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Domingo, 10 de agosto de 2014
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ENTREVISTA A ADA FRONTINI, DIRECTORA DEL DOCUMENTAL ESCUELA DE SORDOS

“La película habla sobre la comunicación”

El film desplaza el eje de atención sonoro hacia otro que tiene que ver con el lenguaje de señas, de gestos, de miradas. Y todo a partir del amor por su oficio de Alejandra Agüero, creadora de la institución que da título a la película.

Por Ezequiel Boetti
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“Mi objetivo es que la película ayude a que la escuela se oficialice”, afirma Frontini.

El cine requiere, vaya novedad, la sincronización de dos sentidos. Caso contrario, la asimilación completa de lo que se ve y se oye en la sala oscura devendría una tarea irrealizable. O quizá no: al fin al cabo, la bellvillense Ada Frontini elige ir a contramano de lo anterior posando su cámara sobre un objeto de estudio que obliga a desplazar el eje de atención sonoro hacia uno mucho más vasto y complejo como es el de la comunicación en general, y el lenguaje en particular. Lenguaje de señas, de gestos, de miradas; lenguaje construido a pura expresividad física; lenguaje entendido como la comunión dialógica de lo humano; lenguaje que hace de la oralidad un apéndice. Sobre todo eso y más habla Escuela de sordos, notable documental que, luego de su presentación en la Competencia Nacional del último Festival de Mar del Plata, de donde se llevó el premio a la Mejor Dirección, y su paso por el Bafici y el Fidocs, entre otros, se verá todos los domingos de agosto a las 18 en el Malba (F. Alcorta 3415) y, desde el jueves, en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont (Rivadavia 1635).

“Siempre me impactó el trabajo y la entrega de Alejandra”, dice la realizadora y fotógrafa radicada en Buenos Aires al momento de justificar ante Página/12 la elección de su protagonista. Lo primero que hará Escuela de sordos es mostrar que los dichos de su directora están lejos de la complacencia agradecida. Porque Alejandra Agüero es de esas personas que enraízan vida y oficio a fuerza de pasión, vocación y dedicación plena a, en este caso, la cultura silente y al “crecimiento intelectual”, tal como ella dice por ahí, de los alumnos de la institución del título. Institución, claro está, fundada por ella hace exactamente un cuarto de siglo –el 12 de agosto soplará las 25 velitas– y que desde entonces preside con un empeño sorprendente. “Al principio me preguntaba a quién podría importarle una película sobre una maestra de sordos, pero veía tanta potencia en lo que hacía que sabía que podía funcionar”, recuerda Frontini.

–El documental podría inscribirse en la categoría observacional, con largos planos fijos y poca intrusión sobre el accionar de Alejandra con sus alumnos. ¿Cómo organizó la filmación? ¿Hubo algunas marcaciones o dejó que la acción fluyera?

–Cuando empezaba cada clase, yo filmaba, y después seleccionaba qué podía servirme y qué no. No le decía a ella ni a los chicos qué tenían que hacer ni nada. Lo que sí fue idea mía fue regalarle un celular a uno de los alumnos. El había cumplido años durante el rodaje y quería un teléfono, así que pensé en comprárselo yo para que Alejandra le enseñara cómo usarlo. Eso funcionó muy bien porque fue concreto, puntual y marcaba una idea de comunicación que me interesaba. En ese sentido, creo que las nuevas tecnologías les han abierto muchas puertas a los sordos.

–Usted habla de la comunicación, y da la sensación de que es el tema principal de la película. ¿Coincide?

–Sí, creo que la película habla fundamentalmente sobre la comunicación de los sordos y de cualquier persona, y de la educación en ese aspecto. Todo surge de lo que veía a través de Alejandra y lo que ella trabajaba para comunicarse con chicos que en su mayoría tienen muchos más problemas –la mayoría sociales– aparte de la sordera. Ella es una luchadora de la comunicación; se hace entender y en un momento llega a hacerles comprender todo lo que ella quiere.

–Podría pensarse que la inclusión de las charlas con Juan, uno de los referentes de la comunidad sorda, va en esa línea. Prácticamente es el único tema en sus encuentros.

–Esas escenas me dieron el hilo conductor de la película. Cuando hicimos la de la cena no sabía qué estaban diciendo y filmé “a sordas”, pero cuando Alejandra me dijo de qué habían hablado me pareció perfecto. No les había dado ninguna pauta más allá de que hablaran de lo que les interesara, y a ellos les interesó eso.

–¿Cómo manejó la exposición de los alumnos ante la cámara para lograr la naturalidad y evitar los golpes bajos?

–Alejandra tiene mucho que ver con eso; lo que ella dice es como una palabra santa para los chicos. Ella les había dicho que los íbamos a filmar y que no miraran a cámara, y no hubo ningún drama con eso. También ayudó que fuéramos dos o a lo sumo tres personas en el aula, y que al filmar durante casi un año terminaran familiarizándose con nosotros. Respecto de los golpes bajos, descarté algunas cosas que iban en esa línea porque no me interesaba eso ni tampoco subrayar nada. La película es lo que muestra: trabajo, dedicación, entrega y lucha.

–Elige mostrar a Alejandra siempre trabajando o hablando sobre su oficio, dejando de lado las otras facetas de su vida. Incluso se habla de un marido y una hija mayor a los que nunca se ve. ¿Por qué tomó esa decisión?

–No me parecía interesante mostrar su vida personal. Primero por un respeto a ella, y, segundo, porque creía que no hacía falta que se supiera más de lo que se estaba viendo. El resto de las cosas se podían intuir.

–Usted también es fotógrafa. ¿Hay alguna relación entre ese oficio y la centralización de las acciones dentro del cuadro y la utilización de planos fijos?

–Supongo que sí, que lo tengo incorporado. Pero más que nada me interesaba representar cómo ven los sordos; ese era mi objetivo mayor. Ellos tienen que ver una imagen y de ahí sacar toda la información. Eso obliga a mirar los detalles, a la observación, a la atención para no perderse ningún movimiento de un mundo que para ellos es muy visual. Ahí había una especie de unión entre ellos y yo, porque soy medio negada para lo que no sea visual.

–En ese sentido, en una entrevista usted habló de “observar el sonido”. ¿De qué manera concibió el aspecto sonoro en relación con el universo visual?

–En realidad, no tuve sonidista ni nada. Capté los sonidos con un grabador común y después fue mucho trabajo de posproducción para recrear gran parte de los sonidos; prácticamente no teníamos nada en ese sentido. También es cierto que me jugué a eso porque sabía que el sonidista no era principal y no quería registrar demasiado en ese aspecto. Quería que los sonidos fueran mínimos pero significativos.

–Juan menciona su batalla para que se regularice el marco legal del lenguaje de señas, y usted ahora habla sobre alumnos con más problemas además de la sordera. ¿Cree que el film admite una lectura política?

–Ojalá que sí. Siempre digo que mi objetivo es que la película ayude a que la escuela se oficialice. Hay un tema político que hace que después de veinticinco años no se haya oficializado y que los chicos no puedan acceder a los beneficios de la educación tradicional –por ejemplo, no reciben netbooks–, que Alejandra no pueda tener una plataforma educativa y, lo que es peor, que cuando ella se jubile no se sepa si la escuela va a seguir. No manejo el tema en profundidad, pero creo que hay una cuestión política para que ninguna intendencia haya hecho nada en esos aspectos.

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