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Lunes, 27 de mayo de 2013
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La vie d’Adèle-Chapitre 1 & 2, de Abdellatif Kechiche, se llevó la Palma de Oro

Francia se hizo fuerte de local

La película del cineasta tunecino formado en Francia consiguió el raro consenso de haber seducido tanto a la crítica internacional como al jurado presidido por Steven Spielberg. La franco-argentina obtuvo el premio a la mejor actriz por Le passé.

Por Luciano Monteagudo
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Kechiche dedicó el premio a las juventudes francesa y tunecina.

Desde Cannes

El cine francés volvió a imponerse anoche en el Festival de Cannes con La vie d’Adèle-Chapitre 1 & 2, de Abdellatif Kechiche, una película que consiguió el raro consenso de haber seducido no sólo a la crítica internacional acreditada en la muestra (que en todas sus encuestas la tenía como amplia favorita) sino también al jurado presidido por Steven Spielberg, que la consagró con la codiciada Palma de Oro. La particularidad del fallo del jurado fue que, en su consideración oficial, leída por el propio Spielberg, destacó que el film fue realizado “con Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux”, un justo reconocimiento a sus actrices protagónicas sin quienes el film definitivamente no tendría la verdad, la energía y la sensibilidad que hacen de La vie d’Adèle una obra excepcional.

El director de Juegos de amor esquivo (su segundo largo, premiado en el Bafici 2005), y de Cous cous, la gran cena (distinguida en la Mostra de Venecia 2008), nacido en Túnez pero formado en Francia, dedicó el premio “a la bella juventud francesa que me enseñó su espíritu de libertad”. Pero aprovechó el escenario del inmenso Grand Théâtre Lumière –y la transmisión televisiva en directo– para dedicarle también la Palma a “la otra juventud, la juventud de la revolución tunecina, que también aspira a vivir y a amar libremente”.

Las declaraciones de Kechiche no podrían estar más en sintonía con el espíritu de su película. Intimo y a la vez épico, en sus 180 minutos, que pasan como un rayo, La vida de Adèle narra nada menos que el amor y el desamor de dos chicas a lo largo del período más turbulento y cambiante de sus vidas, cuando deben tomar sus propias decisiones y determinar qué quieren hacer con ellas. Adèle (Exarchopoulos) todavía está en el colegio secundario cuando conoce a Emma (Seydoux), un poco mayor, ya estudiante de Bellas Artes. Hasta entonces, Adèle sólo le había prestado atención, sin demasiado interés, a algún chico de su curso, pero de Emma se enamora inmediatamente, a primera vista. La homosexualidad, sin embargo, no es en absoluto el tema de La vie d’Adèle, a pesar de que el film de Kechiche tiene las escenas de sexo más explícitas que hayan rodado dos actrices en una película no condicionada. Lejos de cualquier intención de explotación, esas escenas, en todo caso, son imprescindibles para comprender el amor-pasión que se desata, como una tormenta, entre Adèle y Emma.

La Palma de Oro a La vie d’Adèle-Chapitre 1 & 2 (lo de los capítulos sugiere que es un film abierto, que podría ser continuado, en la tradición de lo que hizo François Truffaut con Antoine Doinel) viene a sumarse a los nueve films anteriores que le valieron a Francia el premio mayor de su festival, entre ellos Los paraguas de Cherburgo (1964), de Jacques Demy, y Bajo el sol de Satán (1987), de Maurice Pialat. Pero sobre todo se acerca –no sólo en el tiempo sino también en parte de su temática– a Entre los muros, de Laurent Cantet, Palma de Oro 2008, que también tenía a la juventud y su diversidad como cuestión central.

Francia también fue recompensada con un premio no exento de cierto toque argentino. Tal como había anticipado Página/12 en uno de sus primeras notas desde la Croisette, Bérénice Bejo –la coprotagonista de El artista, nacida en Argentina en 1976 y radicada en París desde los tres años– se llevó el premio a la mejor actriz por Le passé (El pasado), la nueva película del iraní Asghar Farhadi, un drama familiar que continúa en la misma línea temática de su éxito anterior, La separación (Oso de Oro de la Berlinale 2011) pero ahora rodado en Francia. Emocionada hasta las lágrimas, Bejo le agradeció conmovida a Farhadi y lo obligó a subir al escenario y compartir el premio con ella.

En una selección oficial con una clara mayoría tanto del cine francés como del estadounidense, no extrañó que otra parte importante de las recompensas fueran para películas realizadas en Hollywood, pero por realizadores que suelen salirse de sus normas. El Grand Prix du Jury, el segundo en importancia, fue para Inside Llewyn Davis, de los hermanos Joel y Ethan Coen, que le hicieron un desplante al festival, al no presentarse a la ceremonia, conducida por Audrey Amélie Tautou. La nueva película de los directores de Barton Fink (Palma de Oro 1991) ofrece no sólo el retrato de un fracasado cantautor neoyorquino de los años ’60 sino también de la fauna que rodeaba al movimiento folk de esos tiempos bohemios en el West Village.

Por su parte, el premio al mejor actor fue para el veterano Bruce Dern (también ausente de la sala Lumière) por su emotivo trabajo en Nebraska, la road-movie de Alexander Payne que narra el reencuentro de un padre con su hijo a través del viaje que hacen juntos por las rutas más tristes y desangeladas del interior profundo de los Estados Unidos, filmadas por el director de Los descendientes en un melancólico blanco y negro.

Un caso para destacar es el de México. El año pasado, el realizador mexicano Carlos Reygadas ganó el premio al mejor director por la controvertida Post tenebras lux, que cosechó menos aplausos que abucheos en el Palais. Y ahora, apenas un año después, su colega y amigo Amat Escalante, con producción asociada de Reygadas, vuelve a ganar el mismo premio, por Heli, la única película latinoamericana en competencia, y casi tan polémica como su predecesora. Con Sangre (2003) y Los bastardos (2008), presentadas también en Cannes, fuera de concurso, Escalante ya se había apuntado cierta fama de salvaje, por la brutal descripción de la violencia en su país. Pero en Heli ha ido aún más lejos, al incluir una larga escena de tortura y muerte de un adolescente, a manos de otros chicos de su propia edad, todos envueltos en el tráfico de drogas.

El cine oriental también tuvo su recompensa. El Premio del jurado fue para De tal padre, tal hijo, del japonés Kore-eda Hirokazu. Y el Premio al Mejor Guión, para el chino Jia Zhang-ke, por Un toque de pecado. Son, qué duda cabe, dos grandes directores, pero no se puede decir que éstas sean películas a la altura de sus grandes obras anteriores. Por su parte, la Cámara de Oro al mejor primer film recayó en Ilo, Ilo (Singapur), de Anthony Chen, presentado en la Quincena de los Realizadores.

Por afuera del concurso oficial, en la sección Un Certain Regard, la segunda competencia en importancia en Cannes, el reconocimiento mayor fue para L’image manquante (La imagen faltante), el extraordinario documental del maestro camboyano Rithy Panh, el primer film de no-ficción en ganar esta sección desde que fue creada, en 1998. Documental confesional, en primera persona, el film de Panh narra –con sencillez y humildad, sin victimizarse pero al mismo tiempo poniendo en valor su propia experiencia personal– el “auto-genocidio” perpetrado en su país por el Khmer Rouge.

En un trabajo impecable, el jurado de Una cierta mirada, presidido por el director danés Thomas Vinterberg, a su vez le concedió el premio al mejor director a L’inconnu du lac (El extraño del lago), de Alain Guiraudie, quizás la revelación del festival, un policial ambientado en una playa gay de encuentros sexuales, realizado con un grado de precisión y con un rigor de puesta en escena que van siempre a lo esencial del relato. Finalmente, para completar una gran noche mexicana, La jaula de oro, ópera prima de Diego Quemada Gómez, se llevó un reconocimiento en Un Certain Regard a sus intérpretes principales, tres adolescentes sin experiencia actoral pero que son quienes le dan vida y verdad a esta pequeña odisea sobre la inmigración clandestina de los jóvenes de América Central hacia los Estados Unidos.

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