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Miércoles, 28 de agosto de 2013
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Se realizó el Festival Internacional del Cine de Montaña de Ushuaia Shh...

El hombre y su entorno plasmados en film

La séptima edición de este encuentro contó con más de 40 largos, medios y cortometrajes. Ideado y realizado por un equipo enteramente local, el evento fueguino forma parte de la Alianza Internacional para el Cine de Montaña.

Por Ezequiel Boetti
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La italiana Non cosi lontano se alzó con el premio a mejor largometraje en el Ficmus.

Desde Ushuaia

Quizá para algunos resulte contradictorio aquello que subyace detrás del Festival Internacional del Cine de Montaña de Ushuaia Shh... (Ficmus), cuya séptima edición se realizó entre el jueves y el último domingo. De un lado, la lógica cartesiana de la elección como sede de una ciudad dominada por lo que ocurre cientos de metros arriba de las cabezas de la mayoría de sus habitantes. Del otro, la certeza irracional de que, al menos por una vez, la pantalla grande pierde por goleada ante la belleza majestuosa y palpable de lo real. Pero la aparente disyunción no es tal, ya que las proyecciones de estos films, todos ellos con eje en la relación del hombre y su entorno, encontraron una retroalimentación perfecta con su contexto y viceversa. Bastó ver alguno de los más de 40 largos, medios y cortos provenientes de todo el mundo para comprobarlo. Ideado y realizado por un equipo enteramente local con la productora Vértigo a la cabeza, el evento fueguino, que forma parte de la Alianza Internacional para el Cine de Montaña, terminó este fin de semana con la proyección de Horizontes de piedra y la posterior premiación (ver aparte).

El film de Román Viñoly Barreto, basado en un texto del aquí también protagonista Atahualpa Yupanqui, formó parte del apartado Historia del Cine de Montaña. Allí también estuvo Entre los hielos de las islas Orcadas, cuya historia muestra que la inhospitalidad y lejanía de estas tierras supieron ser imán histórico de apasionados que hicieron de la vocación aventurera el motor de sus acciones. Participante de varias expediciones antárticas a lo largo de la década del ’20, el meteorólogo José Manuel Moneta encontró en ese tiempo y espacio el caldo de cultivo no sólo para el libro Cuatro años en las Orcadas del Sur, sino también para iniciarse en el cine. Fue allí, justo donde el mundo parece acabarse en una inmensidad infinita, que sintió que el papel no alcanzaba para captar la magnificencia del paisaje y la rutina expedicionaria. Se dice, también, que en estos días vio Nanuk, el esquimal y se ufanó ante los suyos diciendo que podía hacerlo mejor. El problema, entonces, no era el qué sino el cómo, ya que él sabía poco y nada sobre realización. La solución llegó de la mano del productor Federico Valle, quien le proveyó algunos conocimientos técnicos y los equipos indispensables. Así fue que bajó hasta el fin del mapa con la idea de filmar algunas “vistas cinematográficas de los episodios más salientes de la vida local”, tal como reconocería alguna vez.

Pero la alta combustibilidad del fílmico le jugó una mala pasada, haciéndolo perder absolutamente todo el material después de un incendio. Moneta no se deprimió y regresó al año siguiente para finalmente culminar su proyecto. Proyecto que durante años se creyó perdido, hasta que, después de una serie de idas y vueltas, pistas falsas incluidas, un hallazgo del historiador Andrés Levinson mostró que no, que seis películas estaban guardadas en la casa de una de las hijas. La mala conservación hizo de las suyas arruinando para siempre el contenido de cinco latas, pero el de la restante aún podía salvarse. Se trataba de Entre los hielos de las Islas Orcadas, que narra la rutina austral de un grupo de exploradores desde su arribo hasta la partida y pudo verse aquí en una copia nueva generada por el Museo del Cine gracias al apoyo de Fernando Martín Peña. La función contó, además, con un acompañamiento musical del artista local Rubén Nievas.

Otro fascinado por las bondades geográficas australes fue Carlos María De Agostini. Nacido en 1883, el geógrafo y montañista italiano pisó por primera vez la Patagonia en 1910, cuando llegó como misionero de la orden salesiana. Desde entonces quiso irse decenas de veces, pero el descubrimiento constante de terrenos inexplorados, la gelidez que penetra hasta el tuétano y la fascinación por las culturas indígenas locales siempre lo hicieron volver. Así, entre 1913 y 1960 volcó gran parte de sus experiencias en decenas de libros, artículos periodísticos, fotos y películas, muchos fundamentales para la historiografía local. El investigador experto en historia fueguina Denis Chevallay conocía al personaje y tres años atrás se propuso retratarlo en una biografía. Para eso, pensó, lo primero era auscultar en la vastedad de su obra. Lo que no sabía era que en los recovecos de la obsesión perfeccionista de su objeto de estudio había mucho más que un capítulo. “El tema es que gran parte de su vida fueron sus trabajos”, reconoce el académico ante Página/12. El rastreo de cientos de publicaciones escritas y fílmicas dio como resultado una completísima bibliografía recientemente editada en Italia titulada Escritos de América del Sur, que aún espera el beneplácito de una empresa local para publicarse en español.

“Es un catálogo con todas las publicaciones que pude encontrar”, resume el suizo, y detalla: “La mayor parte de su trabajo está dedicado a la Patagonia. Encontré 27 libros, entre los de texto, las guías, los álbumes de fotos y las compilaciones de postales. También 77 artículos periodísticos y siete películas, cuatro de ellas aparentemente perdidas”. El trabajo no fue fácil, ya que las constantes exploraciones de De Agostini afinaban las investigaciones, generando la necesidad de ediciones actualizadas. “El era un hombre muy minucioso y respetuoso de sus lectores. En sus archivos hay toneladas de cartas enviadas por sus corresponsales en Chile y la Argentina porque siempre estaba buscando datos nuevos y más precisos”, asegura Chevallay antes de citar como ejemplo al que quizá sea el trabajo más famoso del italiano. Publicado por primera vez en Italia en 1923 con el nombre de Mis viajes a Tierra del Fuego, el libro sufrió un sinfín de modificaciones. Tanto que a mediados de los ’50 decidió rebautizarlo como 30 años en Tierra del Fuego, título con el que se editó en la Argentina en 1956 y 2005. “Es que la bibliografía es un camino largo y tortuoso para ir de un lado a otro”, justifica el investigador. Tan largo y tortuoso como el que recorrieron ese par de pioneros cuyo legado revivió en el ámbito que a ellos más les hubiera gustado.

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