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Martes, 10 de diciembre de 2013
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La película chilena Las analfabetas se destaca en el Festival de La Habana

La educación como un tema estructural

El director debutante Moisés Sepúlveda afirma que su película no se refiere solamente a sus protagonistas: “La gente de mi país ha salido a cuestionar el modelo educativo, impuesto durante la dictadura y que todavía está vigente”.

Por Oscar Ranzani
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Las analfabetas aborda la historia de una mujer casi sexagenaria que oculta su analfabetismo.
Desde La Habana

Dos aspectos bien contemporáneos confluyeron en el film Las analfabetas, del realizador chileno Moisés Sepúlveda, para que su primer largometraje sea hasta el momento uno de los más aplaudidos en la Competencia de Operas Primas del 35º Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. El primero tiene que ver con el buen momento que atraviesa el cine trasandino, que se ve reflejado en la importante presencia de películas chilenas que integran la Sección Oficial, como ha sucedido en otros festivales internacionales. Y el segundo tiene que ver con la coyuntura de la política chilena, que en Cuba también interesa. Como Chile es uno de los países del Cono Sur que tienen más bajo analfabetismo, el film de Sepúlveda “toma al personaje de una analfabeta como una excepción, como un caso para hablar de otros temas más grandes”, explica el director a Página/12. “A partir de una excepción, la película quiere hablar de una cuestión más general y estructural: en el actual contexto chileno, sólo se habla de educación. Ya van tres o cuatro años donde todo el día es el principal tema. En la campaña electoral también. Y la gente de mi país ha salido a cuestionar el modelo educativo, impuesto en dictadura que todavía está vigente. En ese sentido, la película viene a hablar de una cuestión estructural”, agrega el cineasta.

Las analfabetas aborda la historia de Ximena (Paulina García, la misma enorme actriz de Gloria, film de apertura de la muestra habanera y representante por Chile para los Oscar 2014), una mujer casi sexagenaria que cuando sale a la calle oculta su analfabetismo al hablar con los transeúntes, a quienes debe recurrir, por ejemplo, para algo tan básico como leer una parada de colectivos. Sin embargo, Ximena está cómoda en su propio mundo y no lo vive como una carencia. Hasta que conoce a Jacqueline (Valentina Muhr), una joven profesora que le habla de las bondades que implica saber leer y escribir y con la que Ximena toma clases de aprendizaje en su propia casa, a pesar de no mostrar mucho interés en un principio. Pero su actitud cambia cuando encuentra una carta que guardó como un tesoro que le dejó su padre al abandonarla cuando era una niña. “Las analfabetas cuenta la vida de alguien que necesita conocer su pasado para poder construir su futuro”, explica Sepúlveda en relación con el personaje. Y reconoce que es un poco la metáfora de su país. “Efectivamente es así porque está la promesa que no fue cumplida, que es la promesa de la democracia. Y está muy bien encapsulada la idea de ‘La alegría ya viene’, que fue el slogan que ganó la opción del No en el plebiscito de 1988 que sacó del poder a Pinochet. Y esto engloba a muchas cosas como ‘La democracia ya viene’, ‘La libertad ya viene’. Y hoy día la gente ha salido a la calle a pegar un grito ciego: ‘¿Y dónde está la alegría?’, ‘¿Dónde está esa democracia que nos prometieron?’. Es verdad que no hay tanques en la calle, pero hay muchos autoritarios que estaban ahí, y la peor de las dificultades era que el país no los veía. En el fondo ha cambiado la lectura del propio pasado, de qué es lo que hemos sido para ver lo que vamos a ser en el futuro”, expresa Sepúlveda.

Las analfabetas está basada en la obra de teatro homónima del dramaturgo chileno Pablo Paredes, que fue protagonizada por las mismas actrices, y estrenada en 2010. Y Paredes terminó siendo el coguionista del film junto a Sepúlveda. Tanto en la obra como en la película se sugiere que quien enseña también tiene algo que aprender en la vida. De hecho, se titula Las analfabetas, cuando, en principio, sólo hay una y la otra es la profesora. “Jacqueline es analfabeta en otros aspectos de la vida. Ximena, que se ha engañado toda su vida y se ha escondido para evitar que otras personas conozcan su analfabetismo, se ha convencido de que no le hacía falta. Creo que ella tiene razón porque, en la medida en que se aísla, realmente la comunicación es innecesaria. Uno podría decir que ella se aísla para esconder su debilidad. Pero es verdad que esconder su debilidad tiene poca eficacia. Se encierra en un círculo vicioso donde los ghettos son un lugar donde guarecerse. Sin embargo, es su perdición a la vez. Entonces, éste es un personaje que, en la medida en que no se comunica con nadie, casi puede hacer su vida completamente sin saber leer. Entonces, la película tiene esa misma idea instalada en el aspecto del personaje de la profesora en cuanto al analfabetismo emocional.”

Si bien en un principio Jacqueline cae un poco en el paternalismo, con el correr de la trama es algo que se va disolviendo. “La educación real y verdadera sólo ocurre cuando las estructuras pedagógicas no son verticales”, entiende Sepúlveda. “El paternalismo o el mirar desde el asistencialismo al educando no hace efectiva la educación porque no es absorbida, no es creativa. En la medida en que esa educación se vuelve horizontal y se deja de lado el paternalismo es donde verdaderamente puede existir la educación. Y es donde ambos personajes aprenden. El personaje de la analfabeta sólo puede acceder al conocimiento cuando es tomada como una par”, concluye el director.

En cuando a la Competencia de Largometrajes de Ficción se presentó Pelo malo, opus tres de la venezolana Mariana Rondón, que viene con varios pergaminos bajo el brazo, entre ellos la Concha de Oro del Festival de San Sebastián y el Astor de Plata a la Mejor Dirección y otro galardón al Mejor Guión en el Festival de Mar del Plata. Antes una digresión: entrar al cine en La Habana para ver una película cubana resulta realmente una odisea. Es un fenómeno similar al que en la Argentina sólo pueden generar un gran recital de rock o un partido entre River y Boca. El público hace cola desde muy temprano, se agolpa frente a las boleterías –el precio de la entrada es simbólico, como una manera de fomentar fuertemente la cultura–, e incluso tanta cantidad de gente por la mañana, por la tarde como por la noche tiene que ver con que muchas personas se piden vacaciones por adelantado para el festival. A veces, hasta se generan avalanchas por la pasión desenfrenada de ver un film de su país. Algo similar ocurrió con Pelo malo (tal vez por la cercanía no solamente geográfica con Venezuela): mucha gente afuera peleando por una entrada hizo que la encargada de situar a los espectadores en las butacas tuviera una tarea titánica que, incluso, generó risas por sus comentarios irónicos para quienes reservaban un asiento a sus familiares o amigos, impidiendo que el resto de los espectadores pudieran sentarse en las butacas que quedaban.

Volviendo a Pelo malo, el film presenta la historia de Junior, un niño de nueve años que tiene el pelo rizado y casi con obsesión se lo quiere alisar y asemejarse a un cantante de moda. Esto genera una tensión con Marta, su madre, que es viuda y está desempleada. La madre no está para nada conforme con su hijo y se produce la siguiente paradoja: cuanto más lindo quiere parecer el niño para lograr la aceptación de su madre, ésta cada vez se vuelve más intolerante. El film refleja la historia de esta familia en una ciudad caótica y machista que llevó a la directora a decir cuando recibió el premio en San Sebastián que “pensar distinto a los otros, ser diferente, no es un problema; al contrario: es lo más hermoso que tiene el ser humano”, en referencia a la homosexualidad de Junior y la homofobia de su madre. Uno de los aspectos más sobresalientes de Pelo malo es cómo muestra que la estigmatización que sufre una persona en su entorno más íntimo después tiene sus efectos en la sociedad, cuando un adolescente debe salir al mundo a vivir. En ese sentido, Pelo malo refleja el germen de cómo algunos seres humanos tienen inevitablemente trazado el camino hacia la marginalidad y el desprecio de otras personas que hacen del prejuicio y la homofobia una barrera infranqueable para la aceptación social.

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