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Jueves, 14 de junio de 2012
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Diego Recalde estrena hoy Habano y cigarrillos en el cine Cosmos-UBA

Nuevo manual de perdedores

En su tercer film, el cineasta parte de una reunión de egresados para seguir el derrotero de dos personajes a quienes no les ha ido bien en la vida. Ellos deciden “vengarse” con el único triunfador de la clase. “Está mal armado el sistema de premiación”, dice Recalde.

Por Oscar Ranzani
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En Habano y cigarrillos, Recalde fue guionista, director, productor, protagonista y editor.

Cuando el cineasta Diego Recalde asistió en 2005 a una reunión de egresados del colegio secundario donde estudió, olfateó cierta decepción en el ambiente. Es cierto que están cara a cara los que triunfan y los que no, y eso puede generar envidias, más allá de la alegría inicial del reencuentro. Aunque el que subió a la cima haya sido compañero de banco. Cuando regresó a su casa, a Recalde se le despertó la fantasía creativa y con esos pocos elementos elaboró su tercer largometraje, Habano y cigarrillos, del cual es guionista, director, productor, protagonista y editor. No cabe duda de que Recalde es un todo terreno en el ámbito cinematográfico. Y su tercera película (Sidra fue la primera, y T.Ves? la segunda, que no se estrenó comercialmente) se estrena hoy a las 22.15 en el Cine Cosmos-UBA (Corrientes 2046).

Habano y cigarrillos empieza, justamente, con una reunión de egresados. Entre ellos, están Gustavo (Fernando Miasnik) y Daniel (Recalde). Cuando termina la reunión, Daniel se pone en contacto con Gustavo y quedan en encontrarse en un bar. Juntos charlan acerca de Jorge, el único del curso al que le fue bien en la vida. Es entonces cuando Daniel le comenta una estadística que asombra a su ex compañero: según su estudio, en un curso, solo uno triunfa. Y lo argumenta con lo que pasó no solo en su caso, sino en muchos más que se tomó el trabajo de indagar. No sería nada del otro mundo si no fuera que Daniel le explica a Gustavo que ese descubrimiento incluye un antídoto para salir del fracaso: cuando uno mata a la persona que le está yendo bien, la suerte queda del lado del asesino. Habano y cigarrillos es una comedia negra que incorpora un elemento fantástico para poder plantear la metáfora de pisotear la cabeza del que triunfa. “Es una metáfora que, quizá forzadamente, si uno la aplica a la realidad, puede llegar a algo parecido a eso, porque pareciera que la cima es para poquísimos. Entonces, el de abajo está esperando matar al de arriba para poder subir y ocupar su lugar”, cuenta Recalde a Página/12 sobre las conductas de la sociedad en relación con las ambiciones personales.

–¿Gustavo y Daniel son dos perdedores que buscan salir del pozo?

–Sí, son dos tipos que no han tenido suerte en la vida. Intentaron, cada uno por su lado, pero no les fue bien, porque en eso el azar es caprichoso y premia arbitrariamente a quien se le ocurre. Es cierto que si uno realiza más intentos, tiene más chances de que el azar alguna vez lo premie. Pero, en líneas generales, uno queda en encontrarse con el azar en alguna esquina y, generalmente, el azar no va, suele dejarlo a uno clavado. Es para pocos. Pero porque también está muy mal armado el sistema de premiación. Entonces, a partir de ahí, siempre van a ser pocos lo que se van a realizar y muchos los que van a vivir en función de los realizados.

–¿Erraron el camino o son unos simples resentidos con lo que les tocó vivir?

(Risas.) –Debe haber de los dos condimentos, sin duda. Hay algo de resentimiento y hay algo también de que no han tenido suerte. Ambas cosas. Cuando se conjugan y se potencian, uno se transforma en una especie de bomba de tiempo, de la que conviene huir.

–¿Qué función cumple la envidia en ellos?

–Es el motor que los lleva a hacer lo que finalmente hacen.

–¿Cree que la ambición despierta lo más bajo del ser humano?

–La ambición desmedida, sí. La ambición es una palabra que tiene una connotación negativa. Y diría que la ambición, sin ser desmedida, también. Más que ser ambicioso, prefiero ser deseoso. A mí me gustaría que en el mundo existiera un tope a la acumulación. Me parece que eso haría que la repartija fuera más equitativa, que la suerte inclusive fuera más pareja. Lamentablemente ese tope no está. Pero creo que haría, sin duda, un mundo mejor. Y hablo concretamente de un tope de ganancia. “Más de tanto no podés tener”, que vendría a decir: “Más de tanta suerte y poder no podés tener”.

–Le van a hacer sonar las cacerolas en Barrio Norte...

Se ríe.

–La película también reflexiona acerca de si cualquier medio es válido para llegar a un fin deseado, ¿no?

–Sí, lo que pasa es que en ambos personajes hay una cuota de perversidad. Yo me siento más cerca de los neuróticos que de los perversos, porque tiendo a dudar más. Pienso más en el otro. No creo que uno pueda andar por la vida haciendo lo que se le ocurre para llegar a un fin determinado, porque hay otras personas y esas personas pueden salir heridas. Y no es conveniente andar provocando daño por el mundo. Pero si tenés una cuota de perversidad alta, sí, el fin justifica los medios.

–¿El humor permite mostrar, a veces, los dramas más escabrosos?

–Te lo muestra sin que te duela tanto. Te hace ver las cosas, digamos, con vaselina. Entonces, el espectador lo digiere de otra forma. Lo soporta más. Y aparte, el humor tiene una ventaja respecto de otros géneros: uno puede decir cosas sin bajar línea, por un lado, y sin ponerse en el papel de fiscal o de moralista, del tipo: “Yo señalo a los otros porque soy distinto, no soy como ellos”. Yo también tengo mis mezquindades, mis debilidades. Quizá lo interesante es reconocerlas. Me parece que pasa por ahí. Y al reconocerlas uno experimenta un sentimiento que para mí es interesante y al que elogio: la culpa. Está bueno sentir culpa. No de manera excesiva y no todo el tiempo, pero si sentís culpa empezás a advertir que cometiste un error y que hay otra persona que está sufriendo por algo que vos hiciste.

–Tiene terminada otra película, El periodista, que se estrenará en julio también en Cosmos-UBA. ¿Qué puede contar de la historia?

–Es sobre un tipo al que para sobrevivir y que le vaya muy bien en la vida, a la inversa de Zelig, el personaje de Woody Allen, le conviene mimetizarse y adquirir el punto de vista del dueño del holding. Y decide llevar esa premisa hasta las últimas consecuencias. Igual, se da una paradoja interesante porque si bien uno muestra la vida de ese muchacho sin editar, viene a plantear un debate, a mi juicio, interesante respecto de qué pasa del otro lado: “Vos me estás mirando, pero, ¿cómo sos en tu casa, en tu familia, en tu trabajo? En lo cotidiano, ¿somos tan distintos?”. Y no está mal ese interrogante porque es más una pregunta humana y que está relacionada con: “Esto es una selva, ¿cómo sobrevivo?”.

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