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Viernes, 20 de septiembre de 2013
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UNA TARDE-NOCHE IMPERDIBLE EN LA SEÑAL EUROPA EUROPA

Esos ragazzi llamados Taviani

En el documental I ragazzi di San Miniato, un rincontro con Paolo e Vittorio Taviani, los hermanos Paolo y Vittorio hablan largo y tendido de la pasión encendida cuando se tropezaron con un film de Rossellini. Además, se verá El sol también sale de noche.

Por Horacio Bernades
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Como buenos italianos, los Taviani hablan y gesticulan, son enormemente histriónicos.

“Me acuerdo de cuando fuimos a ver a Cesare Zavattini”, dice Paolo, el menor de los dos. “Teníamos 20, 22 años, él era el ‘cerebro’ del neorrealismo y queríamos que nos aconsejara. Vivía en Roma y nos atendió con gran amabilidad, teniendo en cuenta que nosotros, sin conocerlo, nos caímos por su casa sin previo aviso. Me acuerdo del nombre de la calle, pero no la dirección exacta...” “22 –dice Vittorio, sentado a su lado–. Número 22.” Siempre se dijo que los hermanos Taviani eran “un director de dos cabezas”. I ragazzi di San Miniato, un rincontro con Paolo e Vittorio Taviani, documental que el canal Europa Europa pondrá hoy al aire, no hace más que confirmar que la frase no es un eslogan vacío, sino la más estricta realidad. Producido por la RAI a comienzos de la década pasada, durante la hora de duración de este documental para televisión dirigido por Luciano Odorisio (que también cuenta con su carrera cinematográfica), Paolo y Vittorio Taviani hablan como si fueran uno.

Programado para las 18.55 (¡en punto!) con el simple título de Los hermanos Taviani, I ragazzi di San Miniato forma parte de un pequeño homenaje que Europa Europa rinde a estos nativos de la Toscana. La excusa para el homenaje es que Vittorio cumple hoy 84 años (Paolo tiene dos menos), y la gala se completa con la emisión de una de sus películas menos vistas. Se trata de El sol también sale de noche (1990), adaptación de la novela de Tolstoi El padre Sergio, que cuenta con actuaciones de Julian Sands, Charlotte Gainsbourg y –ahhh...– Nastassja Kinski. Europa Europa la pondrá al aire a las 22. En tren de coincidencias, vale apuntar que I ragazzi... se rodó para el estreno de otra adaptación del escritor ruso por parte de los hermanos: Resurrezione, superproducción para televisión de tres horas de duración, que la RAI emitió en 2001 y nunca llegó aquí.

Tratándose de un director de dos cabezas, está doblemente justificado que I ragazzi di San Miniato sea la clase de documentales-entrevista a los que se conoce como “de cabezas parlantes”. Triplemente justificado: los autores de La noche de San Lorenzo y Kaos son la clase de gente a la que da gusto sentarse a escuchar, por lo que tienen para contar y por cómo lo cuentan. Viéndolos hablar, se entiende que sus películas pongan tanto acento en el arte de la puesta en escena. Ese que ellos llaman fabulazione. Como buenos italianos, Paolo y Vittorio se lanzan a relatos sencillos pero de gran aliento, sentados sobre un par de banquetas detrás de las cuales se ven un típico prado toscano (Il prato, se llama una de sus película menos conocidas, filmada entre Padre padrone y La noche de San Lorenzo) y el transparente sol de la zona.

Como buenos italianos, los Taviani hablan y gesticulan, son enormemente histriónicos. Dan ganas de que, en lugar de una hora, el documental dure mil. El primero que se larga a hablar es Vittorio. Lo hace con verborragia entusiasta, acompasada por unas manos que no dejan de dibujar figuras en el aire toscano. Verborragia entusiasta, pero pausada. Y vaya que sostenida: lo hace durante unos cinco minutos, yendo de un tema a otro con tranquila fluidez. A su lado, Paolo se mantiene envuelto en un silencio hermético, no insinúa el más mínimo amague de intervención. Uno piensa: “Ah, claro, el charlatán es Vittorio, éste es el callado”. Basta que el hermano mayor le haga el pase para que Paolo se encienda, discurriendo con la misma generosidad y elocuencia. Con una gracia gesticulante que recuerda a Gassman. Todo con tanta falta de apuro como Vittorio.

Como el título sugiere, I ragazzi... hace particular hincapié en los inicios de los Taviani. Es notable el modo en que los recuerdos se imbrican con las anécdotas, éstas con los principios estéticos y todo eso con un piacere di vivere al que para completarlo sólo parecería faltarle la botellita de Chianti, el pan y el salamín. “Para nosotros, el neorrealismo es de una importancia equivalente al Renacimiento”, dicen en algún momento. “Un día, cuando teníamos quince, diecisiete años, nos metimos en un cine, en Pisa. La gente que salía nos decía que no entráramos, que la película era aburridísima. Nosotros entramos, justo en el episodio que transcurre en Florencia. Era Paisà, de Rossellini. Nos quedamos totalmente deslumbrados, ese día comprendimos que a eso queríamos dedicarnos: al cine.”

“Cine, cine, cine.” Tres veces repite Vittorio la palabra, como modo de subrayar lo quemante de esa pasión de a dos. “A partir de ese momento, cuando en alguno de los pueblos de alrededor daban una película neorrealista, íbamos en bicicleta. Ladrones de bicicletas: trece veces la vimos.” Lo suficiente para intentar reproducir, al volver del cine y lápiz en mano, el armado del guión, plano por plano: los pequeños Taviani fundaron en casa su propia escuela de cine, que tenía dos alumnos. Pero antes del cine está la ópera. Y después también. Cuentan los Taviani que si les iba bien en la escuela, el padre melómano los llevaba todos los años al Mayo Musical Florentino. “El espectáculo estaba en la propia gente, la ceremonia colectiva que eso implicaba. Allí, en escena y fuera de ella, descubrimos el sentido del arte, de la representación.”

En ese momento, el matemático montajista inserta la escena de La noche de San Lorenzo en la que los nazis bombardean una iglesia (hecho real que ellos presenciaron y documentaron en su primer corto de 1954, San Miniato, luglio 1944). El plano es tan frontal que hace lucir el frente de la iglesia como decorado. Un plano fijo, sostenido de modo teatral, hasta que desde adentro empieza a surgir el humo y, detrás del humo, las víctimas, que salen a los tropezones, ensangrentadas y a los gritos. Como si fuera una ópera o una tragedia clásica. De todo ello –de los comienzos, las influencias, los maestros, el cruce entre neorrealismo y artificio, el sentido de lo colectivo en la ideología y en el cine– hablan los Taviani en I ragazzi di San Miniato, documental imperdible.

En I ragazzi... los Taviani profetizan, además, su futuro cinematográfico. “Ahora estamos filmando esta superproducción –dicen–, pero quién sabe si el día de mañana no volveremos a hacer un cine de elementos mínimos, como en nuestros comienzos.” Eso lo dicen en 2002. En 2012, Paolo y Vittorio ganarían el Oso de Oro en Berlín por una película reducida al mínimo. Se llama César debe morir, es su última hasta la fecha y, según muchos, marca, diez años después de Resurrezione, su propia resurrezione artística.

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