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Miércoles, 9 de abril de 2014
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Avinoam Harpak, Alesia Weston y Erez Pery analizan el fenómeno del cine israelí

“Sin duda, algo nuevo está sucediendo”

El responsable de la cinemateca de Jerusalén, la directora del festival de la misma ciudad y el director del Sapir College ensayan distintas respuestas a la pregunta de por qué el festival porteño decidió hacer de Israel el país invitado de este año.

Por Ezequiel Boetti
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“Hay un grupo de cineastas, en su mayoría jóvenes haciendo películas muy personales”, señalan Harpak, Weston y Pery.

La Estrella de David en color azul flotando sobre un fondo blanco y entre dos franjas azules horizontales es una constante del catálogo del 16 Bafici, dibujándose una veintena de veces a lo largo y ancho de sus más de 400 páginas. El porqué de la recurrencia es, al menos para los habitués del festival porteño, motivo conocido: Israel es el país invitado de esta edición, acaparando con sus producciones desde la función inaugural (The Congress, de Ari Folman) hasta una jugosa retrospectiva de Uri Zohar –a quien el festival bautizó como el “Leonardo Favio israelí”– pasando por cortos, medios y largos en todas las competencias y una serie de charlas alusivas. Buen motivo, entonces, para asomar la nariz en la cocina audiovisual de aquel país y analizar el porqué del primer por qué. O, mejor dicho, los porqués. “Hay un grupo de cineastas en su mayoría jóvenes haciendo películas muy personales. Esta situación se da desde una modificación de la nueva ley de cine hace quince años, que dio la posibilidad de descubrir a nuevos talentos a través de más recursos. Ese dinero es fundamental porque era lo más difícil de conseguir al momento de pensar una película. Además, tenemos alrededor de quince facultades de cine en todo el país, un número enorme en relación con nuestra población”, razona ante Página/12 el ex director del Festival de Jerusalén y jefe de la Cinemateca de aquella ciudad, Avinoam Harpak.

Más dinero disponible y manos jóvenes y técnicamente solventes son quizá los dos factores fundamentales para cualquier cinematografía con planes de expansión tanto artística como industrial. Basta recordar lo ocurrido aquí a mediados de los ’90 con el Nuevo Cine Argentino y el surgimiento de los Alonso, Caetano, Trapero, Burman, Martel y demás. ¿Puede hablarse del de Israel como un fenómeno cinematográfico en cierne? “Creo que sí porque además de un crecimiento de los valores de producción, ahora hay posibilidades de que otras voces puedan ser escuchadas. Hay una nueva generación de jóvenes con estéticas muy diferentes entre sí, pero sin duda que algo está pasando con ellos”, opina Erez Pery, director artístico del Festival Cinema South Film Fest y del Sapir College, una de las instituciones fundamentales en la formación académica y creativa. Para la inglesa Alesia Weston, directora ejecutiva en las últimas dos ediciones del Festival de Jerusalén, la principal novedad está en “la posibilidad de estar en contra del gobierno y poder conservar un espacio para expresarlo”. “Creo que todas aquellas películas que solíamos ver sobre la guerra tenían una visión tradicional y ahora eso está cambiando a través de las visiones mucho más personales que desarrollan este tema desde ópticas novedosas”, afirma ella.

–Ustedes hablan de una generación de jóvenes, y gran parte de los films que se ven en este Bafici están dirigidos por cineastas sub-40. ¿Hay alguna relación entre la cuestión generacional y una nueva mirada política?

Avinoam Harpak: –No sabría decirlo. Es un fenómeno muy presente, así que creo que de aquí a 20 años podremos atar cabos sobre la ideología de estas películas. Por ejemplo, recién ahora estamos viendo a cineastas de generaciones anteriores en un contexto político más allá de que su obra no tratara específicamente sobre eso. En ese sentido, Uri Zohar es un buen ejemplo porque trabajó tanto antes o después de la Guerra de los Seis Días, así que es imposible disociar sus trabajos del contexto. Godard dijo que el cine en sí es político, y acá tiene razón. Lo que sí noto es que antes casi no había películas que hablaran sobre temáticas sociales, y a partir de la creación de varias escuelas de cine, sobre todo la que enseña Erez, empezaron a hacerse.

Erez Pery: –Es importante entender que el cine israelí históricamente habló de un “nosotros” como un grupo homogéneo. Ahora, en cambio, el poder hablar en primera persona a través de este nuevo cine es un acto político en sí. El problema, al menos para mí, de estas nuevas generaciones es que no exploran lo suficiente las posibilidades del lenguaje. Tanto en la Argentina como en el resto de Latinoamérica, por ejemplo, hay una exploración de la forma muy grande que en Israel no está. Creo que la nueva generación es un poco más conservadora y le falta búsqueda y experimentación.

–¿Qué rol juegan las universidades de cine en esa falta de “búsqueda y experimentación”?

E. P.: –Adhiero con Avinoam respecto de la dificultades de poner en perspectiva una situación del presente. Pero para los directores es fundamental experimentar con el lenguaje porque en el cine no puede separarse forma y contenido. Uno de los problemas es que estos nuevos directores no tienen un discurso real. La gente aquí discute sobre cine, política y criterios artísticos y allá no pasa eso. No tenemos un diálogo entre realizadores y críticos, y no hay nada si no se habla ni se discute. La charla y las palabras son fundamentales para el crecimiento de un cine.

Alesia Weston: –Me parece que las universidades han influido en la presencia de un porcentaje de realizadoras mujeres mucho mayor que en Europa o Estados Unidos. Las mujeres tienen una capacidad enorme para escuchar, por lo que, si bien es un fenómeno muy nuevo, podría generar un cambio de mirada.

–Entre las películas programadas están Big Bad Wolves, a la que Quentin Tarantino catalogó como la mejor película del año pasado, y Cupcakes, a la que en el catálogo se compara con Glee. ¿Existe un cine de género en ese país? ¿Cómo lo vinculan con ese abordaje más “personal y político” del cual hablan?

A. H.: –Eso también es un fenómeno nuevo. Las películas de género son un éxito de público y, más allá de que sean buenas o malas, tienen una connotación política muy evidente.

A. W.: –Creo que parte del surgimiento de este cine tiene que ver con el deseo de que nuestras películas puedan verse más allá del circuito de festivales, museos y salas de arte. Por eso hay un corrimiento de lo que tradicionalmente podía esperarse de ellas. Además, todas ellas son un síntoma de una tensión entre la influencia norteamericana y la europea, con la primera mucha más cercana al cuidado por la narración y otra más contemplativa.

E. P.: –Un aspecto interesante es que estas películas están hechas por fuera del sistema tradicional de financiación estatal. Es gente joven con la idea de explorar temas novedosos, muy entusiasmada, dispuesta a autofinanciarse y a hacer todo por su cuenta. Y a medida que se les empieza a prestar atención a estas películas se vuelven un suceso importante.

–¿Qué ocurre con el público?

A. W.: –Bueno, ese aspecto es bastante complicado porque la relación entre espectadores y cantidad de películas nacionales no es muy favorable. Pensemos que en Israel se están haciendo alrededor de 200 películas al año, gran parte de ellas documentales y producciones muy pequeñas.

E. P.: –Creo que hay público para las películas más populares, pero para aquellas que se estrenan en salas de arte o espacios alternativos es mucho más complicado. En Israel existen solamente tres grandes cadenas, una de las cuales no proyecta producciones locales. Por ejemplo, a Policeman, que ganó aquí en 2012, le costó muchísimo encontrar su público y llevó algo así como siete, ocho mil espectadores. Incluso si hubiera llevado el doble, sería poco.

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