque ese pájaro le gustaba a Mónica Vitti”.

¿Sigue leyendo la obra de Cortázar? ¿Le produce algún redescubrimiento aun hoy en día la lectura de sus cuentos y de sus novelas?

–Tanto que, a veces, fabulo en volver a filmar. Hay dos cosas que no pude filmar porque se acabó mi tiempo o porque ya no me dio la energía y que pertenecen a dos etapas que están en las antípodas de mi vida: Adán Buenosyares, de Leopoldo Marechal, que es uno de mis sueños frustrados (de la que llegué a tener una adaptación), y Rayuela.

¿Cómo observa la relación entre cine y literatura?

–Para mí es absolutamente la misma cosa. Las películas que no son literarias me aburren y me despiertan indignación. Para mí, la literatura es la base absoluta de la vida. A veces, incluso, exagero cuando digo que todo lo que hacemos es literatura: dormir, hacer el amor, tener un amigo. Todo es absolutamente literario cuando es bello. Lo que no es literario siempre nos da tristeza.

¿Cómo era hacer cine independiente hace cincuenta años y cómo lo analiza en la actualidad?

–Hace cincuenta años era mucho más difícil. Siempre dije: “¿Cómo es posible que haya podido filmar diez películas cuando con esa suma de dinero podría haber publicado cientos de novelas?”. ¿Qué saldría publicar una novela? Siete o diez mil pesos, en términos de hoy. Y hoy hacer una película, ¿qué puede costar? Entre cuatro o cinco millones. Y, sin embargo, me fue posible hacer películas. Es una de las contradicciones que me llevaré al más allá. No entenderé cómo pude hacer lo menos fácil y no pude hacer lo más sencillo.

¿Cómo analiza el surgimiento del Nuevo Cine Argentino producido en la década del ’90?

–Creo que hoy estamos en condiciones infinitamente mejores que en el pasado. En primer lugar, porque cuando yo hacía cine pertenecía a un mundo que el cine despreciaba. Yo conocí a mis pares de la cinematografía. En la época en que hacía cine, mis pares eran Hugo del Carril, Lucas Demare, Mario Soffici, etcétera. Los conocí y nunca me saludaron, salvo Torre Nilsson, que sí tenía conmigo una amistad personal muy importante. Pero a los demás recién los conocí cuando fui director del Instituto de Cine. Hasta entonces, nunca me saludaron. Hoy en día, con las nuevas tecnologías y las escuelas de cine, se ha vuelto mucho más fácil hacer una película. Antes había que juntar muchos millones de pesos. Hoy, muchos hasta se dan el lujo de hacer cine sin pasar por el Incaa. Es increíble.

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