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Martes, 22 de octubre de 2013
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Blackfish, un documental sobre Tilikum, la orca que asesinó a dos cuidadores

El sospechoso pesa cinco toneladas

Ante el caso en el parque SeaWorld de Florida, la documentalista Gabriela Cowperthwaite decidió investigar. El resultado es un film inquietante, pero que, explica, “no te dice qué sentir”.

Por Javier Aguirre
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“Quise hablar de hechos, no de factores emocionales.”

Como en tantos policiales, la denuncia dispara la historia; es el audio original de la llamada al 911 hecha el 24 de febrero de 2010 para reportar que han asesinado a una joven. Sólo que el principal sospechoso mide siete metros, pesa cinco toneladas y ya está en cautiverio: es Tilikum, la orca del parque SeaWorld de Florida, Estados Unidos. Como en tantos policiales, la trama de la película Blackfish (2013) trasciende el caso de este asesino serial cetáceo en particular: va por la alegoría y pone la dentellada en la relación entre humanos y orcas; un drama mayor y con muchas más víctimas fatales, en su gran mayoría –era de esperar–, del bando de las ballenas.

Y como en tantos policiales, el desafío no pasa por identificar al asesino, sino por rastrear su biografía y saber los porqué. Es un flashback que explica por qué una víctima se convirtió en victimario y que husmea en la mente del asesino, en los vejámenes que sufrió durante su infancia, en las crueldades contra los suyos que presenció y en las injusticias que absorbió y que lo hicieron el ser angustiado, reprimido, hostil que es hoy. Una criatura peligrosa para la sociedad (para la sociedad humana, claro).

Pero Blackfish no es un policial sino un documental, aunque su intento discursivo por esclarecer un crimen y por llegar al fondo de la psique del psycho sean herramientas propias de cualquier relato de suspenso y muerte. Angustiante y, para colmo, basado en hechos reales: tan reales como una entrenadora en traje de neoprene liquidada dentro de una pileta por una ballena carnívora que ya se había cargado a otras dos personas, en 1991 (en el oceanario canadiense SeaLand, hoy cerrado) y en 1999 (ya en su “hábitat” actual, el SeaWorld de Orlando). Con ese historial, Blackfish resulta revelador sobre las reacciones de esta especie de cetáceos bicolores tan ligados a los malos entendidos; desde cargar con el sambenito de “ballena asesina”, como si fuera el único carnívoro del plantel animal, a suponer que ataca al hombre –no hay ¡ningún! caso reportado en mar abierto, sólo en piscinas–. Pero el gran malentendido con las orcas está en inferir que sus ojos se ubican en las manchas blancas: así de difícil es leerles la mirada y sacarles la ficha a estos mamíferos cuyo gran antecedente en el cine es Orca, la ballena asesina, aquella película de 1977 –con Bo Derek, producida por Dino de Laurentiis, y rodada convenientemente dos años después del furor mundial de Tiburón– que remixaba entre los témpanos el mano a mano “capitán vs. cetáceo” de Moby Dick y terminaba en la cerebral venganza de la orca contra el tipo que le había arponeado a su pareja preñada. Página/12 dialogó con la realizadora y guionista estadounidense Gabriela Cowperthwaite, directora de Blackfish, el documental que la convirtió en persona no grata en el acuario SeaWorld.

–¿Cómo fue hacer una película cuyo héroe es tan callado, tan grandote y vive en una pileta?

–Decidí que para entender lo que le pasó a Dawn Brancheau, la entrenadora asesinada en 2010, tenía que contar la historia de la orca Tilikum desde el comienzo. Soy documentalista, pero también soy una madre que en su momento había llevado a sus chicos a SeaWorld. No podía entender por qué una orca había hecho tal cosa; yo pensaba que los animales en un acuario eran felices y que los entrenadores no corrían riesgos. Cuando me di cuenta de que no era así, pensé que la única manera de entender qué había llevado a un animal inteligente como Tilikum a tomar una decisión tan violenta era investigar su vida.

–Más allá de que SeaWorld aparezca como el “villano” más nítido en Blackfish, ¿cómo logró evitar los tintes moralistas, o agrios, de las películas ambientalistas?

–Quería que el tono fuera marcado a través de hechos y no de factores emocionales; nunca quise que la película te dijera qué debías sentir. No vengo del activismo animal y pensé la película para gente que tampoco viniera de ese ámbito. No quería que la película asumiera que al público le importan las orcas en cautiverio, quería que los espectadores vieran los hechos, porque la verdad es muy shockeante en sí. Los documentalistas necesitamos creer en que, una vez que la gente ve lo que mostramos, podrá tomar mejores decisiones para ellos y sus familias.

–¿Había prestado atención a las orcas antes? ¿Ha visto películas sobre orcas? ¿Alguna vez vio una orca de frente?

–La pregunta que me quemaba era el asesinato de la entrenadora. Recién ahora empecé a ver películas sobre orcas. Los antiguos pescadores del Pacífico Norte, quienes llamaban a las orcas “blackfish” (“pez negro”), decían que nunca debían ser capturadas ni lastimadas. Aún no las entendemos del todo. El hecho de que se les diga “ballenas asesinas” es confuso: no son “ballenas que asesinan”, sino que cazan otras ballenas para comerlas. Sabemos que son inteligentes, pero no cuán inteligentes son. Su cerebro tiene todo lo que tiene un cerebro humano, pero con una parte más, que nuestro cerebro no tiene, y no podemos describir esa parte porque no sabemos qué hace. Es impactante la idea de que la inteligencia de la orca podría haber evolucionado de maneras que no podemos entender.

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