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Miércoles, 24 de octubre de 2012
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El realizador suizo Christophe Cupelin presenta su documental Capitán Thomas Sankara

“Era muy especial, un militar antimilitarista”

Entre 1983 y 1987, Thomas Sankara rebautizó a su país como Burkina Faso (“Patria de los hombres íntegros”), procuró el autoabastecimiento, la igualación genérica en una sociedad altamente machista y la soberanía económica. Murió asesinado.

Por Ezequiel Boetti
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“Fue una experiencia que me marcó para siempre”, explica Cupelin, que en 1985 vivió en la Burkina Faso de Sankara.

La centralización de los canales de información tuerce la realidad a imagen y semejanza de los requerimientos políticos y sobre todo económicos de quienes la ejercen. Esto es, en la mayor parte de los casos, a favor de las grandes potencias occidentales. Así se entiende la construcción de ese continente plagado de riquezas naturales que es Africa como un conjunto de países gobernados por tiranías travestidas de democracias, todas atravesadas por el caos y una barbarie endémica únicamente evitable con la intervención de la civilización occidental. Pero no siempre fue así. Hace casi tres décadas hubo un militar con pinta de actor de Hollywood, portador de una retórica admirable y cautivante, que intentó romper los vestigios colonialistas franceses de la República del Alto Volta para, una vez en el poder, mirar a las clases populares de frente. Así fue que Thomas Sankara apuntó gran parte de las herramientas estatales al mejoramiento de la endeblísima calidad de vida de los más pobres: rebautizó a la nación como Burkina Faso (“Patria de los hombres íntegros” en la lengua local) y procuró alcanzar el autoabastecimiento, la igualación genérica en una sociedad altamente machista y la soberanía económica rechazando créditos europeos. Pero la radicalización propuesta era demasiado vanguardista para los intereses de unos pocos, y el mandatario fue asesinado en 1987. Su vida y obra son los ejes del film Capitán Thomas Sankara, primer largo del suizo Christophe Cupelin, que se verá esta semana en el marco del 12º DocBuenosAires.

“Lo particular de esa revolución es que era un programa, un slogan y una utopía”, resume ante Página/12 el cineasta antes de recordar que llegó a Burkina Faso en 1985, dos años después de la asunción del militar, para hacer un voluntariado en una ONG. “Fue una experiencia que me marcó para siempre”, resume y explica: “Sankara pertenecía a una generación de jóvenes oficiales que frecuentaban las facultades, los sindicatos y los partidos políticos clandestinos. Ellos tenían un bagaje cultural muy importante: habían leído a Lenin, a Marx, conocían muy profundamente los viajes del Che por Africa. Todo eso les permitió reflexionar acertadamente para dar el paso hacia una revolución enteramente africana y no a una ‘importada’ de la Unión Soviética u algún otro país”. Pero el sueño devino en pesadilla en 1987, cuando el mandatario fue derrocado y posteriormente asesinado. “A Sankara lo mata el imperialismo. A diferencia del Che, por ejemplo, él nunca tomó las armas para con fines guerrilleros porque decía que así no se podía combatir al imperialismo. Lo único que tenía era una pistola colgada de su cintura que todo el mundo podía ver, mientras que los otros tenían armas mucho más poderosas. Era un militar antimilitarista”, agrega.

La atracción magnética por el africano se tradujo en el intento de documentar su vida en 2007, pero algo no funcionaba. “Originalmente quería hacer una película más clásica: hablar con sus hijos, la viuda, su madre. Intentaba hacer el relato de un hombre y no el de un jefe de Estado. Pero a la familia no le interesó, así que entrevisté a distintas personas que compartían sus ideas. Por otra parte, nadie creía en este proyecto. En Europa me decían que era viejo, que era un asunto africano y que estaba todo terminado”, recuerda. Cupelin tomó la sabia decisión de hacer oídos sordos y retomar su idea un par de años después, aunque con una modificación central. A la manera de Andrei Ujica con el rumano Nicolae Ceausescu (ver recuadro), el suizo se propuso narrar la gestión de Sankara solamente a través de imágenes y audios de archivo. “Fue un trabajo muy personal”, resume.

–¿Cómo dio con todo ese material?

–Yo lo empecé a filmar en 1985, cuando obviamente no sabía lo que iba a pasar. También compré muchos libros y revistas durante su gobierno, y todo eso me sirvió como primera fuente de material. La segunda fueron los archivos de audio y discursos que la misma gente grababa y me iban pasando a medida de que se enteraban del proyecto. La tercera fue el Instituto Nacional del Audiovisual de Francia y la televisión suiza. Con YouTube, en cambio, tuve muchos problemas porque no hay nada anterior a 2007. Lo único que filmé especialmente para la película fueron un par de escenas para ilustrar cómo es el presente allá. El audio también es casi todo original, salvo dos escenas que mandé a hacer las voces.

–El film muestra a un personaje con un estilo inusualmente descontracturado para un presidente: andaba en bicicleta, corría en vía pública, tocaba la guitarra. ¿Cree que esa forma de ser influyó en su arraigo popular?

–Sí, totalmente. El empezó su carrera en 1975 en la guerra contra Mali, y su popularidad fue creciendo sobre todo después de enfrentarse a sus superiores por los pedidos de mejoras para el pueblo. Cuando finalmente llegó a tener su propia guarnición, obligó a los soldados a cultivar la tierra. También su forma de ser fue un hecho único en Africa: él podía dejar la camisa en el piso y salir a correr como cualquier civil porque toda la población lo conocía.

–En ese sentido, usted apunta a Blaise Compaoré, su mano derecha y confidente, como un potencial conspirador para derrocarlo y asumir el poder. ¿Cómo reaccionaron esas clases populares, teniendo en cuenta que Compaoré es el presidente del país desde la muerte de Sankara hasta la actualidad?

–Fue un gran shock. Recuerdo que esa noche pusieron una marcha militar en la radio y un locutor dijo que el presidente “fue retirado de sus funciones”. La mayoría de la población no sabía que había muerto; hasta ese momento era solamente un rumor. Recién la televisión francesa anunció oficialmente su muerte al otro día, pero como muy pocas familias tenían acceso a esos canales, pasaron varias semanas para que toda la ciudadanía se enterara. Fue un duelo muy grande, pero lo único que existe hoy es el recordatorio del aniversario de su muerte. La sociedad está mucho más preocupada en comer que por lo que pasó hace veinticinco años.

–Un factor interesante es que muestra a Sankara sin juzgarlo o tomar partido por sus acciones. ¿Cómo logró ese equilibrio?

–Es que no quería hacer una película militante ni panfletaria, sino contar la historia con la mayor cantidad de archivos que pudiera para acercarme lo más posible a la objetividad. Para mí no es un héroe perfecto; es un hombre que asumió sus responsabilidades en un momento concreto porque de alguna manera todo el mundo lo empujó a eso. Acá trato de contar la historia como los burkineses la cuentan, no es un juicio. Personalmente estoy muy enojado con Blaise Compaoré, pero lo que interesa ahora es mi punto de vista como cineasta.

* Capitán Thomas Sankara se verá hoy, a las 19.30, y este viernes, a las 17, siempre en la Sala Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530), en el marco del DocBuenosAires/12.

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