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Miércoles, 11 de junio de 2014
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Comienza hoy la segunda edición del ciclo “El escritor oculto”

Letras latinoamericanas en pantalla

Durante tres miércoles, el Malba exhibirá una serie de documentales recientes sobre figuras tan emblemáticas como esquivas de la literatura del continente: el mexicano Mario Bellatin, el colombiano Andrés Caicedo y el brasileño Caio Fernando Abreu.

Por Silvina Friera
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Las charlas de Bellatin en el documental Invernadero tienen el encanto de la deriva.

La belleza apenas perceptible de las conversaciones cotidianas plantea interrogantes sobre cómo mirar y oír lo que no suele estar en primer plano visual y auditivo. En el arte de interpretarse más o menos a sí mismo, el escritor mexicano Mario Bellatin tiene la impunidad, la frescura y el atrevimiento de quien parece que da los primeros pasos y actúa como si todavía le faltara un largo camino. Logra poner en el filo de la vacilación conceptos tan frecuentados y caprichosos como ficción y realidad. Nunca se sabrá dónde empieza y termina cada una en Invernadero, tercera película de Gonzalo Castro que se proyectará hoy a las 19 en el Malba (Figueroa Alcorta 3414), en la segunda edición del ciclo “El escritor oculto”, con documentales recientes sobre figuras tan emblemáticas como esquivas de la literatura latinoamericana –el colombiano Andrés Caicedo y el brasileño Caio Fernando Abreu– desde la mirada de jóvenes directores. “Si no la tengo, me acuerdo. Y si tengo algo, me olvido”, le dice a quien de-sempeña el papel de su hija argentina, la actriz Marcela Castañeda. Se refiere a una mano biónica que alguna vez tuvo y decidió arrojar al río Ganges. Pero la frase ilumina y potencia los agujeros negros de la desmemoria sobre lo que escribe y lo que habla en sus conferencias el autor de Poeta ciego, El jardín de la señora Murakami y Perros héroes, entre otros.

El mundo filmado en Invernadero –ganadora de la competencia argentina en el Bafici 2010– es el mundo de Bellatin. El itinerario invita a fisgonear por su escritura y la corrección de originales, por sus viajes oníricos y la mística oriental, y a conocer la devoción por sus perros. Las charlas con su hija y sus asistentes –interpretadas por la escritora y dramaturga Romina Paula y Laura Petrecca– o con la crítica Graciela Goldchluk tienen el encanto de la deriva, el irse por las ramas de las anécdotas para volver a merodear el tronco de algunas cuestiones. La película visibiliza la arquitectura de una construcción calculada en la que el mexicano esgrime la idea de “escribir sin escribir”. La aparición estelar de Margo Glantz y el diálogo zumbón que sostiene con su amigo Bellatin permiten cuestionar no sólo ese discurso sino también lo que hay de “pose” en ese postulado. “¿Cómo hacés para escribir sin escribir?”, pregunta Glantz. “Imagino que es escribir sin usar palabras –responde–. Soy y seré un escritor sin palabras, de lo no dicho, del vestigio, de la falta, de la ausencia”. Cuando lo que dice suena “demasiado serio”, cuando afirma “yo estoy muerto”, la reina Margo se mofa y lo aguijonea. En sus manos tiene uno de los textos que él le pidió que leyera. Ella se queja y lo califica de “Narciso” porque en una página encontró cinco veces mencionado el personaje “Mario Bellatin”. El escritor habita con tanto placer su obra que convirtió su garfio de metal en un jardín público.

Dicen que la tercera es la vencida. Después de dos tentativas frustradas, Andrés Caicedo se suicidó a los 25 años en Cali, el 4 de marzo de 1977, el mismo día en que había recibido un ejemplar de su novela ¡Que viva la música! Su mito no ha dejado de crecer. Cuanto más pasa el tiempo y la distancia opera como un sueño en que los detalles se desdibujan a pesar del esfuerzo por retenerlos, mayor es el culto y sus esquirlas míticas. El escritor colombiano acaso no podría haber imaginado su destino póstumo. No fue una celebridad en vida, ni mucho menos un escritor prestigioso. Pero tuvo su modesto “boomcito” en Cali, la ciudad en la que había nacido en 1951, cuando en la década del ’70 varios diarios locales empezaron a publicar sus escritos sobre cine; y cierto reconocimiento cuando fundó Ojo al Cine, una revista especializada de las más importantes de esa época, que sólo lanzó cinco números. El mayor mérito de Noche sin fortuna –título que tomaron de una novela inconclusa de Caicedo–, del argentino Francisco Forbes y el colombiano Alvaro Cifuentes (que se proyectará el miércoles 18 a las 19), es horadar las capas de una leyenda cuya densidad resulta tan exagerada como incómoda para varios de los viejos compañeros del Grupo de Cali, entre otros Carlos Mayolo, Eduardo Carvajal, Oscar Campo y Hernando Guerrero.

En una entrevista que Noche sin fortuna toma prestada de los archivos audiovisuales colombianos, Mayolo, miembro fundador del Grupo Cali que murió en 2007, es el primero en revelar cómo “el icono se va desgastando y la imagen de Andrés ya no me produce nada”. “Trató de hacer todo lo más vital antes de morirse, por ejemplo la relación con los jóvenes, tratar de entender el universo nuevo que venía y matarse precisamente para renunciar a ese nuevo universo, porque no quería saber más del mundo que se venía. Y tuvo toda la razón, porque lo que nos dejó a nosotros es toda una podredumbre; todo lo que nos ha tocado vivir después de la muerte de Andrés han sido cosas en contra del ser humano. Nosotros gozábamos de todo, del sexo, las drogas, de Mayo del ’68; éramos los más bellos de todos, la juventud era la que tenía la razón, salíamos primeros en todo, creíamos que nos íbamos a comer el mundo y vivimos la utopía. Eso se perdió, la gente volvió a endurecerse, ya no tiene ningún sentido de ser feliz.” Los testimonios que componen el relato coral de los años más intensos de Caicedo –sus primeros escritos sobre películas, el encuentro con las drogas, la obsesión con el cine y el amor desgarrado de “Patricita”, Patricia Restrepo– se interrumpen para dar paso a un storyboard animado, viñetas y figuras recortadas en lápiz y carbonilla, basado en Los amantes de Suzie Bloom, el western que Caicedo quiso vender a Hollywood cuando viajó a Los Angeles en 1973. Patricita –que salió a buscar una ambulancia cuando Caicedo le dijo, ese 4 de marzo de 1977, que se había tomado 60 pastillas de Seconal y cuando regresó lo encontró muerto– lee una carta que le mandó el escritor: “Te adoro, te idolatro, si no puedo vivir sin ti, llevaré, supongo, una especie de antivida, de vida en reverso, de negativo de la felicidad, una vida con luz negra. Pero brilla el sol, tú puedes estar cerca. Ahora salgo a buscarte, amor mío”.

Sobre siete verdes olas espumantes, una road movie sobre la vida y la obra de Caio Fernando Abreu, de Cacá Nazario y Bruno Polidoro (miércoles 25), cerrará esta segunda edición. Santiago, Amsterdam, Berlín, Colonia, París, Londres, Porto Alegre, San Pablo. Las ciudades que atestiguaron la vida breve del poeta, dramaturgo y escritor brasileño son revisitadas por varios de sus amigos, como Maria Adelaide Amaral, Grace Gianoukas y la cantante Adriana Calcanhoto, entre otros. Nacido en Santiago, Rio Grande do Sul, en 1948 y muerto en Porto Alegre en 1996, Abreu fue un homosexual militante. Vivió en parte bajo una dictadura y estaba convencido de que hablar de su sexualidad serviría a la creación de un mundo que se liberaría de los prejuicios. Ganador dos veces del premio Jabuti (en 1984 y 1989), uno de los más prestigiosos de la literatura brasileña, el 21 de agosto de 1994 el escritor comunicó a sus lectores de O Estado de Sao Paulo que estaba enfermo de HIV, en una nota titulada “Carta para más allá de los muros”. Esta road movie sobre el autor de ¿Dónde andará Dulce Veiga? (Adriana Hidalgo) y las crónicas Pequeñas epifanías (Beatriz Viterbo) permitirá explorar el universo del “escritor de la pasión”, como lo definió Lygia Fagundes Telles.

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