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Lunes, 23 de diciembre de 2013
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Agnès Jaoui protagoniza Pequeñas diferencias, de Carine Tardieu

Una madraza y sus angustias

En el film, esta cantante, actriz y cineasta (su cuarto trabajo, Au bout du conte, cerró el último Bafici) encarna a una mujer que sobreprotege a su hija de 9 años y descuida su pareja. “Es una película en la que hay mucho amor. Mal dado, pero amor en fin”, afirma.

Por Ezequiel Boetti
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Colette, el personaje de Jaoui, dedica una atención constante a los quehaceres domésticos.

Agnès Jaoui es una de las voces más reconocidas de la Francia actual. Esto dicho en el sentido más metafórico y artístico del término, con ella manifestando una visión del mundo a través de sus películas, pero también en el literal, ya que es, además de realizadora y actriz, una reconocida cantante con un par de discos editados internacionalmente. Incluso, su anteúltima visita a Buenos Aires, en mayo de 2011, no fue para hablar de sus trabajos delante o detrás de cámara, sino para subirse a las tablas de La Trastienda y dar un show de canciones latinas. La última, sí, la encontró nuevamente hablando de cine. Fue en abril, cuando Au bout du conte –cuarto film de su autoría después de El gusto de los otros (2000), Como una imagen (2004) y Háblame de la lluvia (2008)– cerró el Bafici. No conforme con ponerse a su propio servicio como intérprete, también lo hace para trabajos ajenos. Uno de ellos es Pequeñas diferencias, de Carine Tardieu, que llegará a la cartelera porteña este jueves y sobre el cual la polifacética artista habló con Páginal12 algunos días después del fragor festivalero.

Casada desde años con el coguionista y protagonista de sus films, Jean-Pierre Bacri, Jaoui es aquí una auténtica madraza llamada Colette. Con todo lo bueno y lo malo que tienen las madrazas: una atención constante a los quehaceres domésticos y necesidades de los suyos, pero también una sobreprotección a su hija de 9 años y un descuido generalizado a la vida en pareja, esto último manifestado en un suceso que vale resguardar por respeto al potencial espectador. Para colmo, la nena conoce a una amiguita bastante liberal, alterando así el equilibrio familiar en general, y el de Colette en particular. “Siento que es una película en la que hay mucho amor. Mal dado, pero amor en fin. Entre la madre y su hija, entre las parejas y sobre todo entre las dos amiguitas. La amistad entre estas nenas tiene una efusividad que sólo puede darse en la niñez”, analiza la actriz.

–Si bien la película adopta el punto de vista de la chica, el guión aborda temas complejos como la soledad y la muerte. ¿Cómo trabajó eso desde la actuación?

–Eso fue sobre todos gracias a Carine, que manejó muy bien el balance entre la alegría de la vida y la tristeza de la muerte. Yo solamente me puse a su servicio. En lo que sí traté de hacer especial hincapié fue en el miedo que sentía porque le pasara algo a su hija. Esa es una de las características más importantes de mi personaje. La otra es la gastronomía, que le permite lidiar con su profunda angustia. Creo que el mito de la buena madre también está relacionado con que sepa manejarse bien con la comida.

–¿Cree que Colette está atravesando una etapa de insatisfacción?

–Tengo la sensación de que sí, pero que ella, al igual que muchas mujeres, no se da cuenta. A todas nos pasa que llega un momento en el que tenés hijos, un marido, una ocupación y empezás a caer en la costumbre. Acá también se habla de eso, más allá de que ella renunció a la mayoría de las cosas sin dolor. No sé si hay una infelicidad en ella porque no se da cuenta de que la vida no pasa más por la casa. Es un sentimiento que veo mucho en las familias porque es súper fácil cerrar la puerta y elegir vivir solamente como una buena madre, en lugar de ocuparse también de ser mujer.

–¿Le resulta difícil ponerse a las órdenes de otro a medida que avanza en su carrera como directora?

–No, todo lo contrario. A medida que el tiempo pasa y avanzo como directora, me da más placer ponerme al servicio de otros y ser, al menos por un rato, sólo una actriz. Son casi unas vacaciones para mí. Además, como conozco la dificultad enorme que implica dirigir y llevar adelante una película, tengo la sensación de que puedo ayudar desde mi rol de actriz.

–Usted habla de “vacación”. ¿Le resulta más fácil focalizarse en un rol que en dos?

–Totalmente. Además, nunca me propondría a mí misma para interpretar los papeles que otros directores me ofrecen. Cuando escribo roles sabiendo que voy a hacerlos yo, suelo poner en ellos mucho de mí porque para este tipo de papeles desconfío de otras actrices. No soy capaz de inventarme personajes, así que tengo que conocerlos muy bien para escribirlos, y por eso suelo recurrir a mi entorno. Con otros directores, en cambio, hago cosas distintas.

–¿Cambió su forma de actuar el hecho de dirigir?

–Pienso que sí. Tenía el defecto de querer controlar todo cuando dirigía, y siendo actriz me di cuenta de que eso no es bueno, que es un error y que tiene que haber una confianza mutua para que la película salga adelante.

–Además de actriz y realizadora, también es cantante. ¿Se siente más cómoda cantando o actuando?

–Son dos cosas diferentes pero con muchos puntos en común. Cuando estoy sobre un escenario hay una cosa muy específica que me ocurre y no sé muy bien cómo definir, pero es como si no pudiera controlar nada. Todo lo contrario a mis trabajos como actriz y directora, en los que me vuelvo más racional. Con la música siento una libertad mayor y se establece una relación con el público directa y gentil; es gente que viene a verme porque me quiere y le gusta lo que hago. Se genera una energía muy especial y difícil de explicar. Un ejemplo es que nunca tengo tantos aplausos como cuando canto. No quiero decir que lo haga bien o no, sino que hay cosas en ese ámbito que no se dan a nivel racional. Es casi una comunión con el público.

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