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Viernes, 8 de marzo de 2013
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ANTES, DE DANIEL GIMELBERG, CON NAHUEL VIALE

Prólogo y epílogo para una tragedia

Por Diego Brodersen
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Nahuel Viale, en una casa vacía.

Presentada en sociedad en el Bafici 2010, estrenada comercialmente ahora, casi tres años más tarde, Antes cuenta la historia de una tragedia. O, mejor dicho, la historia de un antes y un después de ese hecho trágico. Nacho (Nahuel Vidal) es un joven estudiante de arquitectura que abandona educación, novia y amistades luego de un evento que se adivina catastrófico y que el film irá revelando lentamente. Los días de Nacho transcurren entre el encierro en una casa demasiado grande y vacía, el cobro de una mensualidad entregada por un amigo de su padre, ahora ausente, el consumo ocasional de cocaína y la aparente imposibilidad de reconstruir algo parecido a una vida normal. Normalidad que una serie de flashbacks –que ocupan una parte importante del metraje– irá construyendo no tanto como un pasado ideal, pero sí más armonioso e incluso feliz. Ayer y hoy entrelazados, Antes se presenta como un drama intimista, doloroso pero esperanzado, con una Buenos Aires que adquiere relevancia como entidad no sólo arquitectónica.

Daniel Gimelberg, codirector hace casi quince años de Hotel Room junto al español Cesc Gay, se ha desempeñado como director de arte en un puñado de films argentinos recientes (La antena, El último Elvis). No es de extrañar, entonces, que su ópera prima en solitario exude un cuidado detallista en la elección de locaciones y escenografías, entre otros elementos que aparecen en pantalla. Antes hace extensiva esa obsesión estilística a la fotografía y el uso de la música, que incluye varios temas de Luis Alberto Spinetta, utilizados como vínculo musical entre dos generaciones. Gimelberg y el director de fotografía Diego Poleri optaron por fotografiar con dos tipos distintos de luz los espacios temporales de la historia: una imagen fría y contrastada para el presente –que coincide con un clima invernal– y una fotografía luminosa y difusa, casi impresionista, para las escenas del pasado, el “verano” del protagonista.

Esa preferencia estética extrema es un buen ejemplo de las elecciones que adopta el film en general, así como también de los límites de su propuesta. De un academicismo que por momentos pide a gritos algún otro tipo de intervención cinematográfica, el universo que propone Gimelberg tiene algo de televisivo en su exposición; muchos de sus planos y escenas se agotan en sí mismos, sin que medie un fuera de campo como extensión de ese universo. Es por eso que el notable reparto de actores y actrices jóvenes y consagrados (Pérez Biscayart, Portaluppi, Flechner, Llinás), irreprochable en su profesionalismo, parece estar en todo momento maniatado, como una serie de peones rehenes de sus correspondientes líneas de diálogo. Los mejores momentos del film son aquellos en los que Gimelberg baja los decibeles, en particular las escenas entre Nacho y su mejor amigo. Pero cuando el protagonista parece a punto de tomar alguna decisión drástica, el film se contagia de su excitación, aumentando la velocidad de los cortes y transformándolo en una suerte de Travis Bickle aporteñado. El peor enemigo de Antes es su propia literalidad.

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