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Jueves, 23 de octubre de 2014
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El último amor, de Sandra Nettelbeck, con Michael Caine

Todo un festival de lugares comunes

Por Diego Brodersen

Hay películas con jóvenes y películas con ancianos. También hay estudiantinas y (con las disculpas del caso por el neologismo) gerontofábulas. El último largometraje de la alemana Sandra Nettelbeck –cuya anterior Bella Martha obtuvo un importante éxito mundial a comienzos de siglo– se afinca cómodamente en este último grupo, haciendo de la ñoñez, los estereotipos y cierto grado de crueldad tres de las sustancias principales de su principio activo. Rodada en idioma inglés en la siempre fotogénica París, El último amor es, desde ese punto de vista, una tradicional coproducción que apunta a la mayor cantidad de mercados internacionales posibles, y su reparto está encabezado por esa eminencia del cine llamada Michael Caine. Es precisamente el británico quien logra que, por momentos demasiado breves, el film se deslice en lugar de chirriar en sus goznes, pura presencia y juego con la memoria cinéfila del espectador.

Viudo desde hace relativamente poco tiempo, profesor jubilado, americano en París incapaz de pronunciar una palabra en el idioma de Molière, el señor Morgan del título original vive una existencia triste y gris. Es entonces que, a menos de diez minutos de comenzada la proyección, se topa –aunque no precisamente en la playa– con la blonda Pauline (Clémence Poésy), una joven maestra de danza que inmediatamente se interesará en su ¿caso?, ¿vida?, ¿persona? El último amor jugará durante un buen rato a la posibilidad del romance tardío de Morgan con la mucho menor Pauline, que previsiblemente utilizará sus clases de baile (ritmos latinos, por supuesto, cuáles si no) para intentar inyectar algo de vida en su mustia amitié. Salidas, recuerdos y confesiones aderezan el proceso, que por momentos parece también el de una relación entre padre e hija putativos, punteados por una serie de poco afortunadas –por lo estériles e irrelevantes– “apariciones” de la difunta señora de Morgan.

A mitad de camino, el guión de la propia Nettelbeck (adaptación de una novela de la actriz y escritora Françoise Dorner) pega tremendo volantazo para permitir que los hijos del anciano vuelen desde los Estados Unidos y lo visiten. Que los retoños (precisa Gillian Anderson, imposiblemente afectado Justin Kirk) sean un atado de maledicentes angustias, prejuicios y egoísmos resulta esencial para que el final del derrotero llegue con la suficiente carga de empatía prefabricada, de esa que nunca permite que el espectador acompañe al héroe, sino que lo obliga a seguirlo a la rastra. Engalanada por la correcta fotografía otoñal de Michael Bertl, de tonos ocres apastelados, El último amor, con su pesada carga de lugares comunes y una lógica dramática esencialmente impostada, sólo puede predicarle exitosamente al más fervoroso de los conversos.

4-EL ULTIMO AMOR

(Mr. Morgan’s Last Love;

Alemania/Bélgica/EE.UU., Francia, 2013)

Dirección y guión: Sandra Nettelbeck.

Fotografía: Michael Bertl.

Música: Hans Zimmer.

Duración: 116 minutos.

Intérpretes: Michael Caine, Clémence Poésy, Jane Alexander, Justin Kirk, Gillian Anderson, Michelle Goddet.

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