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Martes, 25 de septiembre de 2012
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Fernando Trueba y Laurent Cantet en la competencia de San Sebastián

Dos realizadores en el sube y baja

El artista y la modelo representa una notoria recuperación por parte del cineasta madrileño, mientras que Foxfire, hablada en inglés y ubicada en los Estados Unidos, parece un movimiento falso para el director de Recursos humanos.

Por Horacio Bernades
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Jean Rochefort es el escultor protagonista de El artista y la modelo, de Fernando Trueba.
Desde San Sebastián

El huracán pasó sin haber pasado. El domingo hubo alerta roja por aquí, con amenaza de tormentas, vientos huracanados y olas de hasta cinco metros rompiendo ahí nomás, a pasos del Kursaal, centro de operaciones del festival. Algunos lo llamaban “ciclogénesis explosiva”, se decía que iba a durar 48 horas y sería producto de un hipotético choque del huracán Miriam, que venía dando la vuelta desde Florida, contra un primo de origen irlandés. Pues no pasó “ná de ná”, como dirían por aquí, salvo alguna lluviecita. Con una tormenta y una muerte termina El artista y la modelo, la nueva película de Fernando Trueba, que como todos sus films más conocidos (El año de las luces, Belle Epoque, La niña de sus ojos) transcurre en esa época favorita del realizador, que es la que va del ’30 al ’40. La de Trueba es la tercera y última película local que compite en la sección oficial del festival (las otras dos de esa sección, ¡Atraco! y Lo imposible, lo hacen fuera de competencia).Y la segunda española en blanco y negro, después de cierto malentendido llamado Blancanieves.

El blanco y negro es una elección curiosa por parte de Trueba, ya que si por algo se caracteriza El artista y la modelo es por la luz y los colores que, se supone, tendrán esas afueras primaverales en las que transcurre. Es que el protagonista, interpretado por el veterano Jean Rochefort, es un escultor amigo de Matisse, que en medio de la Francia ocupada les da la espalda a la guerra y otras cuestiones mundanas, para concentrarse pura y exclusivamente en su torre de cristal. Que no es una torre de cristal sino una antigua y muy húmeda residencia campestre, donde Marc Cros retoma su oficio, tras varios años de haberlo abandonado, gracias a la irrupción de una joven y espectacular modelo y musa inspiradora. No es que Cros nunca haya tenido una antes: está casado nada menos que con Claudia Cardinale, que allá en tiempos del Impresionismo empezó siendo su modelo. “Tenía el mejor cuerpo del mundo”, dice el protagonista sobre ella y a ningún cinéfilo memorioso le costará saber de qué habla. Pero ahora su modelo es una refugiada española llamada Mercè (la joven Aida Folch), que renovará en él la inspiración, y algo más, mientras desde el cielo cae, en paracaídas, un maquis con el que la muchacha trabará relación.

Con guión coescrito junto al legendario Jean-Claude Carrière y una prístina fotografía de Daniel Vilar, parece un poco de relleno no sólo el tema del maquis caído y el suspenso generado por la visita a la casa de un oficial nazi, sino todo el asunto de la ocupación en sí. En algún momento el escultor dice no interesarse por lo que pasa allá afuera y otro tanto parecería sucederle a Trueba.

Aunque una de las múltiples lecturas a las que se presta el sorpresivo final es la de una posible autopunición de Cros, producto tal vez de la culpa ocasionada por su falta de compromiso. Tampoco hay mucha novedad en cuanto al tema de la creación en sí, más allá de que a Cros se le dé ocasión de explayar su credo estético. Más interés parecería despertarles, a Cros y a Trueba, el cuerpo femenino, al que el escultor considera primera prueba de la existencia de Dios y que Trueba fotografía desde todos los ángulos posibles, en la muy redondeada figura de Foch. Los nombres de Maribel Verdú, Ariadna Gil y Penélope Cruz prueban que el realizador nunca fue indiferente a la belleza del rostro femenino, y el de Folch lo confirma. Aunque a la hora de actuar, la chica deja bastante que desear.

Pero lo que importa de El artista y la modelo es que, más allá de sus liviandades y disparidades, Trueba logra algo no tan fácil de alcanzar: una respiración propia, un tempo paciente que es el de su protagonista, rematados por la valiente y eficacísima decisión de anular todo comentario musical, hasta la escena final. Después de la desastrosa El baile de la victoria, no hay duda de que El artista y la modelo representa una notoria recuperación por parte del cineasta madrileño.

Un poco lo inverso sucede en Foxfire, la nueva película de Laurent Cantet. Con más de dos horas veinte de duración, hablada en inglés y ubicada en Estados Unidos, el film del realizador de Recursos humanos y El empleo del tiempo se basa en la novela homónima de la muy prestigiosa Joyce Carol Oates, que imagina en ella la formación de un grupo femenino de autodefensa, en una pequeña ciudad, a mediados de los años ’50. Integrado por una decena de adolescentes de clase media-baja, Foxfire es el nombre que las chicas se dan a sí mismas. En pleno surgimiento de los conflictos generacionales (la película comienza en 1955, año de estreno de Rebelde sin causa) y como anticipando el espíritu revolucionario de los ‘60 (termina con una referencia a la Revolución Cubana), las chicas deciden oponerse al machismo constituyendo una suerte de secta, que incluye un ritual de iniciación, una marca a fuego, juramentos de fidelidad y, llegado el punto, vida en comunidad.

Los métodos de lucha de las Foxfire son todos los posibles. De la pintada al entrenamiento en el uso de las armas, pasando por la amenaza con navajas y una versión improvisada (y avant la lettre) de la confiscación de bienes y hasta el secuestro revolucionario. Lo que desconcierta un poco es que, a diferencia de la mayoría de sus films previos (hasta la fallidísima Vers le sud lo parecía), Foxfire no da la impresión de estar movida por un auténtico interés personal por parte del realizador, que quizá se sienta algo perdido cuando se pone a hacer ficción pura, sin anclaje directo en lo real-documental. Más allá de eso, uno no puede dejar de preguntarse por qué en inglés, por qué en Estados Unidos y por qué echando mano de un estilo narrativo que no reniega de convencionalismos y hasta de clichés dramáticos, como las acentuaciones musicales en las escenas más dramáticas. Es como si Cantet estuviera llenando el formulario de migraciones en la aduana de un país llamado Hollywood. El tiempo dirá si era así o si fue sólo una falsa impresión.

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