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Miércoles, 15 de mayo de 2013
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Daniela Seggiaro, directora de Nosilatiaj. La belleza, que se estrena mañana

Historia de un desencuentro de culturas

En su ópera prima en ficción, la cineasta trabajó con mayoría de actores de la comunidad wichí. La protagonista de la película es una adolescente de dieciséis años que trabaja como empleada doméstica en un hogar salteño de clase media.

Por Oscar Ranzani
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Seggiaro presentó su película el año pasado en la Berlinale. El estreno aquí será en la sala Lugones.

Un viaje permite, a veces, un descubrimiento que estimula la creatividad. Algo de eso le sucedió a la salteña Daniela Se-ggiaro hace unos años cuando conoció el Chaco salteño y decidió filmar dos documentales: uno sobre la primera experiencia de educación bilingüe que se hizo en la zona y otro sobre la entrega de tierras de un lote. Sin embargo, no todo quedó ahí. La madre de Se-ggiaro es antropóloga y trabaja justamente en el Chaco salteño. En una de las conversaciones familiares, le contó la historia de una mujer wichí que vivió en otra región y que, ante un determinado hecho, decidió volver a su lugar de origen. Ese comentario siempre le quedó grabado a la cineasta y, sumado a su experiencia audiovisual en la comunidad indígena, decidió realizar su ópera prima en ficción, Nosilatiaj. La belleza, con mayoría de actores wichí. Tras su exitoso paso por una sección paralela dedicada al público adolescente en el Festival de Berlín 2012, el film se estrenará mañana exclusivamente en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530).

“Hay una forma de ser y de mirar el mundo de la gente wichí que es muy interesante: la relación que tienen con la naturaleza y con muchos saberes”, señala la cineasta en diálogo telefónico con Página/12. De todos modos, aquello que esta directora quiso reflejar en su primer largometraje fue “la relación que se da entre el mundo blanco y el mundo indígena que se puede trasladar a muchas cosas de la relación con la otredad en nuestra vida cotidiana”, expresa Seggiaro, quien reconoce que el Chaco salteño “tiene una potencia increíble y la gente que lo habita tiene algo de magia”, según ella misma pudo comprobarlo.

Nosilatiaj narra la historia de Yolanda, una adolescente wichí de dieciséis años que trabaja como criada en un hogar salteño de clase media, donde la jefa de familia es Sara, una mujer católica que está casada con un hombre al que necesita presionar para que haga las cosas. La hija menor de Sara, Antonella, está por cumplir 15 años y la familia se prepara para que sea una fiesta inolvidable. En ese marco, llevan a Yolanda a la peluquería. Pero ellos no saben que, cuando Yolanda era pequeña, su abuela le había dicho que iba a tener un cabello hermoso y que nunca deberían cortárselo. Su largo pelo negro es, entonces, un símbolo de sus ancestros. Cuando le cortan la trenza, Yolanda entra en crisis con el mundo criollo: ¿A cuál de los mundos pertenece? parece ser la pregunta que la moviliza. Su cuerpo comienza a somatizar y rechaza aquello que significa una intromisión a su identidad indígena.

–Si bien la película no tiene una mirada antropológica, trabaja con la idea de la relación con el “otro” en un mismo sitio. ¿Usted lo ve así también?

–Sí, tiene que ver con la convivencia en ese lugar, que es compleja. Y la relación con el “otro” siempre es compleja, tanto en Salta como en todos lados. Pero acá se ve fuertemente porque hay muchísimas culturas que habitan la provincia. Desde chica siempre me llamó la atención como si hubiera una sola forma de ser salteña. Te encontrás con gente en la calle que te dice: “¡Ah!, ¿sos salteña? No parecés”, porque uno no responde a un estilo muy determinado por el pensamiento cotidiano de lo que sería el “ser salteño”. Y eso mismo les pasa, en otra medida, a las culturas indígenas.

–¿Antes que en la diversidad cultural la película indaga en las pequeñas formas de dominación de una cultura sobre otra?

–Sí, y desde lo más cotidiano, desde lo que está como aceptado o que no se ve tan claramente como una forma de dominación. Porque me parece que eso sucede todo el tiempo: desde el lenguaje que se usa, desde la forma de relacionarse con el “otro” se están reproduciendo esquemas de dominación que son los de muy antaño o los de siempre. Muchas veces no somos conscientes de eso y la idea de la película es generar un espacio para tratar de hacer surgir esas cosas. Yo no me ubico como alguien que va a decirle a nadie lo que hay que hacer, pero sí quise hacer interactuar a todos esos personajes y plantear esta situación como para ver qué surge.

–¿Cómo trabajó los vínculos interculturales?

–Una de las primeras veces que leímos el guión en la comunidad wichí que participó del proyecto hablamos mucho. Y la mujer que interpreta a la abuela de Yolanda me dijo: “Sara no es mala. No entiende”. O sea: hay cosas que se manejan con un cierto cariño. Para algunas personas hay ahí un cariño, pero también hay un profundo no entendimiento del otro y de cómo esa otra persona puede tener diferencias, que son muy ricas. Y que pueden enriquecer la relación. Hay un paternalismo, hay un cariño, pero es un afecto que no deja surgir. Aunque Sara sea, de alguna forma, cariñosa con Yolanda, porque la quiere a su manera, ni siquiera sabe la importancia del pelo para ella ni se lo va a preguntar. Quizá no escuchó una palabra en wichí de la boca de Yolanda. Entonces, no hay una verdadera relación. Y ahí está el punto, que se puede traspolar a toda la sociedad.

–¿El corte de la trenza representa simbólicamente la destrucción de la cultura wichí?

–Representa el peligro, no la destrucción total. En realidad, la historia de Nosilatiaj sigue un desencuentro, pero la idea es tratar de pensar que esto no suceda. Entonces, no es una representación de la destrucción, sino del peligro que se corre si siguen estos desencuentros tan profundos.

–¿Por qué Yolanda, a diferencia de su cuerpo que se rebela, transita entre la subordinación y el silencio y no reacciona más enfáticamente?

–Hay una forma muy particular en muchas personas: las cosas pasan mucho por el cuerpo. Hay una somatización bastante fuerte. Pero hay otra forma de decir. Para hablar más fuertemente con ellos, Yolanda debería sentir que tiene el espacio para hacerlo. Y no lo tiene, no lo siente, no puede elevar la voz. Entonces, todo le pasa por el cuerpo. Y, de alguna forma, toda ella se va hacia lo subterráneo y se esconde, como una manera de preservarse. El punto de la película es que no se genera el espacio de diálogo necesario para que la gente pueda hablar realmente. Y hablar también en su propio idioma, porque no hay que olvidarse de que ella habla otro idioma. Entonces es muy difícil la comunicación. Y eso es lo que le pasa a la gente wichí.

–¿Cree que los sufrimientos de las comunidades indígenas y su relación con la sociedad blanca son un tema que tiene actualidad?

–Sí. En estos momentos, toda esa zona está bastante caótica. Es bastante triste lo que está pasando. Hace muy poco hubo una represión tremenda en La Puntana, que es la comunidad de Rosmeri Segundo (la actriz que interpreta a Yolanda), por una cuestión que tiene que ver con las mejoras en la educación, como la incorporación de la interculturalidad que ellos están pidiendo. También hay un tema con la entrega de tierras que se tendría que hacer por parte de la provincia y que no se está haciendo. Además, el frente sojero avanza y los desmontes siguen. Es una zona de conflicto muy fuerte.

–Hay quienes relacionaron su película con el cine de Lucrecia Martel, cineasta y salteña como usted. ¿El cine de Martel fue una influencia en su formación?

–Sí, es el cine que a mí me gusta. También compartimos un lugar que tiene mucho de todos no-sotros. Además, siento una admiración por ella. No sabría cómo habría sido mi película si yo no hubiera visto La ciénaga. Vi ese film, me impactó y me abrió un mundo enorme. Igualmente, yo trabajo mis cosas con la mayor sinceridad con que puedo. Pero, claro, la influencia está.

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