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Jueves, 8 de noviembre de 2012
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Santiago Amigorena y Otros silencios, que se estrena hoy

Viaje de Canadá a Humahuaca

Radicado en Francia desde hace cuatro décadas, el realizador y escritor argentino señala que “en Jujuy sentí algo más cercano que en un bar debajo de mi casa en París”. Por eso pensó una historia que le permitiera reflejar ese choque de culturas.

Por Oscar Ranzani
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“Mi deseo a la hora de filmar era el de una actriz y un paisaje”, dice el director.

Hace 39 años, el periodista, escritor y cineasta argentino Santiago Amigorena se radicó en Francia, donde escribió los guiones de más de treinta películas y numerosos libros. En 2006 dirigió su ópera prima, Unos días en septiembre, que transcurre días antes del atentado a las Torres Gemelas, donde se cruzan personajes interpretados por Juliette Binoche, Nick Nolte y John Turturro, entre otros. Amigorena recuerda la experiencia que significó presentar su primer largo en un festival de Beirut, justo después de la guerra. Y ese momento fue clave para la inspiración de su opus dos, ya que sintió la necesidad de contar una historia sobre la venganza. A esa idea se sumó el impacto que le causó viajar en 2003 a Jujuy, donde quedó impresionado con el paisaje. “Es muy raro que haya una sola idea al principio”, dice Amigorena a Página/12. Esas dos experiencias fueron los cimientos de Otros silencios, que se estrena hoy.

Protagonizada por la canadiense Marie-Josée Croze y los argentinos Ignacio Rogers, Ailín Salas y Martina Juncadella, Otros silencios comienza en Toronto, donde vive Mary, oficial de policía que, cuando no está de servicio, se dedica a su esposo y su hijo. Pero esa tranquilidad se ve interrumpida cuando ambos son asesinados en la carretera, sin mediar motivo alguno, al menos en apariencia. Como todo tiene su porqué, Mary descubre que el autor intelectual del hecho fue Pablo Molina (Rogers), un traficante de drogas argentino encarcelado por ella un año atrás. Al indagar quién pudo ser el asesino, descubre que vive en la Argentina, lo que la llevará a la Quebrada de Humahuaca.

–¿El espíritu es el retrato de la lucha de una mujer en soledad?

–Sí, pero es una mujer que no sabe contra qué o quién lucha. También tenía ganas de hacer una película sin psicología y sin diálogos. El personaje está en ese tiempo muy corto donde no pasa nada. No piensa y se pelea contra la posibilidad de pensar, porque si lo hiciera, la Argentina se volvería un lugar muy lejano y caminar en el desierto se volvería absurdo. Pero hay un tiempo en el dolor que es absolutamente mecánico, sin reflexión y sin sentimientos. Es un dolor puro, no es que uno piensa “Me duele por tal cosa”.

–¿Cómo logra una extranjera infiltrarse en ese mundo oscuro? ¿Su necesidad de venganza puede más que el miedo?

–Sí, por el dolor y el odio que siente en ese momento. Cuando en Buenos Aires, le saca la pistola a un hombre mucho más fuerte, demuestra que quiere que la maten.

–Ella no tiene nada que perder...

–Ella quiere morir, sobre todo cuando llega a la Argentina. El camino se vuelve después un poco absurdo. Seguramente, pensó que tomando el avión iba a ser muy simple porque tenía una dirección... a medida que se vuelve más complicado, cada vez más quiere morir.

–¿Cómo buscó reflejar el mundo marginal?

–Es complicado. Yo no conozco el mundo de la mafia en Canadá ni el mundo cercano a los narcos acá. Me parece que las referencias importantes son con respecto al cine y no con respecto a la realidad. Incluso en las películas donde parece que hay un nivel de realidad más fuerte es porque inventan un código nuevo, pero que no tiene que ver con la realidad.

–Generalmente la idea de Tilcara es de un lugar tranquilo. Resulta difícil pensar que allí pueda esconderse un mundo criminal...

–Bueno, filmamos un poco en toda la quebrada y la idea de base es que pasaba bastante droga por esa frontera de La Quiaca. Pero el lugar lo elegí más por el viaje que hice en 2003, lo primero que quise con la película fue ir a filmar una actriz caminando por allí. Después, había que inventar una historia, conseguir dinero, pero el deseo era el de una actriz y un paisaje.

–Un tema que se desprende del principal es cómo se enfrentan dos culturas a partir de un episodio.

–Sí. Eso tiene que ver con el hecho de que tenía muchas ganas de hacer una película en la Argentina y, al mismo tiempo, no veía cómo hacerlo con personajes solamente argentinos. Eso es porque vivo hace mucho afuera y toda mi carrera de cine fue en Francia, para venir tenía que traer un personaje conmigo. Lo que yo sentí cuando fui a Jujuy fue que, en cierta manera, en cualquier bar de un pueblito de Jujuy había algo de lo que me sentía más cercano que en un bar debajo de mi casa en París, donde vivo hace casi cuarenta años. Me pareció que podía tratar de filmar eso sin la cosa folklórica que podría poner un director extranjero. Al mismo tiempo, traje un personaje de afuera para sentir mi lugar con respecto a la historia.

–¿Ese choque de culturas tiene, entonces, alguna inspiración en su propia experiencia?

–Sí, seguramente, pero en mis libros escribí mucho sobre lo que es llegar a Francia, el exilio, el sentimiento de ser extranjero en Europa y nunca escribí sobre lo que sería una vuelta aquí. No es un tema que intelectualmente me provoque. No lo elegí, surgió naturalmente de la posición que yo podía tener respecto de hacer una película en la Argentina.

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