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Jueves, 18 de julio de 2013
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César González habla de su debut como realizador, con Diagnóstico esperanza

“Mi película puede gustar o no, pero es villera”

Intentando dejar atrás el mote de “poeta villero” y el seudónimo de Camilo Blajaquis que le dio fama, González reafirma su identidad con “un ensayo sobre singularidades atravesadas por la violencia y la marginalidad”.

Por Emanuel Respighi
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“La película es una ficción, pero está compuesta por muchos elementos del documental”, dice González.

La “villa” se convirtió en un analizado objeto de estudio de infinidad de sociólogos, pensadores, productores, periodistas y “opinólogos” televisivos, radiofónicos y cinematográficos. Para ciertos medios, la “villa” se transformó en un género en sí mismo, un lugar atractivo a la mera lógica comercial. Incluso, para cierta clase burguesa, la “villa” suele ser el “chivo expiatorio” que encuentra para evadir enfrentarse a sus propias culpas y responsabilidades sobre el funcionamiento de la sociedad actual. Un relato nunca puede reflejar la realidad. Mucho menos si quien construye ese relato lo hace desde la comodidad del afuera. Nadie mejor, entonces, que el mismo protagonista para contar su propia historia. Eso bien lo sabe César González, conocido hasta hace poco como Camilo Blajaquis, joven oriundo de la Villa Carlos Gardel que encontró en el arte mucho más que la posibilidad de salir del infierno: también el medio para pensar la realidad desde un lugar diferente. Esa es la búsqueda de Diagnóstico esperanza, la ópera prima escrita y dirigida por González y que hoy se estrena en el renovado cine Gaumont.

Realizado íntegramente por “villeros”, el film apela a la ficción para mostrar desde adentro el propio funcionamiento de un espacio estigmatizado por ojos extraños. Y también para expresar la mirada que un villero tiene de la sociedad que lo juzga a cada paso, que lo excluye en cada informe periodístico. “Hay una cámara que retrata la cotidianidad de la villa y la soledad de la niñez que crecen en ella, que a los 6 o 7 años ya te tiran a la cancha”, le cuenta a Página/12 González, este veinteañero que encontró en la poesía el camino para soportar los cinco años tras las rejas. “También hay un mensaje sociológico, representado en cómo todas las clases sociales están atravesadas por el consumismo y la lógica perversa del ‘ser es tener’, del ‘consumo algo, luego existo’, leyes que la sociedad nos obliga a obedecer, en Argentina y en todo el mundo. Vivimos en un mundo donde todos queremos ganar la carrera, todos queremos llegar primero, ansiamos brillo, aprobación, un cargo, y así sigue la vida, pero por el caño de escape de la máquina se sigue escupiendo mucha sangre, mucha injusticia, mucha desigualdad”, explica el autor de La venganza del cordero atado (ed. Continente).

Intentando dejar atrás el mote de “poeta villero” y el seudónimo de Camilo Blajaquis (Camilo por Cienfuegos, Blajaquis por el militante peronista asesinado en la pizzería La Real, contado por Rodolfo Walsh en ¿Quién mató a Rosendo?), este joven reafirma su identidad recuperando su verdadero nombre. Y haciendo Diagnóstico esperanza, “un ensayo sobre singularidades atravesadas por la violencia y la marginalidad, vidas sumergidas en la ambición, almohadas que sólo tienen sueños capitalistas, envidias, soledad, dolor y sobre la marcha un eterno retorno a lo sagrado de nuestra especie: el arte”.

–Escribió libros de poesía, condujo un programa de TV (Alegría y dignidad) y dirigió una revista. ¿Qué lo llevó a escribir y dirigir una película para seguir mostrando el mundo que muchos no ven o niegan?

–Siempre que me mandé a realizar un trabajo específico dentro de un arte, primero me informé y me formé. Antes de escribir mi primer libro de poesías leí libros de distintos géneros. Con el cine emprendí un camino similar, desde que salí me puse a estudiar todo lo que tiene que ver con los aspectos técnicos (cámara, fotografía, montaje), y también todo lo relacionado con lo teórico. Vi y estudié a grandes autores, las distintas corrientes en distintas épocas. No me mandé a lo kamikaze. Y salí a rodar cuando tuve la confianza para hacerlo. Las cámaras se han cansado de filmar las villas, hubo miniseries recientes, películas, cada dos o tres días en la TV pasan periodísticos dedicados a masacrar a la villa... No soy el primero que filma dentro de una villa. Pero nunca se ve una mirada villera sobre las problemáticas de la sociedad. Ni está presente la mirada que tenemos los villeros sobre nuestro hábitat; siempre están hablando por no-sotros. Como si necesitaríamos un traductor al lado o alguien que nos escriba los discursos porque no somos capaces de hacerlo. Mi película puede gustar o no, pero es villera, con una visión villera e interpretada y realizada por gente de las villas, sin máscaras ni intermediarios.

–¿Cuál es el sentido artístico y social de Diagnóstico esperanza?

–Demostrar que de la villa puede salir un arte de calidad; que podemos, que somos capaces, que no hace falta que nos traten como monos de circo. Ni como la lauchita corriendo dentro de la rueda, analizada, estudiada y exhibida por las ciencias sociales y periodistas amarillistas. También podemos ser grandes artistas: no sólo el mamarracho humano salvaje y bárbaro como nos pintan casi siempre en la tele y en el cine. Ojalá la mayor cantidad de chicos y chicas encuentren en el cine y en la literatura una herramienta que les brinde dignidad real, no sólo un pasatiempo. Que el arte les brinde un solvento económico y un plano existencial. Como se reparten los elementos en esta sociedad, un “clase media” tiene más posibilidades de cumplir un sueño que un pibe de la villa. La película busca que un villero artista sea algo más normal y no una anomalía. Salí en busca de poder expresar en imágenes eso que aparece cuando uno escribe una poesía o una canción, cuando se toca un instrumento (sepa uno tocarlo o no), eso que sucede cuando uno se enamora perdidamente de alguien o de algo y llora si pierde su objeto de enamoramiento.

–¿Por qué eligió el formato de ficción para reflejar esa búsqueda?

–Me apasiona el decir y crear con imágenes. La película es una ficción, pero está compuesta por muchos elementos del documental. Todo el tiempo se ven imágenes sueltas de mi barrio, la Gardel, o del Fuerte Apache. Los grandes directores que me están marcando son aquellos que usan “locas” formas de hacer ficción, tales como Jim Jarmusch, Orson Welles, Rossellini, Michel Gondry, los hermanos Dardenne, Ousmane Sembene o Pasolini, entre otros. La ficción permite recrear y reinventar un hecho ya acontecido, incorporar el elemento del teatro, que es un arte hermoso. La actuación es un elemento poético fundamental para denunciar injusticias e indagar en las profundidades de la especie humana.

–“La villa” ha sido objeto de numerosos programas de TV, contándola por su valor dramático en términos narrativos. ¿Cómo hizo usted para escapar a esa forma?

–En la cultura argentina la villa es siempre utilizada como un instrumento de espectáculo circense. Los villeros somos como los monitos del circo, las lauchas corriendo en la rueda y analizada por las ciencias sociales. Para el cine y el teatro sólo somos bárbaros y salvajes brutos. Y en la política tenemos cientos de políticos que hablan por nosotros, pero no vivieron lo que vivimos nosotros. Los villeros debemos expresarnos por nosotros mismos.

–Sin mediatizaciones...

–Los medios son grandes hacedores y trabajadores por la injusticia mundial y el dolor eterno. No tienen ética y siembran y cosechan odio, muerte y manipulación. Pero no creo que los medios sean entes aislados de la ciudadanía, que gobiernan la opinión pública desde otro planeta. Los medios reflejan una parte de lo que nosotros somos como sujetos, reflejan el mundo que sostenemos y que cada nuevo día volvemos a avalar y reproducir. Como dice el dicho popular: “Sarna con gusto no pica”. Si la sociedad no consumiera esos medios, esos medios no tendrían razón de ser. La responsabilidad de la manipulación mediática es compartida por esos grandes medios y por los ciudadanos comunes, es decir, nosotros. Vivimos diciendo que los medios estigmatizan, discriminan, fomentan el racismo, pero después en la calle nosotros, en lo micro, reproducimos esos valores y sentimos horror y nos invade el terror cuando hay un negro de la villa caminando cerca. Uno para criticar algo debe tener un sustento empírico en su vida. Muchos de los que dicen que los políticos son todos corruptos tienen un negocio donde cobran sobreprecios o tienen empleados en negro, o cuando van a comer no dejan el 10 por ciento de propina al mozo... ¿Los medios son manipuladores? Obvio. Si lo sabe desde mi hermanito de 8 años hasta mi abuela de 70.

–En la última década el país tuvo un crecimiento económico, de la mano de un gobierno sensible a la inclusión social, ¿cómo se tradujo el porvenir de los números macroeconómicos en las villas?

–La película está plantada en el aquí y ahora del contexto latinoamericano de progresos y vientos de izquierda. Aparece retratado todo el tiempo el barrio nuevo de casas del plan de viviendas federales, por ejemplo. En mi villa, el bie-nestar se materializó en diversas formas, fundamentalmente en hermosas casas y muy amplias que recibió cada familia que hasta el año 2009 vivíamos en casillas, donde las cloacas eran un desastre y se inundaba todo. Hoy, por suerte, el barrio está relindo y las nuevas generaciones al menos tienen un techo y una cama dignos. Veo muchas familias que progresaron en lo económico adquiriendo bienes, familias de obreros y albañiles (puestos laborales innatos casi de la población villera) que pudieron comprarse su primer auto. Hay más posibilidades de salir adelante que en la época que atravesó mi generación. Pero sigue estando muy presente la muerte en la juventud, por pibes que mueren bajo el yugo de una bala policial, por un embrollo o que matan y arruinan a una familia por robar... Las causas no tienen que ver con decisiones subjetivas, sino porque los valores consumistas que gobiernan la sociedad son un monstruo asesino y poderoso como para ser tan ingenuo de creer que uno solo, con sus dos manitos, puede derrotarlo. Es ingenuo creer que ese perverso sistema, que cada día reproducimos, no va a tener consecuencias de violencia y sangre en la sociedad.

–Usted robó, cirujeó, fue baleado y estuvo preso cinco años. ¿Cómo influye el contexto villero para que un adolescente?

–Cuando estás preso o vivís en una villa, cuando contás tu vida la gente de afuera te dice que no te victimices, que todos tienen problemas. Con ese discurso se trata y maltrata al delincuente que cae preso y entra bajo el verdugueo atroz del Servicio Penitenciario y del aparato judicial. La psicología y el trabajo social, cuando estás preso, quieren anular el lugar donde naciste y creciste. Te quieren convencer de que “vos robaste porque quisiste”, se alimentan de teorías que sólo difunden una falsa igualdad y en los hechos obligan al pibe a que se convenza de que uno es igual. El que se come el garrón es uno, que está preso. Los psicólogos ponen en una hoja que no estás apto para la sociedad y listo, seguís adentro. Entonces, ellos creen que te psicologean y los terminás psicologeando vos, porque el preso va a querer su libertad y siempre le endulza la oreja al psicólogo, para rescatar los informes de conducta necesario para tomarte el palo a la calle. Un lugar donde esos psicólogos jamás te van a tirar una soga, ya que afuera si te ven no te conocen, no sos Fulano de tal, para ellos tan sólo fuiste un número de legajo del penal tanto. El 95 por ciento de los psicólogos, trabajadores sociales, abogados, fiscales, jueces, no vivieron ni el dos por ciento de las cosas que vivió un pibe que cayó preso.

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